Bovelles: Sólo el sabio es un auténtico hombre

Uno de los autores franceses que abordan con amplitud el tema de la dignidad humana es el filósofo Charles de Bovelles. Su Libro del sabio (1511) y, sobre todo, el Libro del intelecto, incluido en el mismo, resulta de especial importancia, puesto que en él recoge sus ideas filosóficas y muestra el interés que siente por ese tema. Entre las fuentes utilizadas por Bovelles se encuentra el libro Science du livre des créatures, de la nature et de l'homme, de Raymond de Sebond, un médico, filósofo y profesor de teología en Toulouse, conocido también gracias a las páginas que le dedica Montaigne en sus Ensayos, así como por el Corpus Hermeticum. En efecto, el hermetismo influyó de un modo muy intenso en el humanismo: la obra de Trismegisto se difundió en Francia gracias a la publicación de numerosas ediciones por parte de Symphorien Champier y de Lefèvre d'Etaples, de quien Bovelles era discípulo.

En el Libro del intelecto, Bovelles concede una gran importancia a la comparación entre el hombre y el ángel, tema que ya había tratado en un opúsculo metafísico de 1504 y en una carta dirigida a Lefèvre datada en 1505. Según el autor, el ángel es la criatura más noble y su intelecto “conoce todas las cosas sin aplicarles categorías, por mera intuición directa”, mientras que “el intelecto humano, que no dispone de ninguna idea innata, debe crear sus propias categorías o nociones intelectuales a partir otras categorías o de las percepciones sensibles de las cuales se impregna al recorrer el círculo del mundo antes de volver a sí mismo”. Bovelles retoma la concepción de San Agustín y de Ramón Llull que supone una trinidad de elementos (a saber, el intelecto, la memoria y la contemplación) en el pensamiento humano; en concreto, subraya la importancia de la memoria, que le permite hacer acopio de categorías intelectuales y crear con ellas un microcosmos en el cual se forma una representación del mundo de igual valor que él. De este modo, el hombre trata de volver inteligible el mundo sensible, mientras que el ángel no necesita hacer ese esfuerzo. Parecen muy diferentes, como dos extremos demasiado alejados el uno del otro: se diría que es imposible para el hombre alcanzar el nivel del ángel, criatura perfecta e inaccesible, pero sí está en su mano elevarse, aunque al principio le resulte dificultoso. 

Eso sí, aunque el intelecto humano pueda alcanzar el del ángel, el hombre no puede convertirse en un ángel. En efecto, el hombre es una criatura nacida para sintetizar la creación entera y debe preservar su posición mediadora sin confundirse con las demás criaturas. Es gracias a su esfuerzo que el hombre conquista su dignidad y es el conocimiento quien le puede ayudar, como recuerda Bovelles en el Libro del sabio. Así pues, el hombre debe convertirse en studiosus: como Prometeo al robar el fuego a los dioses para conferir alma a un hombre de arcilla, hay que encontrar el fuego de la sabiduría que permita insuflársela al hombre natural que llevamos en nuestra interior. 

Según Bovelles, la caída del hombre consiste en el olvido de su dignidad, que debe ser recuperada; por tanto, es importante que se consagre a la contemplación para recobrar la conciencia de sí mismo y redescubrirse como síntesis del mundo, mediador entre el cielo y la tierra. De este modo, el conocimiento permite la creación del hombre, a saber, la de su dignidad: no se trata de un don, sino del fruto de una evolución interior. El hombre no ha nacido completo sino que es perfectible y sus posibilidades de elevación dependen del uso racional que hace de su libre albedrío y de la elevación de su espíritu, como recuerda el autor en su Libro del voto y del libre albedrío, en el cual analiza la relación entre la dignidad y la libertad. La dignidad del hombre se mide en función del empleo de su razón y su voluntad, de las cuales debe ser consciente. Con el fin de cumplimentar su camino interior, el hombre cuenta con la opción de retirarse en sí mismo y llevar una vida monástica que puede ayudarle a consagrarse a la sapientia en su recorrido de elevación progresiva.



Grabado incluido en la primera edición de las obras de Carolus Bovillus (Charles de Bovelles), publicada en París por Jean Petit en 1510, incluyendo: 
Liber de intellectu. / Liber de sensu. / Liber de nichilo. / Ars oppositorum. / Liber de generatione. / Liber de sapiente. / Liber de duodecim numeris. / Complimenti Epistole. / Insup matematicu [m] opus quadripartitu [m] / De Numeris Perfectis / De Mathematicis Rosis / De Geometricis Corporibus / De Geometricis Supplementis


SOLO EL SABIO ES UN AUTÉNTICO HOMBRE 

Si bien todos los hombres tienen la misma sustancia, naturaleza, origen, especie, y todas las cabezas humanas están erguidas, y a ningún hombre le falta la participación en la sustancia, en la vida, en el sentido, solo el sabio es auténticamente hombre; sólo él ha elevado el alma desde los grados ínfimos hasta la cima suprema de la razón; sólo él sabiamente se funda sobre su propia sustancia y su propia naturaleza. De hecho, si él es hombre es por un don de la naturaleza y por participación en la sustancia, y lo es una segunda vez por su subsiguiente consecución de la virtud, por el sagrado desplegarse de esta, por la honestidad de su vida.

Quienes, por el contrario, prefieren permanecer en un grado inferior, alejados de la razón y de la insigne virtud y entregados a un ocio inconsciente, son hombres incompletos y mentecatos, que viven de manera indigna actuando según unas normas de vida irracionales. De este modo, quienes, carentes de razón natural, se ven arrastrados por un impulso sensitivo y vital, son hombres, cierto es, en cuanto a su naturaleza y sustancia, pero a causa de la falta de virtud son incultos en cuanto al alma, poco dueños de sí mismos, desorientados, descompuestos, no humanos. 

De estos hay tres tipos, incapaces de conducirse como hombres verdaderos, doctos y perfectos, porque incurren en el vicio: unos, similares a los minerales, se petrifican como muertos por el sueño y la pereza de los cuerpos; otros, imitan a las plantas dedicándose únicamente al alimento; por último, otros merecen ser comparados a las bestias, pues no miran más allá del amor a la tierra.

Un ente perfecto consta necesariamente de materia y forma, recibiendo de la materia el primer ser, oscuro, basto y oculto, y de la forma un segundo ser, claro, ordenado y resplandeciente. Por ello se muestra perfecto. Lo que es pasivo subsiste, pero además comparece, ya que consta de ambos planos, el del ser y el del aparecer. De hecho, todo lo que aparece hacia fuera también interiormente es algo, y si existe algo íntimamente, esto también se manifiesta y se difunde hacia el exterior por signos clarísimos.

Por lo tanto, la imagen del hombre sabio y perfecto está formada por la totalidad de un ente íntegro y perfecto, por este ente perfecto total y completo que es ente en dos sentidos: en potencia y en acto, en el principio y en el fin, en la materia y en la forma, en lo íntimo y en la apariencia, en el desarrollo y en la perfección. De hecho, el sabio es un hombre íntegro, total y perfecto: hombre por naturaleza y por intelecto, en la materia y en la forma, en la potencia y en el acto, en el principio y en el final, en el desarrollo y en la perfección.

Al sabio la naturaleza lo ha hecho tanto de sustancia como de materia; la voluntad, el arte, la industria le han dado virtud, ciencia, luz, belleza, armonía, apariencia como forma. La naturaleza le ha dado al sabio el ser en su simplicidad; de ahí, el sabio se ha dado el ser completo, es decir, la vida bella y feliz. La naturaleza ha puesto en él la razón como guía: no hace nada sin ella, le ilumina su luz y en armonía con ella organiza su propio mente, sus actos y movimientos.

Un ente imperfecto, o es simplemente materia informe, basta e ignorante, o forma carente de sujeto, inútil, ociosa, inestable, vaga; apariencia sin sustancia o sustancia sin apariencia. De estos seres imperfectos, pues, que forman parte de los entes perfectos y totales, aprende a reconocer su impronta y la horma del hombre perfecto y la del necio. Como, de hecho, la naturaleza nunca dispone una simple potencia sin acto, ni un acto separado de la potencia, pues uno sin la otra es inútil, así, fuera del plano de la naturaleza ocurre que sobre la tierra existe el necio, que permanece como hombre parcial, sin desarrollarse jamás como hombre perfecto y completo. De hecho, el necio es un hombre incompleto, que tiene su principio en la naturaleza, pero que permanece indefinido, defectuoso, carente en lo concerniente al arte y la virtud. El hombre existente y natural participa del alma racional e inmortal; sin embargo, carece de aquella luz, de aquel esplendor del ánimo con el que poder reconocer en sí sus propios dones con los que poderse percatar de que participa felizmente de la razón inmortal, imagen de Dios.

(Traducción de José Luis Trullo de la edición italiana de Eugenio Garin: Il libro del sapiente. Turín, Einaudi, 1987, capítulo VI, pp. 26-28)