Pierre Charron: El valor de conocerse a uno mismo para alcanzar la sabiduría


Pierre Charron, De la sagesse (1601). “El conocimiento de uno mismo y de la condición humana”: Exhortación a estudiarse y conocerse (pp. 1-4 del original, pp. 29-32 del pdf). Imprenta de Jean Baptiste et Nicolas de Ville, Lyon, 1696. Texto íntegro en este enlace. Traducción de José Luis Trullo.

El consejo más excelente y divino, la advertencia mejor y más útil de todas, aunque la peor practicada, es el de estudiarse y aprender a conocerse: es el fundamento de la sabiduría y el camino hacia todo bien. No hay locura que se pueda comparar a la de estar atento y diligente a conocer otras cosas antes que a uno mismo: la verdadera ciencia y la auténtica materia de estudio del  hombre, es el hombre.

Dios, la naturaleza, los sabios y todo el mundo incitan al hombre y le exhortan de hecho y de palabra a estudiarse y conocerse. Eternamente y sin cesar Dios se contempla, se considera y se conoce. El mundo tiene todas sus vistas orientadas hacia el interior y sus ojos abiertos para verse y mirarse. Y es que el hombre está obligado a estudiarse y conocerse, del mismo modo que para él resulta natural el pensamiento, y está próximo a sí mismo. La naturaleza talla en todos esta necesidad. Meditar y sopesar los propios pensamientos es, de todas las cosas, la más fácil, ordinaria, natural, el pasto, el sustento, la vida del espíritu, cuius vivere est cogitare (1). 

Ahora bien, ¿por dónde empezar, y continuar después, a meditar, a ocuparse de la manera más justa y natural que por uno mismo? ¿Hay algo que nos afecte de manera más directa? Sin duda, alejarse y olvidarse de uno mismo es algo antinatural y muy injusto. Cada cual es su verdadera y principal ocupación, el pensarse y atenderse a sí mismo. Igualmente, vemos cómo toda cosa piensa en sí misma, se estudia la primera en sus límites, ocupaciones y deseos. Y tú, hombre, que quieres abarcar el Universo, conocerlo todo, controlarlo y juzgarlo, no te conoces y no te estudias, y así, queriéndote erigir en juez y árbitro de la naturaleza, te muestras como el más necio del mundo, el más vacío y menesteroso, el más vano y miserable de todos, y sin embargo, el más orgulloso y arrogante. ¿Por qué no te miras a ti mismo, te reconoces a ti mismo, te atienes a ti mismo? Tu espíritu y tu voluntad, que se desparraman por doquier, recondúcelos a ti mismo. Te enajenas, te vuelcas y te echas a perder por las afueras, traicionándote y estafándote a ti mismo por mirar constantemente hacia delante: recógete y arrebújate en ti mismo, examínate, espíate, conócete a ti mismo: Nosce te ipsum.

Mediante el conocimiento de sí mismo, el hombre asciende y alcanza más rápidamente y mejor el conocimiento de Dios que el de cualquier otra cosa, tanto porque halla en sí  mayores marcas y rasgos de la divinidad que en todo lo demás que pudiera conocer, como porque él puede sentir mejor y saber lo que es y se remueve en él que en cualquier otra cosa. Formasti me et posuisti super me manum tuam, ideo mirabilis facta est scientia tua ex me.(2) Por ello según los paganos fue grabado en letras de oro en el frontispicio del templo de Apolo, dios de la ciencia y de la luz, esta sentencia: Conócete, como un saludo y una advertencia de Dios a todos, queriendo decir que para tener acceso a la divinidad y entrar en su templo, es preciso conocerse, y quien se ignora debe ser rechazado: Si te ignoras o pulcherrima egredere et abi post hados tuos.(3)

Para llegar a sabio y llevar una vida más reglada y más suave, no es precisa tanto la instrucción ajena como la nuestra. Si somos buenos alumnos, aprenderemos mejor de nosotros mismos que de todos los libros. Quien retiene en su memoria y observa con atención el exceso de su cólera pasada, hasta dónde le ha llevado dicha fiebre, verá mucho mejor la fealdad de esta pasión, y sentirá hacia ella un horror y odio más justos que todo lo que al respecto dijeron Aristóteles y Platón; y así también con el resto de pasiones y de todas las zozobras y los movimientos de su alma. Quien evoque cuántas veces ha errado en su juicio y qué malas pasadas le ha jugado su memoria, aprenderá a no seguir confiando en ella. Quien valore cuántas veces se ha sentido capaz de jurar ante otro y ante sí mismo que había captado y entendía una cosa, y el tiempo le ha hecho ver lo contrario, aprenderá a deshacerse de esa arrogancia inoportuna y esa presunción litigiosa, enemigas capitales de la disciplina y de la verdad. Aquel que considera todos los males que ha padecido, los que le han amenazado, las veleidades que le han zarandeado de un lado a otro, cuántos arrepentimientos le han venido a la cabeza, se preparará para las mutaciones futuras y, reconociendo su condición, conservará la modestia, se contendrá en su rango, no arremeterá contra nadie ni perturbará nada, absteniéndose de emprender cualquier cosa que exceda de sus fuerzas: así habrá justicia y paz por doquier. 

En resumen, no disponemos de más bello espejo y mejor libro que nosotros mismos, si queremos estudiarnos como debemos, manteniendo en todo momento los ojos abiertos y espiándonos de cerca.


NOTAS

(1) Cicerón, Tusculanas, V, 38, 111.

(2) Salmo 138, 5-6.

(3) “Si ignoras te, o pulcherrima inter mulieres, egredere, et abi post vestigia gregum, et pasce hædos tuos juxta tabernacula pastorum”: "Si no lo sabes, ¡oh la más bella de las mujeres!, sigue las huellas de las ovejas, y lleva a pacer tus cabritas junto al jacal de los pastores" (Cantar 1, 8)