Los humanismos del Quijote



Texto de la ponencia pronunciada por Antonio Barnés en el curso del I Congreso Nacional de Humanistas, celebrado en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid en marzo de 2023, organizado por el Departamento de Filologías Hispánicas y Bibliografía.





La relación del Quijote con el humanismo es tan estrecha que sin él no existiría la novela. Afirmación paradójica porque el Quijote es la única novela cervantina [1] que no sigue un patrón grecolatino, supuestamente el más propio del humanismo. La primera ficción de Cervantes, La Galatea (1570), es una novela pastoril, género que se retrotrae al helénico Teócrito y al romano Virgilio; y Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617) camina por la estela de la novela griega Teágenes y Clariclea de Heliodoro. Pero el Quijote, según su autor en el prólogo de la primera parte, “todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón”;[2] es decir, no ha de respetar ningún canon preceptista grecolatino. Entonces, ¿de dónde la filiación humanista de la obra maestra cervantina? El Quijote es una puesta en escena, una novelización, de las críticas que los humanistas venían haciendo a los libros de caballerías. Por tanto, es humanista por su perspectiva, por su propósito, por su fin. Los humanistas que criticaban el género caballeresco no lo hacían solo por el contenido de las novelas, por su moralidad, sino también por su factura literaria, como se puede comprobar en los discursos de algunos personajes del propio Quijote, en los que desde una orientación aristotélico-horaciana se debaten aspectos como la verosimilitud de tales obras.

El humanismo inspira el Quijote, primera novela moderna; vale decir: el humanismo está en la raíz de la modernidad literaria.

El Quijote está plenamente inserto en la tradición clásica. He contabilizado 1.274 referencias al universo grecolatino en la obra: 531 en la primera parte, y 743 en la segunda.[3] Pero ¿cómo es posible que los antiguos hayan engendrado a los modernos? ¿Acaso los clásicos han dado a luz a los románticos, quienes apreciaron notablemente el Quijote?

Aunque la pregunta quizás debe ser otra: ¿Por qué la baja modernidad y la Edad Contemporánea están atravesadas por la dicotomía entre antiguos y modernos, entre tradición y progreso? El Quijote es un mentís a esa dialéctica: no hay tradición sin progreso ni progreso sin tradición. Y porque un humanismo equilibrado no mata lo moderno, sino que lo ilumina. Judeocristianismo y grecolatinidad son raíces del tronco europeo. Y el humanismo es una síntesis lograda de ambas raíces. Recapitulación entre las dos es también el Quijote. Las síntesis vivifican; los análisis matan. En el Quijote se verifica un combate entre la literatura caballeresca, medievalizante, y la literatura de corte humanista. Vence el humanismo: don Quijote recupera la cordura, pero la victoria es pírrica: don Quijote muere al poco tiempo.

Cervantes no es maniqueo y reconoce los valores de la literatura caballeresca, no solo porque ha provocado un personaje tan entrañable como don Quijote, sino porque

la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria: que la épica tan bien puede escrebirse en prosa como en verso. (I, 47)

Ahora bien, la relación entre humanismo y el Quijote es aún más estrecha. En la Edad Media, eclesiásticos y nobles ponen en marcha el motor de la literatura española (y aun de las europeas). Y una vez en marcha, el humanismo hace madurar esa maquinaria literaria, alentando obras maestras: Celestina, Lazarillo… Los autores eclesiásticos y nobles escriben a menudo al servicio de un determinado fin: la enseñanza, la glorificación militar… El humanismo, en cambio, aporta el interés por la literatura en sí misma, lo cual no significa que se renuncie a la paideia, a la educación, sino que se afianza la alianza del verum y el bonum con el pulchrum. El humanista comprende que la belleza es imprescindible compañero de viaje de lo verdadero y de lo bello.

Los humanistas repristinan la literatura grecolatina y, al hacerlo, dignifican las nacientes literaturas nacionales. Cuando se penetra en la Chiesa di Santo Spiritu florentina al otro lado del Arno, se visualiza una recuperación triunfante de las formas clásicas por obra de Brunelleschi. Esto es el humanismo: una recuperación triunfante de las formas clásicas, y, con las formas: los conceptos, los símbolos, las metáforas. Occidente nace de una polifonía grecolatina y judeocristiana, siendo el latín la koiné. El latín había sido helenizado sin perder su latinidad y había asumido la biblia hebrea y griega por manos de San Jerónimo. El latín, así, se convierte en la lengua más polifónica de la historia, pues a través de ella viajan in occulto las lenguas griega y hebrea. Al dignificar el latín, los humanistas relanzan su polifonía. Y si el latín había sido la falsilla de las lenguas y literaturas medievales europeas, ahora será el pabilo que encienda la hoguera de las literaturas modernas en la misma área cultural.

El Quijote es un libro sobre la lectura, la escritura, la literatura, el influjo de la lectura en los lectores, reflexión literaria sobre la propia literatura que no podría darse sin el humanismo. La literatura libresca que va a caracterizar el barroco y la literatura posterior no existiría sin el humanismo. La hermenéutica profana, que no es otra cosa que la teoría y crítica literaria modernas, no se habrían dado sin el humanismo.

El Quijote es un libro sobre la lectura, los libros y la literatura, de modo parecido a esas películas que versan acerca del cine o aquellas pinturas —Las Meninas, por ejemplo— que representan el arte de pintar. Así, la cinta La rosa púrpura de El Cairo trata sobre los efectos del cine en los espectadores y el soneto de Lope de Vega: Un soneto me manda hacer Violante se recrea en el propio acto de componer sonetos. La invención de la imprenta en el siglo XV permitió progresivamente la multiplicación de los libros y el surgimiento de un público lector, sin lo cual no podría haberse escrito la historia de un hidalgo rural que ha reunido una voluminosa biblioteca, se ha enfrascado en la lectura y se ha fascinado con los libros. Algo semejante sucede en la actualidad con internet: una revolución transformadora de nuestros hábitos cognitivos y vitales que seduce. […] El comienzo de la novela presenta la conversión del personaje-hidalgo en personaje-caballero. Novela especular, (si la literatura es cierto espejo de la realidad, plano, cóncavo o convexo, con capacidad casi infinita de transformación); el Quijote introduce el espejo dentro del propio texto hasta el punto de que los lectores contemplan los efectos de la lectura en un personaje de ficción. Don Quijote se transforma así en un ente doblemente literario por ser producto de la metamorfosis de un personaje anterior. ¿Cabe mayor homenaje a la escritura, los libros, la literatura y la lectura? Frente a Las Meninas nos sentimos tentados de volver la cabeza, pues el pintor nos está mirando desde el cuadro en cuyo fondo hay un espejo con personas reflejadas supuestamente presentes a nuestro lado. Las Meninas envuelve a sus espectadores en el cuadro porque es un lienzo sobre personas que posan para ser pintadas. Pintura sobre el acto de pintar; cuadro en que aparece el propio cuadro pintándose, el lienzo que pinta Velázquez es el mismo cuadro donde está pintado el pintor en el acto de pintar. Algo semejante ocurre en el Quijote. Leemos un libro en el que el protagonista sufre una metamorfosis inducida por la lectura: la acción que, precisamente, está acometiendo el desocupado lector. ¿La metamorfosis de don Quijote es un aviso para navegantes de lo comprometido de la lectura? ¿Se inspiraría Kafka en este comienzo para su famosa Metamorfosis? ¿Tuvo presente el autor del Quijote las Metamorfosis de Ovidio para componer su obra? No es tema baladí, pues el hombre es un ser metamórfico, y la literatura podemos definirla como conjunto abierto de discursos orales o escritos con los que el ser humano crea espacios —no sometidos a las leyes físicas— para ampliar sus posibilidades de conocer, amar y disfrutar, más allá de lo puramente sensible. Estos mundos virtuales literarios, en flujo y reflujo continuo, que permiten al hombre reconocerse, interpretar, evadirse, transformarse y transformar, ensanchan las coordenadas existenciales de autores, oidores y lectores. El poder transformador de la literatura es mayor de lo que suele suponer una concepción que reduzca su fin al deleite. La metamorfosis de Alonso Quijano en don Quijote, que al principio solo contempla el lector, se irá desvelando a otros personajes de la novela: sobrina, ama, cura, barbero, venteros… El secreto que solo conocía el lector sale a la luz progresivamente, de modo que el lector queda envuelto entre don Quijote y los demás personajes: en cierto modo el lector queda encerrado en el libro.

Cervantes, a caballo entre los siglos XVI y XVII, se ubica en una época de concentración y explosión del saber. Como en el periodo alejandrino o en la escolástica medieval, —fases también librescas—, el conocimiento se acumula, se medita, y se logran encajar muchas piezas en el rompecabezas, se atan cabos, se lee entre las ideas y las cosas: leer entre, inter-legere, preposición y verbo latinos de los que deriva la palabra inteligencia. Es un momento histórico en que la acumulación de datos abre sus puertas a las interpretaciones, se hace posible un canon (una valoración de los textos), y se incita a la reflexión sobre el conocer y la creación artística. El Renacimiento había traducido la literatura de Grecia y Roma y ahora podía pensarse con más relieve, con categorías grecorromanas y humanísticas, con parámetros antiguos, medievales y modernos, en los que confluían tradiciones occidentales y orientales, indoeuropeas y semíticas. Tras un siglo largo de imprenta, se estaba en óptimas condiciones de escribir sobre la escritura, de pensar sobre el pensamiento, de pintar sobre la pintura. Como en una montaña rusa, el coche del conocimiento había subido despacio hasta una elevada altura, y ahora bajaba a toda velocidad. En esta coyuntura, lo difícil es no salirse de la vía, poseer la suficiente mesura para controlar la velocidad. Se precisa mucho temple, —el caso de Cervantes— para no descarrilar. El autor del Quijote, de tradición humanista, apuesta por la razón. Una razón práctica que se alimenta del entendimiento especulativo y que se llama discreción, cordura o prudencia. Pero otra tendencia europea, quizás por influjo del fideísmo luterano, desconfiaba de la razón y se iba entregando con armas y bagaje a las matemáticas y a la experimentación.

El humanismo había alimentado un corpus abierto de ideas antropocéntricas no hostiles a la trascendencia. Su método de conocimiento (y su género literario estrella) era el diálogo. Confiaba en la razón, y asumía la grandeza y la miseria humana con realismo. A esta estirpe pertenece Cervantes. Las filosofías racionalistas y empiristas, por su parte, confiarán en la razón matemática. Edificarán sistemas (cerrados) more geometrico y usarán el ensayo o el tratado filosófico para sus razonamientos. La prudencia, virtud del entendimiento práctico, será sustituida por la calculadora y el tubo de ensayo. Las ciencias humanas se postrarán ante las exactas y experimentales y, ya en lontananza, el positivismo descriptor inundará los studia humanitatis, a riesgo de deshumanizarlos. Más adelante, la Ilustración se entregará a la acción, usará el ensayo, el panfleto y el periódico al por mayor. Se consagrará la información fragmentada, provisional y reduccionista como vía de conocimiento. La contemplación quedará desacreditada, la prudencia arrumbada y, como dice Hegel, la lectura de periódicos pasará a ser la oración de la mañana del hombre moderno.[4]

En su estructura profunda, el Quijote es obra del humanismo; y en su estructura superficial aflora este de diversos modos, entre los que destaca la recepción del humanismo en varios personajes. Cinco aparecen representados: un humanismo equilibrado, en el elogio de la poesía de don Quijote (II, 16); otro burgués encarnado por don Diego, el caballero del Verde Gabán (II, 16); de exaltado puede calificarse el de su hijo don Lorenzo (II, 16). Finalmente podríamos hablar de dos humanismos que, en cierto modo, son caras de una misma moneda: el pedante del primo de Basilio (II, 22, 24) y el erudito y preceptivo de los eclesiásticos: “gremio de la discreción” (I, 6-7; 47-48; II, 3-4). Estas diversas versiones del humanismo reflejan la libertad y la variabilidad de la mente y el carácter humanos.

La condición burguesa o exaltada de padre e hijo se patentiza en esta confidencia de don Diego de Miranda a don Quijote:

—Yo, señor don Quijote —respondió el hidalgo—, tengo un hijo, que, a no tenerle, quizá me juzgara por más dichoso de lo que soy, y no porque él sea malo, sino porque no es tan bueno como yo quisiera. Será de edad de diez y ocho años; los seis ha estado en Salamanca, aprendiendo las lenguas latina y griega, y cuando quise que pasase a estudiar otras ciencias, halléle tan embebido en la de la poesía (si es que se puede llamar ciencia),[5] que no es posible hacerle arrostrar la de las leyes, que yo quisiera que estudiara, ni de la reina de todas, la teología. Quisiera yo que fuera corona de su linaje, pues vivimos en siglo donde nuestros reyes premian altamente las virtuosas y buenas letras, porque letras sin virtud son perlas en el muladar. Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto o no en tal epigrama; si se han de entender de una manera o otra tales y tales versos de Virgilio. En fin, todas sus conversaciones son con los libros de los referidos poetas, y con los de Horacio, Persio, Juvenal y Tibulo, que de los modernos romancistas no hace mucha cuenta; y con todo el mal cariño que muestra tener a la poesía de romance, le tiene agora desvanecidos los pensamientos el hacer una glosa a cuatro versos que le han enviado de Salamanca, y pienso que son de justa literaria. (II, 16)

La respuesta de don Quijote a estas reflexiones paternas constituye la carta magna del humanismo de la novela, lo que permite calificar al caballero como un humanista equilibrado, denominación correspondiente al don Quijote cuerdo, no al que desbarra cuando su mente desborda del universo caballeresco. Sus palabras rezuman humanismo por los cuatro costados:

—Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y, así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida. A los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia, no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso, y cuando no se ha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante que le dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado; y aunque la de la poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar a quien las posee. La poesía, señor hidalgo, a mi parecer es como una doncella tierna y de poca edad y en todo estremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener el que la tuviere a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera, si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables tragedias o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde, que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo. Y, así, el que con los requisitos que he dicho tratare y tuviere a la poesía, será famoso y estimado su nombre en todas las naciones políticas del mundo. Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doime a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es esta: el grande Homero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino; en resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las estranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y siendo esto así, razón sería se estendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno que escribe en la suya. Pero vuestro hijo, a lo que yo, señor, imagino, no debe de estar mal con la poesía de romance, sino con los poetas que son meros romancistas, sin saber otras lenguas ni otras ciencias que adornen y despierten y ayuden a su natural impulso, y aun en esto puede haber yerro, porque, según es opinión verdadera, el poeta nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natural sale poeta, y con aquella inclinación que le dio el cielo, sin más estudio ni artificio, compone cosas, que hace verdadero al que dijo: «Est Deus in nobis», etc. También digo que el natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se aventajará al poeta que solo por saber el arte quisiere serlo: la razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta. Sea, pues, la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama, que siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las ciencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mesmo subirá a la cumbre de las letras humanas, las cuales tan bien parecen en un caballero de capa y espada y así le adornan, honran y engrandecen como las mitras a los obispos o como las garnachas a los peritos jurisconsultos. Riña vuesa merced a su hijo si hiciere sátiras que perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas; pero si hiciere sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los vicios en general, como tan elegantemente él lo hizo, alábele, porque lícito es al poeta escribir contra la invidia, y decir en sus versos mal de los invidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna; pero hay poetas que, a trueco de decir una malicia, se pondrán a peligro que los destierren a las islas de Ponto. Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos; y cuando los reyes y príncipes veen la milagrosa ciencia de la poesía en sujetos prudentes, virtuosos y graves, los honran, los estiman y los enriquecen, y aun los coronan con las hojas del árbol a quien no ofende el rayo, como en señal que no han de ser ofendidos de nadie los que con tales coronas veen honradas y adornadas sus sienes. (II, 16)

Sus palabras se sustentan sobre una condición, como subraya José Antonio Maravall:

De ese héroe por cuyas venas circula sangre de humanismo y en cuyo espíritu, por ese solo hecho, encuentran resonancias el esfuerzo guerrero, el amor platónico, la belleza del campo, la dignidad de las letras, la vida interior, es forzosamente mucho más compleja toda posible interpretación. El enriquecimiento de esa vida nueva, de cuya corriente el hombre moderno bebió por primera vez en la fuente de Petrarca, dificulta y, en la misma medida, hace más interesante la comprensión de la extremada hazaña del caballero don Quijote.[6]

Para certificar el pedantismo del primo de Basilio basta escuchar alguno de sus disparates:

En el camino preguntó don Quijote al primo de qué género y calidad eran sus ejercicios, su profesión y estudios, a lo que él respondió que su profesión era ser humanista; sus ejercicios y estudios, componer libros para dar a la estampa, todos de gran provecho y no menos entretenimiento para la república, que el uno se intitulaba el de las libreas, donde pinta setecientas y tres libreas, con sus colores, motes y cifras, de donde podían sacar y tomar las que quisiesen en tiempo de fiestas y regocijos los caballeros cortesanos, sin andarlas mendigando de nadie, ni lambicando, como dicen, el cerbelo, por sacarlas conformes a sus deseos e intenciones. (…) Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, o Ovidio español, de in-vención nueva y rara[7], porque en él, imitando a Ovidio a lo burlesco, pinto quién fue la Giralda de Sevilla y el Ángel de la Madalena, quién el Caño de Vecinguerra de Córdoba, quiénes los Toros de Guisando, la Sierra Morena, las fuentes de Leganitos y Lavapiés en Madrid, no olvidándome de la del Piojo, de la del Caño Dorado y de la Priora; y esto, con sus alegorías, metáforas y translaciones, de modo que alegran, suspenden y enseñan a un mismo punto. Otro libro tengo, que le llamo Suplemento a Virgilio Polidoro, que trata de la invención de las cosas, que es de grande erudición y estudio, a causa que las cosas que se dejó de decir Polidoro de gran sustancia las averiguo yo y las declaro por gentil estilo. Olvidósele a Virgilio de declararnos quién fue el primero que tuvo catarro en el mundo, y el primero que tomó las unciones para curarse del morbo gálico, y yo lo declaro al pie de la letra, y lo autorizo con más de veinte y cinco autores, porque vea vuesa merced si he trabajado bien y si ha de ser útil el tal libro a todo el mundo. (II, 22)

Sancho Panza dicta sentencia contra este humanismo, y don Quijote la reafirma: "para preguntar necedades y responder disparates no he menester yo andar buscando ayuda de vecinos".

—Más has dicho, Sancho, de lo que sabes —dijo don Quijote—, que hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que después de sabidas y averiguadas no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria. (II, 22)

Sobre el humanismo preceptista de los clérigos, ya hemos ofrecido una muestra.

El humanismo supone una síntesis lograda de dos veneros que a la postre son cuatro: judaísmo, cristianismo, helenismo y romanismo. Esa pluralidad de fuentes conforma un concierto polifónico situado en el corazón de la civilización europea desde su inicio en el periodo alejandrino, en el que la Grecia conquistada cautivó (culturalmente) a su fiero vencedor y en que se tradujo la Biblia al griego, la Septuaginta. La era cristiana añadió un nuevo instrumento que, a la postre, y desde la antigüedad tardía se transforma en director de orquesta. El cristianismo, que había nacido del judaísmo, con el que comparte la Biblia, mantendrá un intenso diálogo con la cultura grecolatina a través de los padres de la Iglesia. Fruto maduro de este diálogo será la Summa theologiae de Santo Tomás, jalón del humanismo para Werner Jaeger, por integrar en su edificio abundante material aristotélico.

La polifonía cultural europea es integración, no confusión. Es una polifonía admirable, una síntesis lograda, madura, no sistemática, abierta al misterio. La época humanista, coincidente con la del parto de las literaturas nacionales, contará con una nodriza de excepción: la lengua latina y su literatura. En el caso español, durante el Renacimiento, la literatura tradicional, nacida en la Edad Media, convive con una literatura italianizante, renacentista, humanista.

El Quijote, obra de inicios del XVII, nace en un momento de madurez, y expresa esa polifonía entre lo medieval y lo moderno. Como la Divina comedia expresa de modo admirable el esplendor bajomedieval, el Quijote es obra maestra del esplendor de la alta modernidad. Y así como tras Dante advienen los primeros chispazos del Renacimiento, ruptura con lo medieval; poco después del Quijote sobreviene la semilla de la fractura entre la modernidad y la tradición: el cogito y la tabula rasa cartesianos. La querella de antiguos y modernos elevará a debate cultural esa avanzadilla cartesiana; el neoclasicismo renegará del barroco, y el Romanticismo hará lo propio con el neoclasicismo. La explosión de la Revolución francesa trasladará a la política y a la sociedad este conflicto, consagrando lo que Octavio Paz denominará “tradición de la ruptura”.

Asistimos quizás ahora a los estertores de esta tradición que, como no puede ser de otra manera, se fagocita a sí misma. Esta cultura de la cancelación, ahíta de un monismo asfixiante, un materialismo dogmático, empobrecedor, impregna el debate político e intelectual de maniqueísmo, reduccionismo, simplismo. Desde el Quijote cabe reivindicar la polifonía de las raíces europeas, de la síntesis humanista.


NOTAS


[1] Menéndez Pelayo no dudó en calificar de humanista a Cervantes: “[Por] esta humana y aristocrática grandeza de espíritu que tuvieron todos los grandes hombres del Renacimiento, […] fue humanista más que si se hubiese sabido de coro toda la antigüedad griega y latina”. (“Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del Quijote”, reed. en San Isidro, Cervantes y otros estudios. Buenos Aires-México, Espasa-Calpe, 1947, p. 81).


[2] Los textos del Quijote proceden de Cervantes, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, edición del Instituto Cervantes dirigida por Rico, F. Barcelona, Instituto Cervantes-Crítica. 1999.


[3] Barnés Vázquez, A., Yo he leído en Virgilio. La tradición clásica en el Quijote. Vigo, Academia del Hispanismo, 2009.


[4] Barnés Vázquez, A., Los amores del Quijote. Teconté, Madrid, 2015. Ver capítulo “De Alonso a don Quijote”.


[5] Esa misma queja [de don Diego] demuestra, por otra parte, el escaso vuelo intelectual de don Diego y su ramplón pragmatismo. (nota a pie de Cervantes, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, edición del Instituto Cervantes dirigida por Rico, F. Barcelona, Instituto Cervantes-Crítica. 1999.


[6] Maravall, J. A., Utopía y contrautopía en el Quijote, Visor libros, Madrid, 2006, p. 15.


[7] Montero Reguera, J., «Los clásicos en el Siglo de Oro: Ovidio en tres pasajes cervantinos», Estudios segovianos (Núm. homenaje al Excmo. Sr. D. Juan de Contreras y López de Ayala, marqués de Lozoya), XXXV, 1994, p. 787: “El párrafo se inserta en un texto que critica la erudición vacía, pedantesca, sin sentido ni provecho, empleada en búsquedas absurdas. Se vuelve de nuevo –me parece- al ambiente de crítica cervantina que se puede encontrar también en los sonetos burlescos y prólogo del Quijote de 1605”.