Castellio y la idea de tolerancia en el siglo XVI


(Presentamos a continuación la traducción de un texto publicado en AA.VV. Castellioniana. Quatre études sur Sébastien Castellion et l’idée de la tolérance. Leiden, Brill, 1951, pp. 80-100, el cual ha sido ulteriormente complementado por el descubrimiento de nuevas obras de Castellio, así como por el monumental estudio de H. R. Guggisberg sobre el autor y varias biografías de publicación reciente. De todos modos, posee el interés de presentar de manera sumaria el espíritu del autor, así como de trazar un paralelismo fecundo con otras figuras concomitantes de la época).

Marius Valkhoff.- La historia que voy a narrar tiene un poco de novela policíaca y empieza con un crimen e incluso con un crimen judicial.

El 27 de octubre de 1553, Miguel Servet fue quemado vivo en la hoguera en Champel, cerca de Ginebra. Era un médico español excelente, descubridor antes que Harvey de la circulación de la sangre. El único error que había cometido era el atreverse a negar, entre otros, el dogma de la Trinidad, decantándose por una opción desgraciada para él. No se trataba de una víctima de la Inquisición católica, sino de un “protestante” asesinado por otros “protestantes”. Un pensador independiente, que habría creído encontrar un refugio junto a Calvino, en su república reformada de Ginebra… 350 años más tarde, Émile Doumergue y algunos otros protestantes franceses y suizos inauguraron, en la misma fecha y en el mismo lugar, un monumento expiatorio con la siguiente inscripción: “Hijos respetuosos y sumisos de Calvino, nuestro gran reformador, pero condenando un error que fue el de su siglo, y firmemente partidarios de la libertad de conciencia, según los auténticos principios de la Reforma y del Evangelio, hemos erigido este monumento expiatorio el 27 de octubre de 1903”. Esta bella conclusión de un larga examen de conciencia revela, en cualquier caso, en su deseo de justificar a Calvino, un pensamiento equivocado que no debemos pasar por alto. La afirmación de que la intolerancia de Calvino habría sido un error común de su siglo nos resulta sumamente discutible. De hecho, en la Francia del siglo XVI abundaban quienes defendían la tolerancia religiosa o política; incluso se había formado, en el último tercio del siglo, un partido cuyo programa la incluía como primer punto. Pienso en el partido de los Políticos y su “manifiesto”, La sátira menipea (1590), cuyos efectos se reflejaron en el Edicto de Nantes de 1598. Si recuerdo estos hechos, por lo demás ya conocidos, es para esbozar por anticipado el decorado en el que querría ubicar al precursor de este movimiento, a saber: Sebastián Castellio.

El siglo XVI fue, tanto en Francia como en los Países Bajos belgas y holandeses, un período particularmente tormentoso y, lo que es más destacable, el que presenta unas analogías más sorprendentes con nuestra época. Ahora, como entonces, se enfrentan dos ideologías cuyos partidarios reciben apoyo del extranjero. Se ha producido una revolución económica y social; las artes y las ciencias alcanzan un auge inimaginable hasta la fecha; empieza una nueva época. Ahora bien, en esta tormenta ha cobrado forma una idea benefactora: la de la libertad de conciencia y la de la tolerancia espiritual. Eso no quiere decir que no hubiese habido defensores de la tolerancia antes del humanismo francés; sin embargo, fue el suplicio al que fue sometido Servet el hecho que suscitó un indignación general entre los creyentes en la libertad de la época, un suplicio que fue aplicado a alguien que formaba parte de quienes antes habían invocado a la libertad de conciencia frente a los católicos. Castellio, el valiente reformador liberal, se convirtió entonces en su portavoz. Apenas cinco meses después de la muerte de Servet, compuso una antología de pensamientos sobre la tolerancia, escritos en latín pero traducidos al francés con el título Tratado sobre los herejes (1554), donde aparecen pasajes de Lactancio y San Jerónimo junto a otros de los jóvenes Lutero y Calvino, aparte de otros muchos autores. Fue también Castellio quien, a partir de 1551, había publicado un manifiesto a favor de la libertad de conciencia, el primero en su género hasta donde conocemos, para lo cual eligió el prefacio a su Biblia latina, dedicada a Eduardo VI de Inglaterra. Una década después, un canciller católico, Michel de L’Hôpital, acometió un intento hercúleo de aplicar la tolerancia en la política de su país; y veinte años más tarde, Michel de Montaigne publicó los dos primeros libros de sus Ensayos, en los cuales se plasma, de cabo a rabo, este nuevo espíritu. El único problema ˗lo cual resulta de interés˗ es que cada uno de estos tres espíritus humanistas poseía un concepto distinto de la tolerancia. Castellio era tolerante en virtud de su fe cristiana, donde se entremezclan una parte de ratio y otra de lex naturalis; L’Hôpital, por cuestiones políticas y Montaigne, por mor de su escepticismo; en los tres casos, también por motivos de temperamento personal.

En el caso de Castellio, resulta especialmente interesante la publicación en 1949 de algunos manuscritos inéditos por parte de B. Becker, uno en latín y otro en francés, pronunciándose abiertamente a favor de la tolerancia, dirigidos contra Théodore Beza. Uno de ellos se titula, explícitamente, De hereticis a civili magistratu non puniendis, que podríamos traducir como Sobre la impunidad de los herejes (a los cuales hoy en día calificaríamos de heterodoxos), los cuales no deben ser perseguidos. Varios artículos publicados en revistas especializadas, además, arrojan una nueva luz sobre el problema de las convicciones religiosas del autor.

¿Quién era Sebastián Castellio? Yo diría que, antes de la publicación de la novela de Stefan Zweig, Castellio contra Calvino, o conciencia contra violencia, pocas personas habían oído hablar de este adversario encarnizado pero honesto de Calvino; Castellio, ese “pobre oficial de imprenta que forjó para la eternidad la gran ley de la tolerancia”, como escribió Michelet. Aunque sea un autor tan francófono como Calvino, los manuales de historia literaria no se hacen eco de su nombre. En cualquier caso, veremos cómo este escritor jurasiano, que durante su exilio en Basilea había perdido el contacto con la bella lengua de París y de Ginebra, sabe expresarse perfectamente en un francés un tanto regional aunque lleno de colorido; asimismo, cuando se siente inspirado o indignado, es capaz de plasmar acentos originales y emotivos. Leamos cómo describe la atrocidad de la ejecución de Servet en el escrito antes mencionado, Sobre la impunidad de los herejes:

Vamos a hablar únicamente de su muerte y su suplicio, y no de su doctrina. Condenado a morir en la hoguera, humildemente pidió al magistrado de Ginebra que le fuese cortada la cabeza, por miedo que al sentir las llamas cayera en la desesperación, aduciendo que, si había errado en algún punto, fue por ignorancia, por deseo de ensalzar la gloria de Dios. No habiéndole sido otorgado por parte de tan benigno y lamentable senado, al oír la horrible sentencia, y lejos de toda misericordia por verse condenado a morir quemado vivo, tras ser torturado y colocado sobre la pira, al contemplar cómo el verdugo disponía los haces de leña y le ponía una tapa de azufre en la cabeza y otros aditamentos,  se sintió tan perturbado ante el horror del fuego, que te pido que te pongas en su piel. Servet, sintiendo tanta angustia, y sin ver en ella esperanza alguna de utilidad, placer u honor, antes bien, el horrible tormento de toda infamia, ¿no habría salvado su vida de buena gana, si hubiese sabido cuál era su pecado y su falta? ¡Respóndeme, Beza, te lo ruego, y hazlo como si tu estuvieras en el mismo estado que él!

O este pasaje, del mismo manuscrito, en el cual ofrece una definición libre, espiritualista y no formalista de la auténtica Iglesia:

La auténtica Iglesia la forman quienes escuchan la voz del pastor, es decir, quienes la obedecen, y quienes hacen un buen uso de los sacramentos, es decir, son lavados en el lavatorio del renacimiento y son criaturas nuevas, bautizadas en el fuego y el espíritu; quienes realmente han comido de la carne de Cristo y bebido de su sangre, es decir, se han despojado del viejo hombre de pecado y han adoptado el nuevo, y abandonan sus miembros para ser armados en la justicia de Dios, así como los han abandonado para ser armados en la injusticia del pecado. Esta Iglesia es desconocida para los calvinistas, como el propio Calvino ha escrito, dado que al verse impedidos tras su [iglesia] visible y carnal, y detenidos por sus marcas visibles, no pueden contemplar ni considerar lo expuesto.

A Castellio le debemos no menos de seis obras, incluida la traducción del tratado Sobre la impunidad de los herejes que acabamos de citar, en caso de que fuese realizada por el propio autor, lo cual estimo probable. Los manuscritos póstumos están fechado en 1555 y constituyen, por así decir, la “última palabra” en su célebre polémica con Calvino y Beza acerca del martirio de Miguel Servet. En el fondo, cada uno de los seis libros de nuestro pensador posee un interés especial. Castellio debuta en 1542 con un manual escolar, los Diálogos sacros. El primer tomo está escrito en latín y en francés, y es el que consideramos aquí. La mayoría de ellos abordan escenas extraídas del Antiguo Testamento y se estructuran en forma de diálogo, como es el caso de la venta de José por sus hermanos o la conversación entre Balaam y su burra. Aún hoy en día agradan por su frescura, y sorprende el saber que alcanzaron nada menos que 134 ediciones, la mayoría de ellas en Alemania. Le sigue, cronológicamente, el Tratado sobre los herejes (1554) el cual, como ya hemos indicado anteriormente, se presenta como una antología de los paladines de la tolerancia. Castellio traduce los textos, pero también aparece él mismo incluido, tanto con su propio nombre como con los pseudónimos de Martin Bellie, Georges Kleinberg y Basile Montfort. El Tratado sobre los herejes produjo una impresión tan grande entre sus contemporáneos, que Calvino se sintió forzado a intervenir a instancias del magistrado de Basilea para impedir que un adversario tan peligroso pudiera seguir difundiendo sus ideas. Lo cierto es que Calvino logró impedir la publicacion de la siguiente obra de Castellio, el Contra libellum Calvini, que no aparecería hasta 1612 en Holanda. En 1555, da término tanto a la versión latina de Sobre la impunidad de los herejes como a su traducción francesa de la Biblia, que se publica el mismo año. Esta Biblia en francés, concebida para uso del pueblo llano (los “idiotas”, como los llama Castellio) es única en su género, no solo porque interpreta el original de forma bastante libre, atendiendo menos a la letra que al espíritu del texto, sino porque simplifica la ortografía, utiliza numerosos neologismos (como es el caso de “incendio” en lugar de “holocausto”, o “mojar” en lugar de “bautizar”), introduce expresiones populares y echa mano de dialectalismos de la ciudad natal del autor, Sant Martin du Fresne, cerca de Nantua. Para trazar un paralelismo, es como si el Céline del Viaje al fondo de la noche recrease el Pentateuco.

En cualquier caso, si Castellio sobrevive como autor francés será sobre todo gracias a su Tratado de los heréticos, a su traducción del libro místico Teología germánica (1558) y a su Consejo a la Francia desolada (1562). Ya hemos hablado de la primera de estas obras; en cuanto a la segunda, el hecho de que el autor se sintiese atraído por la Theologia Deutsch y la tradujese tanto al latín como al francés pone de manifiesto su comprensión espiritualista y antidogmática de la fe. Le importaba más la revelación interior que los dogmas y confesiones de fe, juzgándolos formalistas y desdeñables. Por último, en plena guerra de religión, en 1562, publicó su Consejo a la Francia desolada, una emotiva llamada a la concordia. En 1578, este opúsculo fue traducido al holandés; asimismo, los remonstrantes lo reimprimieron y difundieron durante las polémicas religiosas de principios del siglo XVII.

Aunque, para nosotros, Castellio es sobre todo un pensador, él se veía a sí mismo como pedagogo y reformador, incluso sencillamente como un cristiano. Para él, su misión en la tierra consistía, sin duda, en luchar contra el fanatismo religioso y político, defendiendo el derecho a la heterodoxia. Es por ello que la gran obra de su vida fueron sus traducciones y comentarios de la Biblia, algunos de los cuales fueron censurados aunque circulasen después bajo cuerda. Probablemente, sus contemporáneos veían en él a un humanista, es decir, a un filólogo que ofrecía versiones críticas de la Sagrada Escritura porque creía que la letra, de naturaleza humana, sólo podía plasmar de manera defectuosa su espíritu, que es divino. Asimismo, se le valoraba por sus ediciones, traducciones y comentarios de numerosos autores griegos, como Flavio Josefo, Jenofonte, Homero, Diodoro de Sicilia o Cirilo de Alejandría. Montaigne le menciona en este sentido y narra su odisea en el capítulo XXXIV de sus Ensayos, titulado “Un defecto de nuestros estados”:

Me entero, con gran vergüenza por nuestro siglo, de que, bajo nuestra vista, dos personajes destacadísimos en ciencia han muerto sin tener lo necesario para comer: Lilio Gregorio Giraldi en Italia y Sébastien Castellion en Alemania. Y creo que hay mil hombres que los habrían llamado con condiciones muy ventajosas, o socorrido en el lugar donde estaban, de haberlo sabido.

Por tanto, ya sea como pensador independiente, como reformador liberal o como humanista cristiano, Castellio merece que nos ocupemos de él y que profundicemos en su concepto de tolerancia.

A. van Schelven, en su estudio sobre el nacimiento de la idea de la tolerancia política en los Países Bajos en el siglo XVI, diferencia entre una tolerancia “dogmática” y una tolerancia “política”: la primera procedería de un latitudinarismo e incluso de un indiferentismo, para el cual todas las opiniones tienen el mismo valor por lo que no son dignas de una preferencia especial; la segunda, por el contrario, subordinaría todas las opiniones a la que uno estima como correcta, pero sin sustraerles su derecho a ser manifestadas. Por nuestra parte, nos parece que esta distinción no es correcta, y que el autor, calvinista, la plantea para tratar de demostrar que los auténticos defensores de la libertad de conciencia no eran Castellio, ni Coornhert o Grocio, para quienes los dogmas resultaban bastantes indiferentes, sino los grandes ortodoxos y políticos, como Philippe du Plessis o Guillermo el Taciturno. En un primer momento, esta interpretación podría encajar con la bonita parábola con la que Castellio inicia su dedicatoria al duque Cristóbal de Wurtemberg del Tratado sobre los herejes, donde se percibe cierto latitudinarismo. En ella, el autor compara al duque con Cristo cuando vuelve a la tierra y encuentra a sus fieles disputando acerca de su naturaleza, o incluso matándose en su nombre:

Supón, ilustrísimo príncipe, que les hubieras dejado dicho a tus súbditos que ibas a volver en un momento sin determinar y les hubieras mandado que entretanto se buscasen todos ropa blanca, y que cuando llegases, en cualquier momento que fuera, saliesen a tu encuentro vestidos de blanco: ¿qué harías si después, al volver, encontraras que no se habían preocupado de los vestidos blancos, sino sólo de discutir sobre ti entre ellos, diciendo unos que te habías marchado a Francia, otros a España; unos que vendrías a caballo, otros que en un carro; unos que con gran pompa, otros que sin ningún cortejo? ¿Te agradaría eso? ¿Y si se hubieran peleado sobre esto no sólo con palabras, sino incluso con los puños y con espadas, y unos hubieran herido o incluso matado a otros que estaban en desacuerdo con ellos? Si dijera uno: "Vendrá a caballo"; y el otro: "No, en carro"; "¡Mientes!"; “¡No, mientes tú!", "¡Pues toma puñetazo!", "¡Pues toma puñal en el vientre!". ¿Aprobarías, príncipe, a tales ciudadanos? ¿Y si unos pocos entre ellos se afanasen en buscar ropa blanca —como tú habías mandado— y otros por esa razón los molestasen o los matasen? ¿Acaso no castigarías de mala manera a los malos? Pero, ¿y si aquellos homicidas dijeran que lo hacían así según tu orden y en tu nombre, pese a que tú lo habías prohibido del modo más enérgico? ¿No lo juzgarías como algo enormemente atroz y digno de castigarse sin ninguna misericordia?

Este pasaje, además, puede darnos una idea del estilo vivo y familiar de Castellio. Más adelante daremos otros ejemplos.

Aparte, tachar de “indiferentista” a nuestro autor es conocerlo poco. Castellio es profundamente cristiano; no por casualidad reeditó la Imitación de Cristo, de Thomas de Kempis. Por lo demás, él es muy consciente de lo que cree y de aquello en lo que no cree. Por ejemplo, cuando defiende a los anabaptistas, se distancia claramente de ellos. Además, sus diferencias con Calvino durante su estancia en Ginebra se debían a auténticas divergencias de índole teológica: Castellio consideraba el Cantar de los cantares como un poema amoroso, y no como un libro sagrado, a pesar de que todas las iglesias lo incluyen en el canon en cuanto tal. Por el contrario, estimaba como verdadero el descenso de Cristo a los infiernos, según el Credo de los Apóstoles, mientras que para Calvino significaba ese “estremecimiento de la conciencia que experimentó al presentarse por nosotros ante el tribunal de Dios para expiar nuestros pecados por Su muerte, transfiriendo sobre Él mismo la pena y la maldición”. Hay que destacar que si Castellio se adelantó varios siglos a su época en su creencia de la inspiración profana del Cantar de los cantares, Calvino se aproxima a nosotros por su interpretación simbólica del descenso de Cristo a los infiernos.

Los argumentos que Castellio aduce a favor de la impunidad de los heterodoxos los toma en préstamo, en gran parte, de la Biblia, como resultaba habitual en las controversias religiosas de los siglos XVI y XVII. Así, interpreta que, del mismo modo que de la parábola de la cizaña se deduce que debe crecer al mismo tiempo que el trigo, para que no se arranque una en lugar del otro, hay que dejar a Dios que juzgue a los herejes. Es lo que hace cuando intercede en defensa de los anabaptistas; siendo un equivalente a los bolcheviques del siglo XVI, realmente había que tener mucho valor para hacerlo. Lo aborda con un estilo descuidado y prolijo, que contrasta con otros pasajes que parecen haber sido corregidos antes de la muerte de su autor; en cualquier caso, el pensamiento que se plasma resulta claro y su tono es personal y con frecuencia irónico, cuando no abiertamente espiritual.

Nos queda por contrastar la concepción de la tolerancia de Castellio con las de L’Hôpital y Montaigne. Henri Amphoux ha escrito un libro entero al problema, titulado Michel de L’Hôpital y la libertad de conciencia en el siglo XVI, y Albert Buisson otro texto sobre la misma temática; mientras que el primero subraya sus afinidades protestantes y su preocupación por la razón de Estado, el segundo incide en la influencia que ejerce sobre él el evangelismo erasmiano. Castellio y L’Hôpital tienen varios puntos en común, entre otras lo que me gustaría llamar “antiformalismo”, del cual he hallado ejemplos idénticos en ambos humanistas: por ejemplo, el del fariseo Gamaliel y su buen consejo de no proscribir ninguna doctrina pues, si procede de Dios, no conseguiremos doblegarla, y si lo hace de los hombres, morirá por sí misma. Personalmente, no me resulta inverosímil que L’Hôpital conociese ciertas obras de Castellio. El Consejo a la Francia desolada (1562) es la desembocadura lógica de una larga evolución intelectual del autor y, a primera vista, no parece improbable que sufriese la influencia del canciller. Por su parte, de las siete eventualidades que cita Castellio en materia religiosa, hallamos tres en un texto del mismo año de L’Hôpital, a saber: que a los protestantes se les puede exterminar, proscribir o tolerar. Llama la atención que los reyes franceses aplicasen los tres métodos de manera sucesiva, a saber: el exterminio, en la noche de San Bartolomé; la tolerancia, por el Edicto de Nantes; y la proscripción, al revocar este último. No olvidemos que L’Hôpital no era solo un cristiano, sino también un hombre de Estado, y que gozaba de gran influencia. Del mismo modo, se pueden encontrar un gran número de pensamientos que atestiguan un interés directamente político en la aplicación de la tolerancia. Si concedió libertad de culto a los “religionarios” en virtud del primer Edicto de Saint-Germain (enero de 1562), fue en gran medida ante la impresión que le causaba la fuerza armada de los hugonotes, y no por la influencia de Catalina de Médicis y su círculo. Del mismo modo, más tarde, cada concesión o recesión a los protestantes, así como cada tregua durante las guerras de religión, estuvo condicionada por el equilibrio de fuerzas o los lances bélicos acaecidos. Siempre que le fue posible, L’Hôpital se decantó por la libertad de conciencia, si bien fue antes por motivos patrióticos que cristianos. A este respecto, resulta elocuente la siguiente declaración, que se ha convertido en clásica: “Rechacemos esas palabras diabólicas que califican a partidos y facciones: luteranos, hugonotes, papistas; no abandonemos el nombre de cristianos”. O bien sus afirmaciones de que “la comunidad de fe es más fuerte que los lazos de sangre y la identidad racial” y que “dos franceses y un inglés de la misma religión se guardan mayor afecto que dos ciudadanos de una misma villa que tengan distinto credo”. La principal diferencia entre los dos personajes es que, mientras Castellio reflexionaba en la soledad de su gabinete de trabajo, retirado en Basilea, el segundo trabajaba en su cancillería de París, inmerso en el torbellino del mundo y en su calidad de responsable de una parte de la política de Francia. Lo que Viellemain dijo a propósito de L’Hôpital se puede aplicar asimismo a Castellio: “Al faltarle el éxito, la historia, que solo tiene en cuenta las empresas triunfantes, está lejos de presentarle tal y como fue”.

Con Montaigne penetramos en un terreno familiar; es un autor al que visitamos de manera más o menos frecuente. No hay nada más alejado de su pensamiento que el fanatismo, y su “¿Qué sé yo?” desemboca de manera lógica en la tolerancia. De todos modos, cuando recorremos el léxico del último tomo de la edición municipal, no hallaremos demasiados términos relacionados con la tolerancia o la libertad de conciencia. El ensayo que incluye ese nombre (el XIX del segundo libro) en realidad trata de Juliano el Apóstata. Por lo demás, la palabra “tolerancia” en su caso es sinónimo de “resistencia”, “capacidad de soportar el dolor”. Sin embargo, por regla general Montaigne se muestra bastante tolerante: al condenar a los reformados, desaprueba su persecución; censura las atrocidades de los españoles en América y la tortura en general; asimismo, muestra horror ante la idea de una guerra civil. Si se suele aceptar que la filosofía de Montaigne se basa en el escepticismo, ello incluye necesariamente la tolerancia. En nuestra opinión, el hecho de que se mostrase como un conservador en materia religiosa y política no contradice dicho espíritu, ya que los conservadores suelen ser, por lo general, poco fanáticos, al contrario que los revolucionarios de izquierdas y de derechas.

Para terminar, nos gustaría reproducir la conclusión del Consejo a la Francia desolada, el cual constituye una buena muestra de tolerancia y pacifismo cristianos. En 1562, un año antes de su muerte, Castellio estaba profundizando en su cristianismo. Nada más incierto que tildarlo de indiferentista. En esos momentos, lo único que contaba para él era su fe personal, si bien siempre fue el mismo creyente libre, el “hereje”, como le llamaban los valones; de hecho, de no haber fallecido un año después, seguramente el Consejo Municipal habría abierto contra él un proceso por herejía: había sido denunciado como “libertino”, “pelagiano”, “patrono de criminales, herejes, adúlteros, ladrones y homicidas, partidario de su impunidad y de toda abstención judicial en materia religiosa”, así como “papista” , “blasfemo contra la gracia de Dios”, “académico” e “imbuido del espíritu del anabaptismo”. ¡Nada menos! Por suerte para él, falleció recibiendo el reconocimiento público de sus conciudadanos.

Cedamos ahora la última palabra a Castellio:

“Y vosotros, ciudadanos de a pie, que no sois ni señores ni enseñantes, no os mostréis prestos a seguir a quienes os ponen las armas en la mano para asesinar a vuestros hermanos, perdiendo de este modo la gracia de Dios. Pues no hay duda de que en estos lares quienes os conducen, os seducen y os instan a asestar golpes de los cuales seréis los últimos responsables, pues tanta culpa cae sobre quien da un mal consejo como sobre quien lo sigue. El Señor os da la oportunidad de recobrar la sensatez antes de que sea demasiado tarde, y si ello acaece, yo Le daré hartas gracias, y si no, al menos habré cumplido con mi deber. Mi esperanza es que, si una sola persona aprende algo de mí, y admite que digo la verdad, todo lo que he intentado habrá valido la pena”.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


- Fuentes:

 

Biblia. Traducción al francés de Sebastian Castellio:

https://archive.org/details/BibliaSebastianCastelion

 

Contra libellum Calvini in quo ostendere conatur hæreticos jure gladii coercendos esse:

https://archive.org/details/8D6957INV8584FA

 

Dialogorum sacrorum libri quatuor:

https://archive.org/details/bub_gb_c3Fjr6JVzhsC

 

Conseil à la France désolée:

https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k1349528.image

 

De arte dubitandi et confidendi, ignorandi et sciendi:

https://archive.org/details/deartedubitandie0000cast/mode/2up

 

Sobre si debe perseguirse a los herejes. Introducción, traducción y notas de Pablo Toribio. Huesca, Instituto de Estudios Sijenenses “Miguel Servet”, 2018.

 

- Estudios:

 

Ferdinand Édouard Buisson, Sébastien Castellion, sa vie et son œuvre (1515-1563): étude sur les origines du protestantisme libéral français. París, Hachette, 1892. 2 vols.

 

AA.VV. Castellioniana. Quatre études sur Sébastien Castellion et l’idée de la tolérance. Leiden, Brill, 1951.

 

Hans R. Guggisberg, Sebastian Castellio, 1515-1563: Humanist and Defender of Religious Toleration in a Confessional Age. Londres, Routledge, 2003.

 

Mirjam Van Veem, Die Freiheit des Denkens: Sebastian Castellio - Wegbereiter der Toleranz. 1515-1563. Essen, Alcorde Verlag, 2015.

 

Ueli Greminger, Sebastian Castellio. Zurich, Orell Füssli, 2015.

 

Barbara Mahlmann-Bauer, Sebastian Castellio (1515–1563). Dissidenz und Toleranz: Beiträge zu einer internationalen Tagung auf dem Monte Verità in Ascona 2015. Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 2016.

 

(Traducción y bibliografía a cargo de José Luis Trullo)