Las “Sentencias pitagóricas” de Leon Battista Alberti


Los Versos dorados, también conocidos como Versos áureos o Versos de oro, son una colección de exhortaciones morales tradicionalmente atribuidas a Pitágoras; representan una síntesis de las enseñanzas impartidas por el sabio griego, aunque nunca se ha podido verificar su autoría. Son 71 versos escritos en hexámetro dactílico. Debido a las diferentes influencias que se pueden percibir en algunos versos de la obra, actualmente se suele considerar que no salieron de la mano de una única persona sino de varios autores diferentes. Los orígenes exactos de los versos dorados son desconocidos y existen opiniones diversas respecto a su datación. Parece que los versos podrían haber sido escritos como muy pronto en el siglo III a. C. pero su existencia, tal y como los conocemos, no está confirmada antes del siglo V d. C. Los neoplatónicos utilizaron los versos como parte del programa preparatorio de instrucción moral y existe un cierto número de comentarios de dicha escuela a los mismos. Es célebre el comentario a los Versos de oro realizado por Hierocles de Alejandría, un escritor neoplatónico griego cuya actividad se desarrolló hasta alrededor del año 430; dicho comentario tuvo gran reputación durante la Edad Media y el Renacimiento, y hay numerosas traducciones a varias lenguas europeas. Aunque Hierocles nunca menciona el cristianismo en sus obras, sus escritos han sido considerados un intento de armonización de la tradición religiosa griega y las creencias cristianas que pudo haber encontrado en Constantinopla.

El humanista florentino Leon Battista Alberti (Génova, 1404-Roma, 1472) “recopiló y en parte imitó” (sic) estos versos y, según sus propias palabras, se los obsequió a sus sobrinos con motivo de la Navidad del año 1462. Esta versión personal y reestructurada se reproduce a partir de la edición publicada en 1871 por la Tipografía Cenniniana de Florencia (pp. 349-352), en traducción de José Luis Trullo. Su interés reside, sobre todo, en el modo en que un destacado humanista cívico florentino asume un legado espiritual de amplio calado en el contexto de una cultura en transformación que se plantea los márgenes en que debe discurrir la conducta personal y colectiva ante los cambios que se están produciendo en los albores de la Modernidad. Llama la atención el modo en que reorganiza los versos, ubicando en un primer momento aquellos que aluden directamente a la dimensión social, familiar y personal, cuando en el original comparecen más adelante; con ello, podemos apreciar esa hermenéutica específica, de un “aquí y ahora” perentorio, que preside cualquier recepción de la tradición; sin ese componente práctico, los textos del pasado se convierten en auténticos fósiles desvitalizados, objetos de museo reservados a la contemplación exenta y, a lo sumo, estética.

Tras la traducción al castellano del texto italiano de Alberti se reproducen tanto el original en griego de los Versos dorados como una versión directa del mismo publicada en el siglo XIX, a modo de complemento.

 

I. Por encima de todo, honra a Dios inmortal, como dispone tu Ley.


II. En esta materia, y por todos los medios, sigue y reverencia las instituciones de tu patria con palabras y con hechos.

 

III. Agrada a tus vecinos, ama a tus parientes, honra a los mayores. Respecto a los demás, actúa de manera que muchos aprecien tus virtudes, y compórtate como el más virtuoso de los amigos.

 

IV. Respecto a los amigos, quien menos se preocupa por ellos, más los necesita. Procura que tus gestos sean recatados, tus palabras mansas y tus actos útiles, y ganarás amigos.

Un pequeño error ajeno no merece que te prives a ti mismo de algo tan raro como un amigo: así pues, sopórtalo y modérate a ti mismo, de manera que, allí donde falte el poder, llegue la necesidad.

Para entablar una discordia se necesitan dos; para que perdure la concordia, basta con que uno sea sabio.

 

V. La virtud, madre de la felicidad, tiene entre los mortales el lugar de Dios; adórala.

 

VI. No hacer ni decir nada sin haberlo previsto antes, y en todo aquello que hagas o piensas, obedece a la razón, y muestra reverencia a ti mismo. De este modo, ni a escondidas ni a plena luz pecarás, y raramente tendrás que arrepentirte.

Va contra la razón montar en cólera, o hacer aquello que se desconoce, o algo que en el futuro no irá a mejor.

La ignorancia es una enfermedad detestable, enemigo fraudulento la voluptuosidad, execrable ser pendenciero. Padre, Dios óptimo y máximo, ¡ayúdanos a odiarlos y mantenernos a distancia de ellos!

 

VII. El exceso de deseo perturba los asuntos públicos, consume los privados.

Colmo del ansia, seguir el enfurruñamiento.

Arrepentirse con ira de la ira.

 

VIII. Dios ama a los buenos y ayuda a quien lo necesita.

Sal de casa a tus ocupaciones, y espera de Dios tanto como merezcas.

No des lo tuyo sin oportunidad ni medida, mas no lo retengas por avaricia.

 

IX. No tengas necesidad de grandes cosas, sino escasas y asequibles.

Sopesa tu saciedad y tu esfuerzo, y así no sufrirás molestia alguna.

 

X. Fábula popular es ficticia y falsa; combátela callando, y desmiente a los falaces obrando rectamente.

Mantente alejado cuanto puedas de la envidia.

 

XI. El último remedio contra la adversidad es sobrellevarla sin perturbarse.

Aspira a los bienes inmortales, y de los caducos usa una parte, conserva otra y deja que se pierda el resto.

 

XII. De las horas concedidas a los vivos, pedid perdón por las que no aprovecháis.

El ayer ya pasó, del mañana no hay certeza; vive, por tanto, en el ahora.

La muerte, término final de quien tiene vida, nunca desaprovechó a quien mal vive, ni fue dañina al que lo hizo bien.

 

XIII. Aquello que nos perturba es la inestabilidad de nuestros propósitos; y cuanto más consciente seamos de ello, tantos males nos ahorraremos.

Abonarse al bien es lo más adecuado para quien espera en Dios, y salir airoso.

 

XIV. Por la noche, antes de acostarte, revisa todo lo que hiciste y dijiste durante el día: alégrate por tus aciertos, tortúrate por tus errores. A Dios complace enormemente que te arrepientas del mal que has hecho y te complazcas del bien.

 

XV. En resumen, incluso con el hierro y con el fuego, expulsa y separa del cuerpo la enfermedad, del corazón la voluptuosidad, del ánimo la ignorancia, de tu casa la discordia, de la ciudad la sedición, y de todo ello y de cualquier otra cosa la intemperancia.

 

XVI. Por último, estima sin dudar tu propia alma, que es algo divino e inmortal.

Reléeme.

 

 

 

 

Versión en griego (Brill, Leiden/Nueva York/Colonia, 1995)

 

            Ἀθανάτους μὲν πρῶτα θεούς, νόμωι ὡς διάκεινται,

τίμα καὶ σέβου ὅρκον. ἔπειθ' ἥρωας ἀγαυούς

τούς τε καταχθονίους σέβε δαίμονας ἔννομα ῥέζων

σούς τε γονεῖς τίμα τούς τ' ἄγχιστ' ἐγγεγαῶτας.

5          τῶν δ' ἄλλων ἀρετῆι ποιεῦ φίλον ὅστις ἄριστος.

πραέσι δ' εἶκε λόγοισ' ἔργοισί τ' ἐπωφελίμοισι.

μηδ' ἔχθαιρε φίλον σὸν ἁμαρτάδος εἵνεκα μικρῆς,

ὄφρα δύνῆι· δύναμις γὰρ ἀνάγκης ἐγγύθι ναίει.

 

Ταῦτα μὲν οὕτως ἴσθι, κρατεῖν δ' εἰθίζεο τῶνδε·

10        γαστρὸς μὲν πρώτιστα καὶ ὕπνου λαγνείης τε

καὶ θυμοῦ. πρήξηις δ' αἰσχρόν ποτε μήτε μετ' ἄλλου

μήτ' ἰδίηι· πάντων δὲ μάλιστ' αἰσχύνεο σαυτόν.

εἶτα δικαιοσύνην ἀσκεῖν ἔργωι τε λόγωι τε,

μηδ' ἀλογίστως σαυτὸν ἔχειν περὶ μηδὲν ἔθιζε,

15        ἀλλὰ γνῶθι μέν, ὡς θανέειν πέπρωται ἅπασιν,

χρήματα δ' ἄλλοτε μὲν κτᾶσθαι φιλεῖ, ἄλλοτ' ὀλεσθαι.

ὅσσα δὲ δαιμονίαισι τύχαις βροτοὶ ἄλγε' ἔχουσιν,

ἣν ἂν μοῖραν ἔχηις, ταύτην φέρε μὴδ' ἀγανάκτει.

ἰᾶσθαι δὲ πρέπει καθ' ὅσον δύνηι, ὧδε δὲ φράζευ·

20        οὐ πάνυ τοῖς ἀγαθοῖς τούτων πολὺ Μοῖρα δίδωσιν.

 

Πολλοὶ δ' ἀνθρώποισι λόγοι δειλοί τε καὶ ἐσθλοί

προσπίπτουσ', ὧν μήτ' ἐκπλήσσεο μήτ' ἄρ' ἐάσηις

εἴργεσθαι σαυτόν. ψεῦδος δ' ἤν πέρ τι λέγηται,

πράως εἶχ'. ὃ δέ τοι ἐρέω, ἐπὶ παντὶ τελείσθω·

25        μηδεὶς μήτε λόγωι σε παρείπηι μήτε τι ἔργωι

πρῆξαι μηδ' εἰπεῖν, ὅ τί τοι μὴ βέλτερόν ἐστιν.

 

Βουλεύου δὲ πρὸ ἔργου, ὅπως μὴ μωρὰ πέληται·

δειλοῦ τοι πράσσειν τε λέγειν τ' ἀνόητα πρὸς ἀνδρός.

ἀλλὰ τάδ' ἐκτελέειν, ἅ σε μὴ μετέπειτ' ἀνιήσει.

30        πρᾶσσε δὲ μηδὲ ἓν ὧν μὴ ἐπίστασαι, ἀλλὰ διδάσκευ

ὅσσα χρεών, καὶ τερπνότατον βίον ὧδε διάξεις.

οὐ δ' ὑγιείας τῆς περὶ σῶμ' ἀμέλειαν ἔχειν χρή,

ἀλλὰ ποτοῦ τε μέτρον καὶ σίτου γυμνασίων τε

ποιεῖσθαι. μέτρον δὲ λέγω τόδ', ὃ μή σ' ἀνιήσει.

35        εἰθίζου δὲ δίαιταν ἔχειν καθάρειον ἄθρυπτον

καὶ πεφύλαξο τοιαῦτα ποιεῖν, ὁπόσα φθόνον ἴσχει.

μὴ δαπανᾶν παρὰ καιρὸν ὁποῖα καλῶν ἀδαήμων

μηδ' ἀνελεύθερος ἴσθι. μέτρον δ' ἐπὶ πᾶσιν ἄριστον.

πρᾶσσε δὲ ταῦθ', ἅ σε μὴ βλάψει, λόγισαι δὲ πρὸ ἔργου.

 

40        Μὴ δ' ὕπνον μαλακοῖσιν ἐπ' ὄμμασι προσδέξασθαι,

πρὶν τῶν ἡμερινῶν ἔργων τρὶς ἕκαστον ἐπελθεῖν·

«πῆι παρέβην; τί δ' ἔρεξα; τί μοι δέον οὐκ ἐτελέσθη;»

ἀρξάμενος δ' ἀπὸ πρώτου ἐπέξιθι καὶ μετέπειτα

δειλὰ μὲν ἐκπρήξας ἐπιπλήσσεο, χρηστὰ δὲ τέρπευ.

 

45        Ταῦτα πόνει, ταῦτ' ἐκμελέτα, τούτων χρὴ ἐρᾶν σε·

ταῦτά σε τῆς θείης Ἀρετῆς εἰς ἴχνια θήσει

ναὶ μὰ τὸν ἁμετέραι ψυχᾶι παραδόντα τετρακτύν,

παγὰν ἀενάου φύσεως. ἀλλ' ἔρχευ ἐπ' ἔργον

θεοῖσιν ἐπευξάμενος τελέσαι.

 

                                                     Τούτων δὲ κρατήσας

50        γνώσεαι ἀθανάτων τε θεῶν θνητῶν τ' ἀνθρώπων

σύστασιν, ἧι τε ἕκαστα διέρχεται, ἧι τε κρατεῖται,

γνώσηι δ', ἣ θέμις ἐστί, φύσιν περὶ παντὸς ὁμοίην,

ὥστε σε μήτε ἄελπτ' ἐλπίζειν μήτε τι λήθειν.

γνώσηι δ' ἀνθρώπους αὐθαίρετα πήματ' ἔχοντας

55        τλήμονας, οἵτ' ἀγαθῶν πέλας ὄντων οὔτ' ἐσορῶσιν

οὔτε κλύουσι, λύσιν δὲ κακῶν παῦροι συνιᾶσιν.

τοίη μοῖρ' αὐτῶν βλάπτει φρένας· ὡς δὲ κύλινδροι

ἄλλοτ' ἐπ' ἄλλα φέρονται ἀπείρονα πήματ' ἔχοντες.

λυγρὰ γὰρ συνοπαδὸς Ἔρις βλάπτουσα λέληθεν

60        σύμφυτος, ἣν οὐ δεῖ προάγειν, εἴκοντα δὲ φεύγειν.

 

Ζεῦ πάτερ, ἦ πολλῶν κε κακῶν λύσειας ἅπαντας,

εἰ πᾶσιν δείξαις, οἵωι τῶι δαίμονι χρῶνται.

ἀλλὰ σὺ θάρσει, ἐπεὶ θεῖον γένος ἐστὶ βροτοῖσιν,

οἷς ἱερὰ προφέρουσα φύσις δείκνυσιν ἕκαστα.

 

65        Ὧν εἴ σοί τι μέτεστι, κρατήσεις ὧν σε κελεύω

ἐξακέσας, ψυχὴν δὲ πόνων ἀπὸ τῶνδε σαώσεις.

ἀλλ' εἴργου βρωτῶν ὧν εἴπομεν ἔν τε Καθαρμοῖς

ἔν τε Λύσει ψυχῆς, κρίνων καὶ φράζευ ἕκαστα

ἡνίοχον γνώμην στήσας καθύπερθεν ἀρίστην.

70        ἢν δ' ἀπολείψας σῶμα ἐς αἰθέρ' ἐλεύθερον ἔλθηις,

ἔσσεαι ἀθάνατος, θεός ἄμβροτος, οὐκέτι θνητός.

 

 

(Versión en castellano de Jenaro Alenda, publicada en 1858 en el número 35 de la Revista de Instrucción pública, Literatura y Ciencias, y reeditada en 1903 por el Establecimiento tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, Madrid)

 

Da culto a los dioses inmortales,

Según las santas leyes han dispuesto;

A los héroes después rinde homenaje,

Y cumple tus solemnes juramentos.

Respeta y haz legales sacrificios

A las divinidades del infierno;

Honra a tus padres, honra a tus parientes,

Y ten por tus amigos a los buenos.

 

Inclínate a las obras provechosas,

No opongas resistencia al buen consejo,

Ni por liviana falta, mientras puedas,

Vean en ti tus amigos duro ceño.

 

Aprende a dominar el apetito

Del comer y beber; domina el sueño,

La lascivia y la cólera; nada hagas

Que fuere torpe y de pureza ajeno,

Ni con otros ni a solas: a ti mismo

Mírate con pudor y con respeto.

Practica la justicia y te acostumbra

A estar en tu razón y sano acuerdo,

Pensando que es morir cosa segura

Y los bienes del mundo pasajeros.

 

La parte que te cupo de los males

Dados al hombre por el hado adverso

Soporta con dulzura, y sin airarte

Aplica a tus dolores su remedio,

De las cuitas humanas contemplando

Ser la parte menor para los buenos.

 

En los hombres verás nobles discursos

Y veráslos ruines y perversos.

No te causen asombro, ni consientas

En desviarte de tu buen intento.

Si alguna vez te hablaren con mentira,

Calla y escucha con paciencia; pero

Que ninguno a decir o hacer te arrastre

Lo que en tu buen sentir no fuere honesto.

 

Antes de dar principio a tu trabajo,

Piensa para evitar los desaciertos.

Sé prudente; no ofendas a los hombres

Con actos o con dichos indiscretos;

Obra por el contrario cosas tales

Que nunca llores su dañoso efecto.

No te ocupes de aquello que no entiendas;

Dócil pide a la ciencia sus secretos.

Con estas reglas de vivir, tus días

Serán dulces, tranquilos y risueños.

 

Te conviene además ser cuidadoso

En lo que mira a la salud del cuerpo;

En comida, en bebida, en ejercicios,

Pon saludable tasa y justo medios.

 

Sea sobrio tu vivir; tal la llaneza

De tu casa y persona en el gobierno,

Que no excites la envidia. Nunca gastes

Con torpe indiscreción fuera de tiempo;

Mas no seas avaro; que es en todo

Una justa medida el don perfecto.

Haz lo que no te dañe: vaya siempre

Delante de la obra el pensamiento.

 

A la hora del descanso, no a tus ojos

Concedas, hijo, el regalado sueño,

Sin antes ver lo que pasó en el día,

Y cada cosa examinar atento.

¿Dónde estuve? ¿Qué hice? ¿Qué obra útil

Dejé sin acabar? Y discurriendo

Por todo, de lo malo te arrepiente;

Ten dulce regocijo por lo bueno.

Medita y aprovecha estas lecciones;

Ama por tu bien propio estos consejos;

Que ellos te han de poner, si los practicas,

De la virtud divina en el sendero.

Por aquel que nos dio las cuatro fuentes

De vida perennal, te lo prometo.

 

Tu obra al comenzar, ruega a los dioses

Que le den venturoso acabamiento;

Y en viéndola acabada, reconoce

Que es inestable, pues viene a tierra luego

Cuanto el hombre fabrica, y lo que sale

De la mano de Dios es sólo eterno.

Ser la naturaleza igual en todo

Reconoce también; vive contento

Si alcanzas la verdad; esto nos cumple;

Que esperar lo imposible es loco empeño.

 

Reconoce por fin que por su arbitrio

Se cercan los mortales de tormentos.

¡Infelices! no ven, no ven ni escuchan,

Estando cerca el bien. ¡Cuán pocos de ellos

Rompen su esclavitud! Tan crudas hieren

Las parcas el humano entendimiento,

Y rodando, rodamos por la tierra,

Sólo para llorar males inmensos.

Con el hombre ha nacido, y es del hombre

Funesta compañera acá en el suelo,

La discordia fatal, la que sus dardos

Arroja, y huye a su escondido asiento:

No quieras provocarla; más te vale

Sus iras evitar, siempre cediendo.

¡Oh Dios Padre! Del mal, del mal nos libra,

Y en la elección del bien danos acierto.

 

Pero ten confianza, que los hombres,

De linaje divino descendieron,

Y la santa, la próvida natura

Les irá revelando misterios.

En tanto, de los males que te agobien,

Si cumples mis mandatos, serás dueño,

Y salvarte podrás; más piensa, piensa;

Sea de tu reflexión constante objeto

Purificar y redimir el alma:

Estas cosas medita con buen seso.

A todo tu razón se sobreponga,

Que es el mejor auriga, y cuando, el cuerpo

Abandonado, al éter libre subas,

Será la eternidad tu digno premio.