El escritor español Juan Pablo Forner (Mérida, 1756 - Madrid, 1797) fue la figura más representativa de la literatura satírica durante la segunda mitad del siglo XVIII. El propio Forner se retrató a sí mismo como “un joven adusto, flaco, alto, cejijunto, de condición insufrible, y de carácter… mordaz”. A pesar de su inclinación hacia los principios estéticos del neoclasicismo, mostró inequívocamente su rechazo de las ideas ilustradas: ante la invasión de ideas empiristas y liberales, mantuvo una estricta postura conservadora que le llevó a denigrar por sistema todos los avances del siglo.
Ensayista violento y panfletario, pero dotado de una amplia erudición, defendió de forma vehemente el mérito de la cultura española y sostuvo duras polémicas. Por contra, mantuvo una buena amistad con Leandro Fernández de Moratín y fue alabado por Pedro Estala, Martín Fernández de Navarrete, Gaspar Melchor de Jovellanos y el conde de Campomanes, entre otros.
Debido a sus extraordinarias dotes de polemista, el ministro Floridablanca le encargó responder a los ataques de Nicolas Masson de Morvilliers, que en su Enciclopédie Méthodique (1782) negaba la contribución de España al desarrollo de la cultura europea. El resultado fue la Oración apologética por la España y su mérito literario (1786), apasionada defensa de la orientación cristiana de la cultura española y feroz ataque contra el racionalismo materialista de los enciclopedistas. La parte segunda de este texto, prolijamente anotada, es un canto al humanismo español y una exposición de los principales autores que florecieron en el cultivo de las ciencias y las letras, con una visión de conjunto acerca del papel de España en la ciencia europea.
La misma línea siguió su obra Discursos filosóficos sobre el hombre (1787), donde frente al cientifismo ilustrado (representado por autores como Voltaire, "gran maestro de sofistería y malignidad"), Juan Pablo Forner se sitúa entre los partidarios del tradicionalismo español, reivindicando a figuras del siglo XVI como Juan Luis Vives, Francisco de Vitoria y Francisco Suárez.
Según Francisco Rodríguez Pascual, el libro está integrado de dos partes claramente diferenciadas y escritas en épocas distintas. La primera, en verso, pertenece al joven Forner y es la que lleva el encabezamiento que da nombre a toda Ia obra. Forner precisa en el Discurso preliminar que los cinco apartados fueron «escritos en diversos tiempos, y con distintos fines» y que, en consecuencia, «no ofrecen un cuerpo de doctrina ni seguida ni trabada entre sí». Así lo confirman sus propias palabras:
Los puntos principales que me he propuesto demostrar son, la corrupción del hombre la flaqueza de la Razón; la necesidad de una Revelación, que nos encamine a un fin; y la existencia de Dios, fin a que nos debe encaminar la Revelación. Los Discursos, escritos en diversos tiempos y con distintos fines, no ofrecen un cuerpo de doctrina, ni seguida ni trabada entre sí. Si hubiera hoy de empezar a escribir lo que he intentado probar con ellos, confieso que me resolvería a ordenar un Poema metódicamente doctrinal, en que explicando lo que debió ser el hombre, y lo que es ahora, expusiese un sistema probablemente más verídico que todos los que se tienen por celebres entro los Filósofos. El Lector podrá hacer juicio de la verdad de lo que digo aquí por la siguiente exposición de los puntos fundamentales, en que había de estribar el sistema.
La segunda parte, en prosa, son unas Ilustraciones a la parte versificada, que Forner escribió algunos años después, cuando avanzaba ya su madurez intelectual y humana. «Varias notas puestas al final facilitarán también Ia inteligencia de algunos puntos harto intrincados, que no pueden explicarse tan bien en el verso como en Ia prosa». Y en otra ocasión afirma: «Estas notas pueden considerarse como otros tantos Discursos o Disertaciones que continúan o explican Ia filosofía del hombre». En opinión de algunos comentadores, como Menéndez Pelayo y, según parece, también del mismo Forner, las Ilustraciones «valen más que el poema, escrito en Ia primera juventud, y dan una idea clara del principal talento de Forner,
El objeto del libro, según se afirma en el Discurso Preliminar, es elaborar y exponer apologéticamente una filosofía del hombre, en su doble vertiente: entitativa y relacional. Para Forner el hombre es esencialmente razón y libertad —dos conceptos tan caros al siglo XVIII—, pero con unos condicionamientos que hacen imprescindibles la Revelación y Ia Gracia de Dios. Además, el ser del hombre está referido, por eso estudia el escritor extremeño «las relaciones que ligan al hombre consigo mismo, con la primera causa de quien depende y con todos seres que le rodean», entre los cuales adquieren especial relieve los otros hombres.
Al realizar su peculiar discurso antropológico, Forner tiene siempre puesta la mirada en Ia avalancha de ideas que provienen de Francia y de otros países europeos, y que consiguen un eco fácil, un eco nada crítico entre bastantes de nuestros compatriotas. En el Discurso Preliminar se anuncia claramente, sin rodeos, que Ia obra va contra los nuevos sofistas, contra los charlatanes, contra «la caterva de Don Quixotes de filosofía». Según se desprende de una primera lectura, lo único que pretende Juan Pablo Forner es desmontar o desguazar la idea del hombre que emiten, más allá de los Pirineos, la Enciclopedia, el Despotismo Ilustrado y otros movimientos filosóficos, a través de nombres tan celebrados y temidos —que él cita constantemente— como Rousseau, Helvetius, Voltaire, Pope, Collins, Montesquieu, Wolff, Condillac etc. Esta proclamación de intenciones parece confirmar plenamente Ia imagen de Forner que ha llegado hasta nosotros, por obra sobre todo de Don Marcelino Menéndez Pelayo: el enemigo más acérrimo y lúcido de la filosofía del siglo XVIII, que él no se cansa de llamar «siglo de ensayos, siglo de diccionarios, siglo de diarios, siglo de impiedad, siglo hablador...». Con otras palabras, Forner sería “el arquetipo de la resistencia española frente a la extranjerización ideológica, de la reacción tradicionalista contra la innovación que se juzga injustificada”, concluye Francisco Rodríguez Pascual.
A continuación reproducimos los que el autor califica de "puntos fundamentales" de su sistema, que aparecen inmediatamente antes de la exposición sistemática propiamente dicha, así como un párrafo final, del propio autor. Volcamos el texto tal cual figura en la edición digital de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que reproduce el ejemplar depositado en la Biblioteca Nacional, publicado en Madrid por la Imprenta Real en 1787.
1.º El hombre, en cuanto racional, no entra en la ordenación puramente física de la Naturaleza material; por consiguiente su voluntad obra libremente, respecto de que las causas físicas no tienen influjo inmediato en la racionalidad humana.
2.º No entrando el hombre en la ordenación puramente física del Universo, no es parte de éste: y como el Universo ha sido criado para algún fin, no siendo el hombre parte de él (como queda dicho), es muy probable que haya sido creado para el uso del hombre.
3.º Este uso se puede considerar de dos modos: uno solamente físico, otro intelectual.
4.º Si el hombre vive en el mundo para usar de él, es preciso que tenga un cuerpo que le haga capaz de habitar en el mundo; y por lo tanto tiene necesidad de usar físicamente de las cosas que contribuyen a la subsistencia corpórea, y de acomodarse en esta parte a las leyes de la Naturaleza física.
5.º No siendo el hombre, en cuanto racional, parte (como va expresado) del Universo o mundo material, debe tener un orden peculiar suyo, cuyas obras le encaminen a un fin diferente de aquél a que se encaminan las del Universo.
6.º Este orden consiste en la recta constitución de las Potencias intelectuales y morales.
7.º El fin de las obras de este orden es Dios: cuya existencia se prueba, porque sino existiera, las obras del orden del hombre no tendrían finalguno.
8.º Dios dio entendimiento al hombre para que le conociese: libertad para que pudiese obrar; y voluntad para que hiciese memorias sus obras.
9.º El Universo fue creado por Dios, para que en lo admirable de su construcción tuviese siempre el hombre un recuerdo que mantuviese en él la memoria de su Hacedor; y éste es el uso intelectual. De manera que el Universo tiene por fin al hombre; y éste a Dios.
10.º Dios creó al hombre con toda la integridad posible en sus potencias intelectuales y morales, en la cual consiste la perfección del orden de su ser. De otro modo Dios hubiera creado un Ente imperfecto en su ser lo que es opuesto a su infinita sabiduría.
11.º Los medios que dio Dios al hombre para conservar íntegro su orden, fueron la ley natural, y la Religión natural (perfeccionadas por la justicia original), cuya observancia le encaminaba a su fin.
12.º Dios hizo a los hombres sociables para que pudiesen ejercer estos medios; y les concedió el habla para que pudiesen vivir sociablemente.
13.º El orden del hombre está corrompido; porque a no estarlo, ni hubiera vicios en el mundo; ni la mayor parte de las gentes ignoraría la verdadera naturaleza de Dios; ni los hombres tendrían necesidad alguna de perfeccionarse, sino de ejercer la perfección con que los creó su Hacedor supremo, al modo que no la tienen los demás entes.
14.º Esta corrupción consiste principalmente en la rebeldía de las pasiones, y en el abuso de la voluntad.
15.º Dios, viendo al hombre corrupto, inspiró medios que le restituyesen en algún modo a su primitivo orden: efecto de una infinita Bondad.
16.º Estos medios fueron, modificar la Ley natural con las Leyes civiles: y la Religión natural con la rebelada.
17.º Estas modificaciones influyeron en la Sociedad y en el Culto: de aquí las Sociedades civiles o Estados, y el Culto externo de la religión.
18.º El Culto externo es preciso en la verdadera religión para mantener la verdadera noticia de Dios; y la Sociedad civil para contener el desenfreno de las pasiones, y el abuso de la voluntad.
Las pruebas que confirmarían estas proposiciones, darían un campo dilatadísimo a la meditación del juicio y a la amenidad del ingenio, si por dicha cayesen en manos más hábiles que las mías. Se verían probadas, invenciblemente a mi parecer, la libertad del hombre, la necesidad de que en sus obras haya moralidad intrínseca, y la inmortalidad del alma, puntos sobre que versan más principalmente las controversias de los Sofistas. La corrupción de la naturaleza humana deducida de la excelencia de su orden primitivo; orden que no existe ya, porque si existiera, los hombres carecerían de esta conciencia viciada, acometida, y muchas veces vencida por las pasiones, no siendo ella otra cosa que el juicio íntimo que hacemos de que nos oponemos frecuentemente al orden de nuestro ser: los sistemas de los Sofistas destruidos con la simple suposición de que la racionalidad del hombre no es parte o eslabón de la cadena del Universo, sino un ente sometido a otro orden distinto, que no tiene nada que ver con los movimientos necesarios de la materia: la necesidad de oprimir y enfrenar las pasiones derivada de su rebeldía; rebeldía tan clara y patente, que no sé con que furor osan negarla los mismos que la están manifestando a cada paso en sus escritos. En fin, probada filosóficamente la necesidad de una Revelación, no quedaría refugio a los Sofistas para juzgar que los dogmas del Cristianismo son contrarios a la Razón: porque hallando ésta que es precisa una Revelación para cumplir con las obligaciones de la vida racional, se vería forzada a adoptar la más santa entre las de la tierra, y a someterse por consiguiente a los arcanos inefables de su Criador.