Andrés Rodríguez Rodríguez.- Se publica El banquete de los humanistas como un intento de responder a la paradoja de toda cultura: ¿cómo sostener lo eterno en medio de lo efímero, cómo dialogar con los muertos en un tiempo que sólo cree en lo luciferino de lo snob? No se trata de conservar un museo de viejas glorias, sino de escuchar a quienes, aunque desaparecidos, siguen siendo contemporáneos de lo eterno. En nombre de su emancipación, el hombre moderno rechaza la tradición y en ello se esclaviza a la moda. Ortega advirtió que sin tradición no hay proyecto; Heidegger que quien olvida el ser queda prisionero del ente. El Banquete se ofrece, entonces, como un gesto de resistencia: un diálogo platónico donde diversas voces testimonian que los clásicos no son reliquias, sino interlocutores vivos que enseñan a vivir y a morir.
Luis Alberto de Cuenca abre con su Apología de los clásicos, confesión y acto de fe. Los clásicos habitan en el “tiempo sin tiempo de los mitos”, en un ámbito donde lo contingente se redime en forma ejemplar. Son pharmakon contra el nihilismo y paideia para el alma. Kierkegaard diría que son contemporáneos de cada generación; Agustín añadiría que la verdad es lo siempre presente. Leerlos no es arqueología, sino acontecimiento: el instante abierto a la eternidad.
Jesús Cotta, en sus Cuatro poemas helénicos, revive a Ulises, Pitágoras, Protágoras: la poesía encarna lo mítico como experiencia vital. Frente a ello, Demetrio Fernández Muñoz entona en Exequias a Europa un lamento spengleriano: Europa exhausta, civilización estéril. Donoso Cortés ya señaló que sin fundamento espiritual llega la ruina. Sin embargo, el símbolo del fénix recuerda la paradoja: sólo en la muerte late la promesa de resurrección.
Mario Pérez Antolín analiza a Beethoven y su Heroica. Lo clásico no es inmóvil: permanece en el cambio. Hegel lo lee como momento de la dialéctica del espíritu; Kierkegaard objeta: lo eterno desborda todo sistema. Lo clásico sobrevive porque porta lo atemporal en lo temporal. Newman lo intuía: lo verdadero, encarnado en la historia, trasciende modas.
José Luis Trullo se pregunta: “¿Para qué leer a los clásicos?”. Su respuesta, cercana a Ítalo Calvino, es que nunca dejan de hablar. Lo esencial no cambia; en ello nos reconocemos. Alfonso Lombana Sánchez, desde Ovidio y la grieta de Píramo y Tisbe, muestra el amor como fuerza reveladora. Traducir un verso es experiencia vital, porque lo eterno es inagotable: siempre idéntico, siempre nuevo.
José María Jurado evoca a Séneca: lo clásico como disciplina del alma. La lectura como ejercicio espiritual: serenidad frente a la ansiedad. Antonio Barnés contempla El Quijote como diálogo fecundo. Cervantes no destruye la tradición, la transfigura. Gadamer lo sabía: comprender es reinterpretar lo heredado. La modernidad que rompe se vacía; la que dialoga fecunda.
José Luis Morante cierra con Juan Ramón Jiménez: ser clásico es ser actual, es decir, eterno. El instante puede abrirse a lo eterno. Es la aspiración última de todo creador: no fama pasajera, sino contemporaneidad con lo eterno.
El volumen se enriquece con nuevas perspectivas. Ignacio Gómez de Liaño imagina, en El misterioso juego de Castalia, un contrafactual: ¿y si el ludus memoriae de Giordano Bruno hubiese transformado la cultura como los Ejercicios de Ignacio? La memoria aparece como utopía regulativa, arte de recomponer lo múltiple en unidad, disciplina que salva del olvido. La conexión con Hesse subraya que el humanismo es juego serio, modo de vida. Liaño enlaza con García Gibert, para quien el “buen recuerdo” funda el presente, y con Estacio, que reclama reimplantar la semilla del humanismo en la escuela.
Javier Recas, en Conciencia de lo permanente, recurre a Gadamer: comprender es praxis, acontece en el lenguaje y presupone tradición. Lo llama ludus veritatis: la verdad acontece en continuidad, no en ruptura. Así, la hermenéutica se vuelve puente entre pasado y presente, razón encarnada que resiste al positivismo estéril.
Francisco Martínez Cuadrado aporta una Apología del Renacimiento como paradigma de humanismo integral. Evoca a los glosadores y poetas de Padua, Lovato Lovati o Mussato, mostrando que la pasión filológica es raíz de la libertad y del progreso. Frente a la tecnocracia actual, el Renacimiento recuerda que el humanismo es praxis civilizadora, no erudición muerta.
Por su parte, Carlos Rodríguez Estacio denuncia en Una luz vertical la dimisión de la escuela. Lo que debía ser educere se ha reducido a simulacro. La escuela ha renunciado a la transmisión, dejando huérfanos de tradición a los jóvenes. Los clásicos aparecen como “peligrosos activistas antisistema”: exigen tiempo, silencio, rigor. Recuperar su presencia es condición de democracia, como advirtió Condorcet. Estacio conecta con Insausti, quien defiende un canon que filtre y eleve.
En cuanto a Javier García Gibert, en El buen recuerdo, insiste en que sólo la memoria fecunda salva al presente de la dispersión. Recordar bien es salvar lo esencial del tiempo: no nostalgia, sino fidelidad creativa. Aquí resuena Arendt —vivir entre el ya no y el aún no— y Steiner —el “sábado” como plenitud—.
La entrevista de Gabriel Insausti defiende un canon exigente: no exclusión, sino horizonte de excelencia que evita la banalización. Canon y escuela se implican: sin jerarquías de excelencia, no hay juicio crítico. Así, el canon protege la libertad del hombre frente a la trivialidad.
Juan Gil, en Argumentos contra sentimientos, denuncia el emotivismo y reivindica la primacía de la razón. La emoción no se niega, pero sin argumentos no hay diálogo ni libertad. En línea con Aristóteles y Quintiliano, recuerda que el humanismo es rigor y disciplina, no concesión sentimental.
Estas entrevistas finales son contrapunto decisivo. Frente a la solemnidad ensayística, en ellas hablan dos humanistas de carne y hueso. Demuestran que el humanismo no es un polvoriento relicario, sino experiencia encarnada y compromiso vivo. Gracias a esas voces, el banquete se cierra como un auténtico convivium: no sólo los clásicos, también sus herederos comparten mesa y memoria.
El banquete de los humanistas es más que antología, es manifiesto contra la amnesia cultural y el nihilismo. Los clásicos aparecen como pharmakon frente a la barbarie y la simiente de perdición que ofrece el futuro. Kierkegaard recordaría que el hombre, en su huida de la tradición, se pierde en la nada. Sólo lo eterno salva lo humano. Este banquete invita a sentarse con los clásicos, a dialogar con ellos, a nutrirse de su eternidad. El verdadero convivio no es erudición, sino eternidad compartida: sólo quien conversa con lo eterno puede resistir la desesperación del tiempo.
El banquete de los humanistas. Un brindis por los clásicos. Sevilla, Cypress Cultura, 2025.
FUENTES
François-René de Chateaubriand
TEMAS
Tradición y fuentes del humanismo
[γνωθι σεαυτόν] Historia del precepto délfico: de Sócrates a Minucio Félix
De los dioses antropomorfos grecorromanos al hombre teomorfo cristiano
Las razones del humanismo contra la ciencia: el caso de Sócrates
Platón y el destino del hombre
La naturaleza dual del hombre en el Asclepio
La idea renacentista de Antigüedad cristiana
La impronta cristiana en el concepto de dignitas hominis en el Renacimiento italiano
"Guiados por gracia celestial": el humanismo cristiano y el legado grecolatino
La batalla del ciceronianismo en el Renacimiento italiano
La cultura del parricidio. La Modernidad contra la tradición
Humanismo renacentista y humanismo marxista
Humanismo y tradición a la luz de la hermenéutica
Del anti-humanismo al humanismo del otro hombre
OBRAS Y AUTORES
Cicerón, padre del concepto humanitas
El humanismo de Publilio Siro en sus sentencias
Petrarca, ¿humanista cristiano?
Salutati y la naturaleza de la sabiduría humana
Juan de Lucena y el De vita beata
Janus Readers: los lectores de Panonio
La noción de la felicidad del hombre en el Palinurus de Maffeo Vegio
Marsilio Ficino, de la miseria del hombre al amor de Dios
Ficino: religión cristina y teología humanista
Erasmo: "Monachatus non est pietas"
Rudolph Agricola, "padre" del humanismo germánico
Castellio y la idea de tolerancia en el siglo XVI
En torno a los diálogos de Antonio Brucioli
Comenius y la disciplina de hacerse humano
Los Discursos filosóficos sobre el hombre, de Juan Pablo Forner
REFLEXIONES
Entre el suelo y el cielo. Retorno al humanismo
Sobre la utilidad y el perjuicio del saber para la vida
Rehumanismo contra antropoclastia. Diez notas distintivas del hombre
Razón humanista frente a ideología humanitaria
Conocimiento y dignidad humana en el siglo XXI
Posthumanismo: el suicidio asistido de Europa
En defensa del viejo humanismo
ENTREVISTAS
RESEÑAS
La apertura del saber a lo eterno: De su ignorancia y la de muchos
Lorenzo Valla, Sobre el verdadero y el falso bien
De la autonomía a la providencia: La naturaleza del hombre
Al rescate de la Edad Media: Un tiempo entre luces
Petrarca nuevamente intempestivo: Remedios para la vida
Por la educación hacia la libertad: Sobre la juventud, de Fox Morcillo







