Ambroise Paré y el hombre como imagen de la esencia divina


Ambroise Paré (Bourg-Hersent, 1510–París, 20 de diciembre de 1590), reconocido sobre todo en su faceta de cirujano e investigador de la anatomía humana, fue un humanista en el más amplio sentido del término pues, a su pericia profesional, su voraz afán de saber y sus conocimientos técnicos y científicos, unió una dimensión reflexiva sin la cual nos encontraríamos, simplemente, ante un hombre de enorme talento práctico. En el raro y apenas citado Libro de los animales y de la excelencia del hombre, compuesto en 1579 y cuya redacción definitiva data de 1585, expone una síntesis de su antropología filosófica, en la cual retoma mucho de los topoi clásicos acerca de la dignitas hominis, ornándolos con oportunos comentarios y sapientes interpretaciones que convierten este texto, no solo en una referencia para los estudiosos del Renacimiento europeo, sino también en un documento de gran valor histórico acerca de una época en la que, todavía, el científico se sentía compelido a poseer una visión acerca del ser humano y de su puesto en el cosmos, sin necesidad de oponerlo a la divinidad, sino orientándolo en todo momento hacia ella, a cuya imagen y semejanza ha sido creado. La traducción ha corrido a cargo de José Luis Trullo.



XXII. CÓMO EL HOMBRE ES MÁS EXCELENTE Y PERFECTO QUE EL CONJUNTO DE TODAS LAS CRIATURAS

Ahora procederemos a deducir la gran excelencia del hombre, pues Dios, autor del universo y que goza de una grandeza admirable, no le dotó de ciertas comodidades como sí hizo con los animales, sabiendo que la inteligencia podría proveerle de aquello que la naturaleza le había negado. Y es que, a pesar de venir desnudo a la vida, y sin arma ninguna (lo cual no les ocurre a las bestias, que poseen cuernos, colmillos, uñas, garras, pelos, plumas o escamas), para su gran provecho y ventaja está dotado de entendimiento y vestido de razón, cifrando su defensa, no en el cuerpo, sino en el espíritu, de manera que, aunque carezca de la fuerza o la envergadura de las fieras, de la firmeza de sus cuernos, o de la masa de carne y hueso de la que están compuestos, no pueden por ello impedir ser domados, capturados o sojuzgados por el poder y la autoridad del hombre. En él hallamos la religión, la justicia, la prudencia, la piedad, la modestia, la clemencia, el valor, la astucia, la fe y tantas virtudes diversas que no se dan en los animales y que veremos a continuación.

Todo lo que hemos escritos acerca de la naturaleza de las bestias no lo hemos hecho para proporcionar material a los naturalistas, epicúreos y ateos, que carecen de Dios, para concluir que no hay ninguna diferencia entre los hombres y las bestias, sino para mostrar al hombre que no existe otro modo de glorificarse que en Dios, pues nada de lo que hemos dicho acerca de los animales y el hombre puede compararles, ya que este tiene en sí mismo todo lo que puede estimarse como excelente entre todos los demás animales, y es más perfecto que ninguno de ellos. Y es que, comoquiera que ha sido creado a imagen de Dios, no es posible borrar de él esta imagen sin que permanezca algún rasgo del poder, la sabiduría y la bondad de Dios, su creador. Y, por mucho que se trate de una criatura bastante débil y frágil, en comparación con ciertos animales, en honor a la verdad estos no pueden comparar su poder ni su fuerza con la del hombre, ya que Dios ha impreso en él una marca de su poder de la que carecen los demás animales, por lo que se ven obligados a temerle y obedecerle. A pesar de lo que pueda parecer por lo que hemos dicho anteriormente, que todos los animales están dotados de razón, de acuerdo con Lactancio esta les ha sido otorgada tan solo para la conservación de su vida corporal, mientras que en el caso del hombre es para la de la vida eterna. Y dado que esta razón es perfecta en el caso del hombre, se manifiesta en él en forma de sabiduría e inteligencia, permitiéndole así comprender los asuntos divinos; en esto coincidía Cicerón cuando afirmó que todas las especies animales tienen algún tipo de conocimiento, pero que únicamente el hombre tiene conocimiento de Dios. Es la razón la que le confiere su excelencia, así como las palabras, y las manos; y gracias a estas tres prerrogativas, lo ha separado de los demás animales y dotado de una naturaleza más singular que la de otras criaturas. En primer lugar, gracias a la razón ha encontrado las cosas que le son más necesarias. Ha impuesto un nombre a todas las cosas, inventado las letras, concebido las artes mecánicas y liberales hasta ser capaz de medir la tierra y el mar, reducir por instrucción la amplia masa del cielo y la gran variedad de los astros, así como la sucesión de los días y las noches, los meses y los años, renaciendo sin cesar, y la observación de las estrellas y del poder que ejercen sobre nosotros. Ha escrito las leyes y forjado todos los instrumentos de las artes. Ha expuesto por escrito las memorias y especulaciones de los filósofos, hasta tal punto que gracias a este medio ahora podemos hablar y discurrir con Platón, Aristóteles y otros autores antiguos.


XXIII. EL HOMBRE TIENE UN CUERPO INERME

Ahora bien, comoquiera que el hombre tiene un cuerpo inerme, desprovisto de armas, así su alma carece de artes. Para compensarlo por su desnudez y vulnerabilidad, dispone de manos, y en lugar de las artes del alma, posee la razón y la palabra; y al estar dotado de estas tres aptitudes puede armar su cuerpo para hacer frente a cualquier situación y enriquecer su alma con todo tipo de artes y ciencias.

Ahora bien, si dispusiera de algunas armas naturales, se habría limitado a ellas; del mismo modo, de haber gozado de algún arte ingénito, no se habría preocupado por desarrollar otros nuevos. De manera que, para evitar que pudiera valerse de cualquier arma o cualquier arte, la Naturaleza no le dotó ni de la una, ni del otro; por ello Aristóteles afirma, con cierta gracia, que la mano es el instrumento que sobrepasa a todos los demás. De manera análoga, alguien podría decir, imitando al estagirita: la razón es un arte que sobrepasa a todas las demás. Y así como la mano es el instrumento más noble, dado que con ella puede forjarse cualquier otro que necesite, pues no se parece a ninguno de ellos, del mismo modo la razón y la palabra, al no consistir en ningún arte en concreto, los comprende naturalmente a todos. Por este motivo, la razón es un arte que supera a todos los demás. El hombre, pues, es el único animal que está provisto de un arte más excelente que el resto, a saber, la razón, así como del instrumento más noble que existe, a saber, la mano.

Y así el hombre, único animal divino de los que existen sobre la tierra, tiene por únicas armas defensivas las manos, que le sirven para todo tipo de usos, y no menos útiles en la guerra que en la paz. No precisa de cuernos, como los toros, ni de colmillos, como los jabalíes, ni de pezuñas, como el caballo, ni de otras armas como poseen las bestias, pues con sus manos puede proveerse de armas aún mejores, como una pica, una espada, una alabarda, una partesana, que son armas más ventajosas, que cortan y perforan con mayor facilidad que los cuernos y los colmillos. Tampoco tiene necesidad de pezuñas como el caballo, pues una piedra o una palanca asestan un golpe más efectivo. Por otro lado, los animales no pueden utilizar sus cuernos o sus pezuñas más que a poca distancia; los hombres, en cambio, hacen uso de sus armas de cerca y de lejos, como de un arcabuz, una honda o una flecha, o de una palanca de manera más cómoda que un cuerno. “Pero el león es más rápido y ligero que el hombre”, dirá alguno. Y bien, ¿qué se deduce de ello? Pues que el hombre, con sus manos y su inteligencia, tras domar al caballo, animal más rápido que el león, lo monta, persigue y da caza al león, que debe retroceder y emprender la huida, pudiendo el hombre perseguirlo a lomos de su caballo y abatirlo con una partesana, una pistola u otra arma que desee. Dispone el hombre de un sinfín de medios para protegerse de otros animales; no se protege únicamente con una armadura, sino también con una casa, una torre o una muralla. Forja todas las armas con sus manos: teje una cota de mallas, lanza y recoge una red y elabora todo tipo de artilugios con mayor comodidad que los animales, y por el poder que le ha concedido Dios, su creador, domina a los que viven sobre la tierra: así, carga al elefante y consigue que le obedezca, pero también a los que habitan en el mar, como ese monstruo grande y horrible, la ballena, a la que da muerte y arrastra hasta la orilla. Del mismo modo ocurre con los que se mueven por el aire, pues el volar no salva al águila del hombre, por muy lejos que tienda su vista. Por decirlo en una palabra: no existe bestia, por muy grandes que sean las fuerzas de su cuerpo o por muy agudos que tenga sus sentidos, a la que el hombre no supere. Esto queda avalado por lo que dijo el gran poeta divino:

"Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; 
le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies: 
ovejas y bueyes, todos juntos, y aun las bestias del campo, 
y las aves del cielo, y los peces del mar, que surcan las sendas de las aguas."
(Salmos, 8, 6-9)

 

XXIV. DE CÓMO DIOS SE HA MOSTRADO ADMIRABLE EN LA CREACIÓN DEL HOMBRE

Dios se ha mostrado admirable y excelente en la creación del hombre, así como en su providencia en lo que concierne a él. Y es que Él no se ha manifestado tan grande respecto a las bestias salvajes, las cuales no fueron creadas sino para servir al hombre. Bien podemos estimar cuán grande resulta respecto a los hombres, y qué deferencia le depara, y con cuántos mayores dones le ha dotado en comparación a las bestias salvajes, visto que los ha creado más excelentes que todas ellas. Y como obra maestra suya, ha querido que reluciera como una imagen de su majestad divina, incomprensible para el espíritu humano. Y es que no carece de sentido que algunos antigios le hayan llamado pequeño mundo [microcosmos] en razón de que, como ocurre en el gran mundo, todos las cosas relucen en él por el poder, la bondad y la sabiduría de Dios. Al crear al hombre, Dios hizo de él una obra maestra de una perfección excelente superior a la del resto, debido a las gracias que le otorgó. Algunos sabios de Egipto llamaron al hombre Dios terrestre, animal divino y celestial, mensajero de los dioses, señores de las cosas inferiores, familiar de las superiores y, por último, milagro de la naturaleza.


XXV. LA CAUSA DE POR QUÉ LOS HOMBRES NO PREVÉN COMO LOS ANIMALES

La causa de que los hombres no posean dicho sentimiento para percibir la mutación del tiempo, es porque poseen una prudencia natural según la cual juzgan las cosas de acuerdo con cierta capacidad distinta, en términos de espacio y tiempo, a la de los animales; por ello pueden sentirse felices en situaciones adversas y tempestuosas, tristes cuando hace un tiempo bueno y sereno, según sus propios aprensiones y afecciones en relación a sus asuntos. Las bestias, por su parte, son movidas a alegría o pena, no por juicio, como los hombres, sino según si la ocasión es favorable o desfavorable respecto a sus cuerpos, y de acuerdo con ello se relaja y abre aquello que antes estaba prieto y cerrado en ellos; es por ello que las bestias siguen la disposición del espacio y el tiempo, mostrando señales de lo que sienten en todo momento.

En lo que respecta a que los hombres toman prestada la voz de las bestias, ello no es para su descrédito, sino para su honra, pues se muestran superiores a ellas al poder imitar cualquier voz: ladrar como perros, maullar como gatos, gruñir como cerdos o mugir como toros. Y sobre lo de que los pájaros también cantan, no se puede comparar con los músicos, quienes son capaces de interpretar a coro una melodía sumamente agradable de escuchar incluso por reyes y príncipes, de un modo que ningún ave sería capaz de emular.

El hombre destaca no solo por encima de las bestias domésticas, sino también de las salvajes, incluidas las más exóticas, como elefantes, leones, osos, tigres, leopardos, panteras, cocodrilos y demás. 

Y por mucho que la ciencia de la medicina haya estudiado acerca de la naturaleza de los animales, es bien poca cosa respecto a lo que ellas son,  pues depende de lo que un único hombre puede llegar a averiguar, por poco que se haya documentado y deducido de su propia experiencia. Bien es verdad que los animales no toman los remedios para sus dolencias de los hombres, al carecer de entendimiento. Ahora bien, lo que se ha escrito acerca de los elefantes, que poseen alguna religión, no significa que adoren al sol y a la luna, o que posean el conocimiento de Dios, el cual solo lo posee el corazón del hombre, y no las bestias salvajes. Y es que, hablando en propiedad, los animales carecen de cualquier tipo de conocimiento de Dios, de quien procede toda luz y toda razón, habiendo sido reservadas exclusivamente al hombre. Y es que cuando el elefante se vuelve hacia el sol de manera que parece que lo adora, no lo hace en virtud de la inteligencia, ni de la fe, ni de la razón que le permitiría concluir que es su Dios, y que le debe honor y reverencia, sino que obedece a un instinto e impulso de la naturaleza, de acuerdo con los cuales intuye espontáneamente que el sol le conviene, sin pensar en lo que hace, pues es la naturaleza la que lo dispone, al carecer la bestia de religión. Y si se la atribuimos no es en un sentido propio, sino por un abuso del lenguaje, como una manera de hablar, y por similitud con el modo de comportarse de los elefantes.


XXVI. EL HOMBRE POSEE LA DESTREZA DE APRENDER CUALQUIER LENGUA

El hombre dispone de tal destreza, que no solo aprendre diversas lenguas que pertenecen a su especie, sino también la de los pájaros: es lo que vemos por experiencia en algunos buenos colegas, que comparan los cantos de las aves y las voces de las bestias, como dijimos más arriba, y entienden la jerga de numerosos animales.

En aval de esto, el filósofo Apolonio, el cual se mostró excelente en esta ciencia, al estar un día en compañía de numerosas amigos, vio dos gorriones posados sobre una rama, y a cierta distancia otro que empezó a gorjear, llevándoselos con él; al verlo, tanto él como todos los que le acompañaban, dijo Apolonio: “Ese pájaro ha anunciado a sus compañeros que un asno cargado de grano se ha caído cerca de la puerta de la ciudad, y todo el trigo se ha derramado por el suelo”. Quienes le oyeron quisieron comprobar si lo que decía era cierto, y se desplazaron hasta el lugar donde constataron que, en efecto, todo se estaba produciendo según lo anunciado, y los gorriones se encontraban comiendo los granos de trigo.

En lo que respecta a los cuervos, las urracas y otras aves, que hablan para disfrazar su trino y su gorjeo, y silban e imitan la voz humana, en realidad se limitan a repetir lo que han aprendido a lo largo del tiempo, y por mucho que parloteen, en realidad permanecen como bestias salvajes carentes de razón. Sin embargo, al hombre se le ha conferido la razon de manera natural para imponerse a los animales, mediante un deseo insaciable de saber y de aumentar su conocimiento más allá de la vida presente, indagando en los asuntos más elevados, divinos y celestiales. Este es sin duda un argumento a favor de que la naturaleza del hombre, y el alma de la que está dotado, es sumamente distinta que la de otros animales, la cual no puede ser conocida en absoluto. 

El hombre tiene en su alma tres poderes principales, los cuales deben concurrir necesariamente para consumar un acto loable y virtuoso, a saber: el entendimiento, la voluntad y la memoria, uno para comprender lo que hay que hacer, otro para ejecutarlo y la última, como tutora fiel, para conservar lo consumado y fijado en el entendimiento. Algunos filósofos la han denominado el tesoro de la ciencia, puesto que es como un gabinete en el cual se guarda todo aquello que vemos y aprendemos. Estos poderes y perfecciones son gracias singulares y dones especiales provenientes de la divina sabiduría del Espíritu Santo, que no les han sido concedidos a los animales.

En conclusión, el hombre es ingenioso, sabio, sutil, memorioso, pleno de juicio, excelente en su condición, y ha sido creado por el soberano Dios, siendo él el único entre todos los animales que está provisto de razón e inteligencia, de las cuales las bestias carecen, plasmándose en él una imagen de la esencia divina que no se halla en ninguna otra criatura.

(Ambroise Paré, “Des animaux et de l'excellence de l'homme”, 1585, cap. XXI-XXVII. Ouvres complètes, tomo III, París, Librarie de l’Académie Royale de Médicine, 1841, pp. 763-769. Edición en línea).