Antonio da Barga, Sobre la dignidad y la excelencia de la vida humana (1447)



Magnus Hundt, Antropologium de hominis dignitate, natura, et proprietatibus, 
de elementis, partibus, et membris humani corporis (1501)


(Traducción de José Luis Trullo a partir de la de B. P. Copenhaver incluida, a modo de apéndice, en G. Manetti, On human worth and excellence. Cambridge-Londres, Harvard University Press, 2018, pp. 257-267).

Antonio da Barga, monje llamado prior de Monte Oliveto en Nápoles, envía saludos a Bartolomeo Facio, su más amado hijo en Cristo, para su salud y felicidad ahora, salvación y gloria eterna al final.

Un hombre llamado Inocencio, en su momento Sumo Pontífice de la Iglesia Romana, escribió un librito en un lenguaje espléndido para tratar de manera completa y exhaustiva la miseria humana y la vileza del hombre: empezando por su concepción, no se detuvo a la hora de hablar de las miserias y desdichas del hombre, hasta el punto de enviar a este perfecto desgraciado al infierno. Sin duda, este obispo de bendita memoria estuvo muy acertado al titular su libro Sobre la miseria humana.

En esta obra, el mismo papa, felizmente recordado, prometía escribir otro volumen el cual, al adoptar la perspectiva contraria, habría llevado por título Sobre la dignidad y la excelencia de la vida humana. Pero nunca llegó a hacerlo. Tampoco he encontrado en tiempos pasados ningún estudio acerca de este tema excepcional entre los poetas, los teólogos o los oradores. Soy de la opinión que Inocencio –una vez nombrado rector de la Iglesia como gladiador para combatir contra sus enemigos, y como vigía como la torre de David avizorando Damasco–estaba demasiado ocupado, de modo que no tuvo forma de cumplir la promesa que había hecho.

Por este motivo, mi hijo más querido –entre mis otros hijos en Cristo, el más amado–, con toda confianza en tu aprecio y afición, sin ordenártelo ni conminarte a ello, pero suplicándote amablemente y urgiéndote humildemente, te pido que accedas a proseguir tú con el libro prometido hace tanto tiempo por dicho Sumo Pontífice, con el propósito de animarme a mí y consolarte y beneficiarte tú y, en el futuro, predicar la eterna salvación a todos los creyentes en Cristo. Por ello te envío este libro, no concluido, sin embargo, sino a modo de breve esbozo con varios encabezamientos y apartados.

Como sabes, querido hijo, con el final de la Cuaresma ya próximo, me estoy sintiendo más débil y agotado por los múltiples ayunos, vigilias y observancias de la Regla, mientras que sigo ocupado contra mi voluntad (¡ay!) con asuntos externos en defensa de nuestro monasterio. [...] Atenazado por todas estas obligaciones, pues, no puedo prestar la debida atención y cuidado al proyecto que acabo de mencionarte.

Por otro lado, debo decirte, querido hijo, que me siento sumamente complacido al comprobar que eres tan diestro en el arte de la oratoria. No solo te sitúas en un alto nivel respecto a otros oradores, sino que, recurriendo a la elocuencia ciceroniana, te ubico en el puesto inmediatamente posterior al del arpinate. Un hijo como tú no solo no me avergüenza, sino que me produce orgullo. Así pues, comoquiera que lo que te mando te parecerá pobremente esbozado, puedes corregirlo, ajustarlo, ampliarlo, embellecerlo y concluirlo para que esté a la altura de tu extraordinario talento. [...] En tal sentido dirijo preces sin cesar al Creador de todo, a Dios, que ha honrado a mi hijo con un don tan excelso.

Procede, pues, mi muy amado: aborda la tarea con coraje y sin miedo de no estar a la altura de un proyecto tan noble, confiando en que el Señor, que otorga todos los bienes, haga que el recién nacido hable con fluidez. Pleno de todos los bienes, generoso y bondadoso a la hora de repartirlos, no te negará nada de lo que le pidas con humildad en honor de su sagrado nombre, en aras de alcanzar mérito y salvación. Pero quiero que me envíes sin demora este libro cuando –gracias a la ayuda del Altísimo– hayas conseguido completarlo.


Libro titulado Sobre la dignidad del hombre y la excelencia de la vida humana

Antes de nada, debes explicar por qué Dios hizo a los humanos tanto corpóreos como incorpóreos. Salvo a través de la compresión, nadie puede compartir la bendición de Dios, considerada como la más completa que pueda concebirse. Así pues, Él creó un ser capaz de razonar para poder comprender el Sumo Bien, gracias a la comprensión amarlo, gracias al amor poseerlo, y gracias a la posesión disfrutarlo. Él dividió esta creación de manera que, por un lado (los ángeles, principalmente) permanecieran en su pureza, sin unirla a un cuerpo, mientras que, por otro lado (las almas, en otras palabras) fuesen unidas a los cuerpos. De este modo, la creación racional fue dividida en incorpórea y corpórea, siendo los ángeles los incorpóreos mientras que lo corpóreo fue llamado hombre, consistente en carne humana y alma que razona en virtud de la bondad de Dios, su causa primera, al producirla. 

De este modo, si alguien pregunta por qué fue creado un humano o un ángel, la respuesta es rápida: por la bondad de Dios, como escribió Agustín en Sobre la doctrina cristiana. Dado que Dios es bueno, nosotros existimos, y nosotros somos buenos en la medida en que existimos. Y si alguien pregunta por el propósito que sostiene una creación racional, la respuesta es para ensalzar a Dios, servirle y gozarle (por el bien de la creación, no por el de Dios). Y es que Dios, que es perfecto y pleno de la bondad última, no puede devenir más o menos. Por tanto, debes poner en relación el hecho de que Dios hizo una creación racional por la bondad del Creador y para beneficio de lo creado.

Por eso, cuando la pregunta es por qué o para qué a la criatura se le infundió la razón, puedes responder rápidamente que fue por la bondad de Dios y para el beneficio de la propia criatura. Y es que para esta, sin duda, resulta beneficioso servir a Dios y gozarle. Así pues, si un ángel o un humano fue creado, no lo fue porque Dios necesitase la asistencia de un tercero: Él no precisa de nuestro favor, solo de ser servido y gozado; y es que el servir a Dios es un poder real.

Ahora bien, así como el hombre fue creado para Dios, es decir, para servirle, del mismo modo el mundo fue creado para el hombre, para servir al hombre. El hombre fue colocado en medio, pues, para servir y ser servido, de manera que todo ello revierta en beneficio del hombre, tanto la sumisión que él depara como la que se le depara a él. Y es que Dios quería que el hombre le sirviera de tal manera que el hombre, al servir a Dios, fuese ayudado por quienes le sirven, de manera que el mundo sirviera al hombre y, del mismo modo, este se viera ayudado por ese servicio.

Todo fue creado por el bien del hombre, pues, tanto aquello para lo que fue creado como para aquello que fue creado para él. Todas las cosas son nuestras, como dijo el apóstol: las más altas, las iguales y las más bajas: las más altas, como Dios y la Trinidad, son nuestras para gozarlas plenamente; las iguales son nuestras para compartir la vida con ellos (los ángeles): a pesar de que ellos están por encima nuestro ahora, en el futuro serán nuestros iguales en conocimiento y goce, y ya son nuestros ahora porque existen para nuestro beneficio. En este sentido, se dice que la casa es propiedad, no de quien ostenta un derecho de dominio, sino de quien se beneficia de ella. Del mismo modo, en algunos pasajes de la Escritura se dice que los ángeles existen para servirnos porque fueron enviados para velar por nosotros en nuestro beneficio. 

Al mismo tiempo, hay quien a veces afirma que el hombre fue hecho a raíz de la caída de los ángeles. No debes interpretar estas palabras en el sentido de que ningún humano podría haber sido hecho si ningún ángel hubiese pecado, sino que esta razón, entre otras, tuvo que ver con ello. Así que lo más alto y lo igual son nuestros, y lo más abajo también debido a que fue hecho para servirnos.

Una cuestión que se plantea con frecuencia es por qué el alma fue unida a un cuerpo desde el momento en que podría haber tenido un estatuto superior si hubiese permanecido incorpórea. Puedes contestar de esta manera: Dios lo quiso así, y la causa de su voluntad no debe ser planteada. Ahora bien, es posible una segunda respuesta: porque Dios quería que el alma se uniera a un cuerpo para que, de este modo, el hombre dispusiera de un nuevo ejemplo de la bendita unión entre Dios y el espíritu, cuando Dios es visto cara a cara y amado con todo el corazón. Y es que cabe debe pensar como sigue: excepto por el espíritu (la mejor creación de todas, unido a la carne por un amor tan grande que no pudo abandonarla), la criatura no podría unirse a su Creador única y exclusivamente mediante su pensamiento. El apóstol se refería a esto cuando dijo que no queremos ser arrancados del cuerpo sino vernos desvestidos de él, indicando que un espíritu creado ha sido unido por un amor indescriptible a un espíritu increado.

Así pues, como ejemplo de la futura compañía que se producirá entre Dios y el espíritu racional en un estado glorificado, Dios conectó el alma con una cobertura corporal y unas moradas terrenales. Infundió a la materia arcillosa el poder de la vida y de la sensación, de modo que el hombre supiese –desde el momento en que Dios puede unir naturalezas tan dispares como el cuerpo y el alma en una sola entidad amistosa– que no le resultaría imposible llegar a ser una criatura racional, elevándose desde su bajeza hasta compartir la gloria de Dios.

Así pues, mientras mostraba cómo un espíritu racional fue abajado en un primer momento en virtud de su cuerpo terrenal, de manera que el espíritu parecía neutralizado, la providencia divina quiso que más tarde el espíritu fuese ascendido con ese mismo cuerpo, una vez glorificado, hasta reunirse con aquellos que habían permanecido en su pureza. Lo que en el espíritu se vio rebajado durante la creación, porque así lo dispuso el Creador, más tarde retornaría al espíritu, una vez glorificado, a través de la propia gracia divina.

Disponiendo distintos resultados para los espíritus racionales por su propia elección voluntaria, Dios estableció una morada en el cielo para aquellos a los que había mantenido en su pureza, y en la tierra habilitó otra para aquellos a los que unió a cuerpos terrenales, imponiéndoles a ambos una regla de obediencia: a los primeros, que no descendiesen de donde se encontraban, y a los segundos que no ascendieran del lugar en el que estaban al lugar en el que no. Así pues, Dios hizo al hombre con dos tipos de sustancias, modelando un cuerpo de la tierra pero haciendo un alma de la nada. De este modo, las almas y los cuerpos se unieron de manera que, sirviendo a Dios con estos, aquellas pudieran ganar una corona mayor.

Sobre el rango del hombre, esto es lo que debes decir. Tras haber sido creado y dispuesto todo, el hombre fue hecho en último lugar como el dueño y propietario de cuando existe aquí abajo. Entonces sucedió que, al ver que era bueno, Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, y gobierne sobre los peces del mar y las aves del cielo y las bestias de toda la tierra”. La gran excelencia del hombre se muestra en el hecho de que Dios dijo: “hagamos”, indicando un acto para tres personas. Con esta afirmación, la persona del Padre se refería a la del Hijo y a la del Espíritu Santo, no a los ángeles, como algunos suponen, desde el momento que no es la misma la imagen y semejanza de Dios que la de los ángeles.

La gran excelencia del hombre también se muestra cuando Dios dice “a nuestra imagen y semejanza”. Así pues, debes explicar que el hombre es la imagen y semejanza de Dios. En este pasaje, imagen y semejanza se interpreta ya sea como increada –la esencia de la Trinidad, la base sobre la cual está hecho el hombre–, ya como creada, por la cual el hombre fue hecho pero también la imagen y semejanza creada junto con el hombre. Beda parece pensar en la imagen increada que es Dios cuando afirma que esa imagen no es la de Dios y los ángeles, sino la de las tres personas, es decir, que el texto aludiría a esos personas, no a los ángeles.

Ahora bien, “imagen” no se la aplica estrictamente a sí mismo porque se dice en relación a otro cuya semejanza conlleva y a la cual representa, del mismo modo que una imagen de César conlleva un parecido con él y de algún modo también le representa. Sin embargo, llamando “imagen” a lo que ha sido creado para ello no implica pronunciarse estrictamente acerca de dicha imagen, puesto que ella es, en puridad, una copia tomada de algo que es la imagen de Dios. Dado que dicha imagen no fue hecha absolutamente igual, pues no nació de Dios sino que fue creada por Él, entonces se habla de “imagen” porque el hombre está en la imagen y no exactamente a la par, aunque algo se le aproxima por similitud. El Hijo es la imagen, empero, aunque no está en la imagen porque es igual al Padre. Del hombre se dice que está “en la imagen”, pues, porque no es un parecido exacto, y se dice “nuestra”, de modo que podemos entender al hombre como una imagen de la Trinidad, pero no igual que la Trinidad como sí ocurre en el caso del Padre y del Hijo. 

Adviértase el modo en que se dice que el hombre es como Dios: principalmente, en lo que concierne al alma. Pero es que incluso en el cuerpo existe cierta propiedad que apunta a ello, dado que la estatura del hombre es erguida, por lo cual el cuerpo se ajusta al alma racional permanenciendo de pie en dirección al cielo.

En el libro y en tus conclusiones puede repetir esto con frecuencia: preserva tu rango, humano; los cielos están dispuestos para ti, así que no debes hundirte en el cieno ni dejar de ser un ciudadado del cielo para convertirte en una bestia. Y es que el hombre, si no se percata de que fue investido de tal honor, se degrada al nivel de las bestias insensibles de carga y se ve asemejada a ellas.

Además, debería decirse esto acerca de la dignidad del hombre, principalmente, acerca de la inmortalidad del alma de acuerdo con Platón y los teólogos. Así, departe sobre el intelecto, la memoria y la voluntad según los paganos y los cristianos. Asimismo, aborda la creación del hombre y la belleza de sus partes, acerca de lo cual escribió Lactancio.

Por su parte, Jerónimo dijo esto sobre el asunto: grande es el mérito de las almas pues, desde el momento de nuestro nacimiento, cada uno tiene asignado un ángel que vela por él. Pablo advierte a los hebreos: “¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?”. 

Además, acerca de la dignidad del hombre: los ángeles tienen asignadas provincias y territorios para vigilar a los hombres e instruirles, y sus príncipes proveen acerca de lo que debe ser hecho, como leemos acerca del ángel que advirtió al Faraón sobre una hambruna que se avecinaba durante siete años y la necesidad de aprovisionarse. Y en Daniel leemos acerca de las revelaciones a Nabuconodosor y la visión de los reinos futuros (los de los persas y los medos, y los de griegos y romanos). El gran Dionisio también dijo que todas estas revelaciones ocurrieron gracias a la mediación de los ángeles.

Además, los humanos están llamados a alcanzar a los propios ángeles para convertirse en sus iguales, como dice Juan en el Apocalipsis: “Un humano es la medida del ángel”. Y Gregorio: “A veces la humildad en los humanos conduce a la igualdad con los ángeles”.

Además, en Cristo nuestra naturaleza fue alzada hasta la divinidad y en Cristo el hombre –ante el cual toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en el infierno– es Dios y reverenciado por los ángeles.

Además, el Señor le dijo a Pedro y a sus sucesores: lo que ates en la tierra será atado en el cielo, y lo que desates en la tierra será desatado en el cielo, y yo te daré las llaves del reino de los Cielos.

Además, los humanos comparecerán ante el juez al final de los tiempos para juzgar el mundo y a los ángeles malos. Además, el propio juez será Cristo bajo forma humana, como Dios y como hombre, en el cual la divinidad mora íntegra en forma corporal.

Además, leemos a menudo en las vidas de los Padres y en los hechos de los santos que los ángeles proporcionaron alimento y otros bienes similares a los humanos, les curaron, velaron por ellos durante las exequias fúnebres y acompañaron sus almas hasta el cielo.

Además, a menudo a los humanos se les ha permitido resucitar a los muertos, expulsar a los demonios y curar toda clase de dolencias.

Además, leemos con frecuencia que ciertas personas ordenaron al sol que se detuviera y así permaneció durante dos días, como se dice en Josué y en libro de los Reyes, cuando Ezequías hizo que el sol retrocediera (Isaías, 38, 18).

Además, Moisés ordenó al mar que se secara, de manera que las aguas se abrieron a izquierda y derecha como un pasillo hasta que el pueblo de Dios hubo cruzado.

Además, hay quien ha movido montañas rezando, y quien ha ordenado a grandes lagos que se evaporasen y se precipitasen luego sobre los campos de cultivo.

Además, leemos que mientras San Benito estaba corporalmente en Montecasino, se apareció a sus seguidos espiritualmente en Terracina, indicándoles los trabajos necesarios para construir un monasterio.

Además, acerca de la excelencia humana deberías decir que Dios ama tanto al hombre que decidió unir lo humano con lo divino, sufrir y morir por el hombre en Cristo, hasta tal punto le preocupaba la humanidad.

La excelencia del hombre le hace incomparablemente superior al resto de las cosas creadas, pues está más dotado para mantenerse cerca de la auténtica beatitud y es capaz de gozar de dichas bendiciones; gracias a ello, doce bendiciones le colmarán para siempre, una vez las tribulaciones de la edad presente hayan pasado: salud sin enfermedad, juventud sin envejecimiento, plenitud sin decadencia, libertad del cuerpo, belleza sin malos pensamientos, inmortalidad sin sufrimiento, abundancia sin mengua, paz sin confusión, descanso sin esfuerzo, conocimiento sin ignorancia, la gloria y el honor que todos los elegidos muestran a los demás... y goce sin pena. Entonces Dios enjugará toda lágrima de los ojos de los santos, y no habrá más lamentos ni quebrantos porque los primeros tiempos habrán cesado.

Los seis goces de los elegidos. Debemos tener en cuenta que el goce consiste en los seis atributos de los elegidos: contemplar y conocer la Santísima Trinidad, un paraje deleitoso, la compañía de los santos, cuerpos glorificados, el infierno y el mundo.

En el quinto goce, acerca del infierno, los elegidos experimentarán tres goces: primero se deleitarán porque, por la gracia del Redentor, han evitado el castigo y la maldición eterna; segundo, porque verán a los enemigos de Dios severamente atormentados; y tercero porque, una vez reunidos junto al portal de la salvación eterna, no experimentarán nunca más el miedo a pecar. 

En el sexto goce, acerca del mundo, los elegidos de Dios experimentarán dos deleites: primero, porque han sido liberados de los peligros y la miseria del mundo; y segundo, porque han derrotado al mundo y sus miseria con la ayuda de la gracia de Dios.

Dado que nosotros no podemos hablar propiamente acerca de Dios y la vida bendecida mientras estemos alojados en este cuerpo vulnerable; dado que en esta vida somos extraños a Dios mientras seamos cuerpo –pues hasta los mismos ángeles se quedan cortos ante Él–; dado que ningún ángel ni patriarca ni profeta ni apóstol ni ningún otro santo pueden explicar por completo la esencia y el misterio de la Santísima Trinidad, de acuerdo con lo cual según Agustín solo es conocido por sí mismo; a pesar de todo ello, te diré algo acerca de cómo ello es posible.

Ahora, una descripción del primer cielo (el primero, pues debemos admitir que los cielos son tres); el primer cielo es el llamado estrellado... el segundo, cristalino o acuoso... el tercero, empíreo...


[El texto original finalizada así].