Ficino: religión cristina y teología humanista


José Luis Trullo.- Si un autor del Renacimiento ha sufrido como pocos una recepción distorsionada es Marsilio Ficino (1433-1499), de quien se pondera su protagonismo en la recuperación de la obra de Platón, cuyos diálogos tradujo por primera vez de manera completa al latín directamente de las fuentes griegas [1]; su papel como director de la Academia Platónica [2], fundada por Lorenzo de Medici; su apuesta por una Prisca Theologia [3] que reconocía el caudal espiritual común que comparten todas las religiones conocidas (algunas, semifabuladas) en su época; o su aportación en la revalorización del hermetismo, sus ramificaciones esotéricas y sus antecedentes históricos y espirituales [4], e incluso a la magia [5]. Sí, de acuerdo: también como hermeneuta del amor y como "teólogo platónico"…

Para formarse una idea cabal de la riqueza y complejidad de la ingente tarea ficiniana hay que acudir, por su puesto, al eminente historiador P.O. Kristeller quien, aparte de varios estudios parciales de indudable valor, le consagró una monumental monografía [6] de absoluta referencia en la materia. Es en esta obra donde empezamos a vislumbrar la auténtica vocación de la indagación ficiniana, al constatar el interés y la atención que le depara a la temática de Dios y el alma; de hecho, a ella le dedica Kristeller nada menos que toda la tercera parte del libro, con calas específicas sobre "la experiencia interna", "el conocimiento de Dios", "la voluntad y el amor", "moral, arte y religión" y la "teoría de la inmortalidad", ¡nada menos! [7].

Tal vez todo se aclare si recordamos que Ficino fue ordenado sacerdote católico en 1473, nombrado canónigo de la catedral de Florencia, publicó un volumen de comentarios sobre las Epístolas de San Pablo y uno de sus escritos se titula nada menos que La religión cristiana, siendo publicada en latín por la imprenta florentina de Nicolaus Laurentii con pie de 10 de diciembre de 1476. La importancia que le concedía el autor queda demostrada por el hecho de que él mismo se encargó de traducir el original a lengua vulgar (publicada en 1484), para mayor difusión y conocimiento fuera de los elitistas círculos en los que solía moverse. Por desgracia, ese esfuerzo no se ha visto recompensado por la atención contemporánea, ya que la única edición reciente de la versión italiana, que publicó Cittá Nuova en 2005, resulta imposible de localizar en el mercado secundario: para acceder al texto, hay que acudir a una edición ¡de 1568! que, por fortuna, puede consultarse en línea... De la edición latina, tuvimos que esperar hasta 2019 para contar con una edición crítica solvente [8]. Se anuncia una nueva traducción al inglés para otoño de este mismo año, por parte de la University of Toronto Press, en edición de Dan Attrell, Brett Bartlett y David Porreca.

Según Eva del Soldato, en su reseña de la edición de 2019, cabe considerar La religión cristiana como "not a mere apologetic tool, but a mirror of his ongoing philosophical, social and religious concerns" [9]. Para Amos Edelheit, en su fundamental estudio sobre la teología en la Italia del siglo XV [10], La religión cristiana puede ser considerada como "a manifesto of the new humanist theology". De acuerdo con él, la elección del título se debe al afán del autor por entroncar con la obra de San Agustín Sobre la doctrina cristiana, publicada en tres libros en 397, a los cuales se les agregó un cuarto en 425 [11]. Aunque el análisis de Edelheit me parece esclarecedor, y además útil ˗por cuando inscribe su exégesis en el contexto de una auténtica renovación religiosa que en aquellos años, huelga decir, se percibía como urgente˗, voy a decantarme por la minuciosa lectura que aborda Cesare Vasoli en su libro sobre filosofía y religión en el Renacimiento [12]. De hecho, limitaré los próximos párrafos a parafrasearlo, con ocasionales citas literales y algún que otro inciso personal, pues no está en mi ánimo ni en mi capacidad enmendarle la plana a tan eminente erudito. 

De entrada, Vasoli aclara que la redacción por parte de Ficino de una obra de clara vocación apologética como La religión cristiana no supone una anomalía, una desviación o un excurso meramente episódico de su singladura intelectual, sino que entronca plenamente con su "programma di profondo e radicale rinnovamento della vita religiosa, sotto il segno comune di una rinata sapientia platonica, orfica ed ermetica" (pág. 21), sí, pero basada en la "centralità dell'amore e della charitas cristiana". Importa destacar aquí que la dimensión amorosa de Ficino atañe a la totalidad de su indagación filosófica y religiosa: no se trata de que el sacerdote católico condescienda a emplear conceptos plenamente cristianos cuando aborda temas de índole teológica, sino que dicha dimensión informa y permea íntegramente su reflexión. 

Precisamente, es esa vocación profunda de compromiso personal y, sí, social con su fe la que le espolea, primero, a mandar a imprenta este libro en su versión latina (el primero del autor que verá la luz en este formato), y después, a traducirlo él mismo, tras corregirlo y enmendarlo, al vulgar, ya que "questo 'libro della virtù universale' deve essere accessibile a molti e, senza dubbio, anche a coloro che, per non essere uomini di lettere, ignorano il latino" (pág. 22). Llama la atención este interés por divulgar las propias ideas entre quienes no pertenecen a la clase ilustrada, y no es posible no ver en ello un compromiso activo con la evangelización en un contexto cívico, político, intelectual y espiritual como el que sacude la Florencia de la época [13]: cuando no pocos humanistas de su época se decantan por una praxis elitista en la cual el uso del latín levanta una barrera infranqueable para quienes no pertenecen al selecto círculo de los privilegiados, el uso del toscano pone de manifiesto, de entrada, una voluntad de incidencia directa sobre la ciudadanía, sí, pero también sobre quienes se dedican a la gobernanza pública, ya que, escribe Ficino, "il governo terreno allora è optimo et felicissimo, quando col favore del re del celo si dirizza allo exemplo del regno celeste" (apud pág. 23). 

Es decir, que el propósito de la composición y publicación de este libro no es tan solo el de incitar a los individuos a perseverar en los valores evangélicos, en una comprensión de la religiosidad estrictamente privada, sino el de postular que guíen la conducta de los administradores civiles, pues "la frequente lectione delle cose divina sia a' governanti delle reppubliche molto conveniente" (ibíd.). Vemos aquí puesta en entredicho la sólita perspectiva historiográfica ˗presidida por Hans Baron [14], Eugenio Garin [15] y sus legiones de seguidores˗ que reduce, o cuanto menos posterga, la importancia de la religión en el devenir de la sociedad italiana de la época, magnificando en cambio la dimensión secular y profana. No: en el siglo XV, la religión no solo no había dejado de ser decisiva en la vida de Occidente, sino que iba a espolear ˗para bien y para mal˗ los dramáticos acontecimientos que desembocarían en una transformación completa del continente durante la centuria siguiente. [16]

¿Qué perfil tiene la religiosidad ficiniana, a la luz de La religión cristiana? Según Vasoli, el autor se adhiere decididamente a una "scevra d'implicazioni dogmatiche e così risolta nel tema dell'amore universale e della diretta partecipazione umana al 'divino' di cui sembra comprendere la vasta possibilità di diffusione anche nel mondo dei mercanti, dei 'tecnici' e dei 'politici' del suo tempo" (pág. 24). Es decir que, lejos de las ínfulas aristocratizantes del neoplatonismo mediceano y sus academias exclusivistas, el cristiano Ficino brinda un acceso a la espiritualidad a todo tipo de personas, de la mano del amor, y no de un amor abstracto y filosófico, sino evangélico. [17] La vocación universal del cristianismo, que borra las barreras entre las clases y los países, se traduce en la convicción ficiana de que "la vera religio, unica via alla felicità, dev'essere [...] fondata sulla convergenza della sapientia e della pietas" (pág. 30), es decir, que también ha de trascender los particularismos teóricos y filosóficos para desembocar en esa pia philosophia de la cual él mismo será, junto con Pico della Mirandola, uno de los máximos exponentes. [18]. Es más, como desarrolla Vasoli,

É, infatti, suo sicuro convincimento che la separazione della 'pietas' e della 'sapientia', quale si è consumata specialmente nel corso degli ultimi secoli, abbia avuto conseguenze di estrema gravità, perché la filosofia è sempre più divenuta uno strumento di empietà, maneggiato da uomini del tutto increduli. [19]

Esta impugnación de la filosofía (en la línea de un Valla) induce a plantear que el único modo de restañar la herida que ha infligido al mundo la separación entre ciencia y fe, piedad y sabiduría, pasa para Ficino por "la riunificazione della religione con la sapienza", o en otras palabras: "la rinascita di una 'religio' filosofica e sapienzale che ristabilisca l'antica identità" (pág. 32) entre ambas facetas de una única experiencia humana: la de la participación del hombre en lo divino. Esta restitución no se producirá ya de la mano de un sincretismo ecuménico, como sí parecía posible tiempo atrás (de la mano de una hipotética prisca theologia [20] común a todas culturas, tendiendo la mano a las distintas tradiciones religiosas y espirituales), sino del cristianismo. 

De hecho, que Ficino fuese ordenado sacerdote católico no es un hecho casual ni obedece (como tal vez sí en el caso de Petrarca) a urgencias de tipo práctico. Implica un paso decisivo en su trayectoria personal e intelectual, tras un largo periplo durante el cual ha indagado en las fuentes de la espiritualidad humana; de hecho, Vasoli afirma que con dicho paso Ficino "si proponga implicitamente come il maestro di quei nuovi ceti di artisti, tecnici, mercanti e uomini politici, dal tutto estranei alla teologia magisteriale, ma ormai desiderosi di dibattere anch'essi i massimi temi della christiana veritas (pág. 33)". Es decir, que la misión que se plantea Ficino es, principalmente aunque no de manera exclusiva, de carácter pastoral.

Empieza La religión cristiana poniendo sobre la mesa un tema muy querido por el autor: la constatación de que el religioso es el instinto humano más primario:

Il culto religioso è, per l'uomo, così naturale e costitutivo, così connesso al suo luogo e significato nell'ordine del mondo, che si può addirittura paragonarlo a certi comportamenti necessari degli altri essere animati, come il nitrito per il cavallo e il latrato per il cane. [21]

Esta idea, por supuesto, no es novedosa, sino que remite, cuanto menos, a Cicerón, quien en Sobre la naturaleza de los dioses ya se preguntaba, de forma retórica: "¿Acaso hay algún pueblo, alguna raza humana que no tenga ˗sin previo adoctrinamiento˗ una especie de intuición de los dioses?" [22], para contestarse poco más adelante: "los dioses existen, puesto que tenemos de ellos un conocimiento interior o, mejor aún, innato". [23] Pero Ficino va aún más allá: si algo define al ser humano es, precisamente, "la sua capacità di congiungersi con il divino", de manera que, sin esa conexión, esa alianza, el hombre sería (es) "l'essere più imperfetto della natura" (pág. 33). También Cicerón postula que, privada de la dimensión religiosa, corre riesgo la propia comunidad humana: "No sé si, al suprimirse la piedad hacia los dioses, no se elimina también la lealtad, la cohesión entre el género humano" [24]. Si traigo a colación esta coincidencia no es por otro motivo que para ensalzar que, en lo esencial, paganos y cristianos comparten una misma comprensión de que aquello que nos hacemos naturalmente humanos es nuestra común dependencia de una dimensión sobrenatural o trascendente, tesis que es, justamente, la que sostiene la Pia Philosophia.

La admisión del carácter natural del instinto religioso, en cualquiera de sus formas y más allá de "ogni culto o rito particolare" (pag. 36) se da la mano, en Ficino, con la religión cristiana, a la cual atribuye una lógica superioridad y que se plasma en su esfuerzo por conciliarla "non solo con i principi della sua dottrina platonica, ma anche con il tema della 'prisca theologia' e di un' unica 'sapientia' che accoglie tutte le massime esperienze della religiosità e della speculazione umana" (pág. 37). De hecho, si decide coger la pluma para componer esta obra es para demostrar que dicha síntesis es posible.

En La religión cristiana advierte Vasoli que Ficino aspira a teorizar, en una época sacudida por agotadores debates doctrinales, un cristianismo originario, puro y esencial, centrado en la idea de la mediación universal de Cristo como salvador del mundo y en la íntima participación de todos los hombres en la suprema experiencia de la deificación; una religión, en fin, que afirma en su plenitud la revelación evangélica, sin dejar de subrayar ni su dimensión espiritualista ni su convergencia esotérica con todas las demás manifestaciones de la eterna Sabiduría, exaltando el carácter de unión amorosa con la Mónada eterna mediante el anuncio del "prossimo avvento di un' assoluta palingenesi e del retorno al tempo 'perfetto' delle origini" (pág. 38).

Prosigue Vasoli explicando que, para Ficino, el cristianismo es, en primer lugar, una religión cuya veracidad viene avalada por la profecía y el milagro, eventos sobrenaturales que constituyen el signo de una intervención divina directa y de su manifestación en el orden de los acontecimientos y en la mente humana. Se trata de una fe fundada en el testimonio de las Sagradas Escrituras, que son Palabra de Dios, en la unidad inseparable de los dos "testamentos", así como en la verdad de los primeros seguidores de Cristo, los cuales los transmitieron en su pureza a los Padres de la Iglesia, y entre ellos, a Orígenes de Alejandría, uno de los preferidos por Ficino. En cualquier caso, el cristianismo ficiniano consiste en una fe esencializada cuyos únicos dogmas teológicos explícitamente asumidos son el de la Trinidad y el de la Encarnación, "sempre considerati, però, al di fuori del linguaggio dottrinale specifico" (pág. 39); y es que el autor aborda en esta obra, como se dijo anteriormente, una misión pastoral alejada del prurito teológico que acaba por asfixiar toda experiencia específicamente religiosa, anegándola en una marea de conceptos y categorías abstractas. En esto, Ficino vuelve a coincidir con Valla.

Dentro de esta comprensión del cristianismo personal, aunque rigurosamente ortodoxa, las fuentes que Ficino cita con mayor frecuencia son las epístolas paulinas, el Evangelio según San Juan y el Apocalipsis, con una especial predilección por los textos que subrayan la humanidad de Cristo y su naturaleza milagrosa, o bien que ilustran las virtudes originarias de sus seguidores: la pureza, la caridad, la fe indoblegable de los orígenes y la fuerza de una 'pietas' que sobrevive a toda persecución y todo sufrimiento. Es en el testimonio de los apóstoles, que optaron por una vía de sacrificio personal, donde encuentra Ficino un ejemplo inspirador, por brindarnos un modelo de conducta que pone el propio beneficio al servicio de la gloria de Cristo. Y es que el cristianismo es, para Ficino, una religión que "elimina e distrugge i vizi umani e persuade alla virtù con il solo esercizio dell'umiltà, del pacifico convincimento e della sua vocazione miracolosa" (pág. 43). Si hay que ponerle un ‘pero’ a esta, por lo demás, espléndida vindicación de la religión cristiana, es el de su escasa apelación al amor por el prójimo en forma de obras concretas, de sacrificios personales precisos ˗y no de simples apelaciones genéricas˗ en los cuales se traduzca esta fe robusta y firme; no se olvide que Ficino ˗incluso ordenado sacerdote˗ no deja de ser, si no un filósofo clásico, sí un pensador, es decir: un contemplativo...

En cualquier caso, la cimentación moral del discurso ficiniano en esta obra se demuestra en su convicción de que "l'ascesa a Dio si compie salendo la difficile 'scala' della virtù che libera l'anima, vero miracolo della creazione, perchè è capace di esercitare il suo dominio sul corpo e di risalire dalle cose mondane alla suprema fonte dell'Essere" (pág. 45). Las resonancias platónicas ˗con su énfasis en el itinerario vertical de progresiva depuración que desemboca en la entrega a la unidad primordial˗, así como aristotélicas y estoicas ˗y su énfasis en el ejercicio de la virtud como método para la metamorfosis espiritual del hombre˗, me parecen claras y diáfanas, y se refuerzan con la constatación, por parte de Vasoli, de que es en la figura del hombre, "orizzonte in cui la natura e la divinità s'incontrano", donde el mundo empieza a dejar atrás su multiplicidad para reencontrar la unidad perdida. De hecho, en La religión cristiana el autor cita el pasaje del Timeo (41d-42b) en el cual se habla del retorno de las almas a los astros de los cuales descienden tras cumplir una vida honesta [25], en un sincretismo que, a nuestros ojos, puede resultar chocante, pero que no es incongruente en un autor que postula la esencial concurrencia de la sabiduría pagana y la religión cristiana: ¡si incluso llega a ubicar la vida ultraterrena en los Campos Elíseos, circundados por la laguna Estigia!

Uno de los aspectos esenciales en la visión ficiniana de la religión es que, a diferencia de otros planteamientos, quizás más ligados a la práctica monástica y a la religiosidad popular, los cuales inciden en la mortificación, la humildad e incluso la impugnación de la propia grandeza del hombre [26], se apuesta decididamente por su capacidad para alcanzar la cima del ser, es decir: identificarse con Dios. Vasoli habla incluso de una deificatio hominis para aludir a esa vocación de metamorfosis que anida en su corazón, de modo que “Dio diventò uomo, proprio perché l’uomo, in certo modo e talvolta, potesse diventare Dio” (pág. 53). Se plantea así una bella analogía según la cual Adán, que personifica a la humanidad caída, ha inducido la Encarnación para que Dios rescate a su hijo pródigo, expulsado del Edén por su propia impericia. El modo en que el hombre puede recobrar su esencia divina es, pues, amar a Cristo:

Si può quindi cessare di disperare della nostra divinità; si debe avere in reverenza noi stessi como divina immagine di Dio e sperare di risalire in Chi che è già disceso in noi, amandolo con ogni ardore, per transformarsi in Lui, como già Egli si è trasformato nell’uomo (pág. 58).

Sin embargo, la dimensión crística, incluso cristocéntrica (¿y cómo no va a ser cristocéntrico un cristiano?) de la propuesta ficiniana va más allá, o quizás más acá, de su dimensión teológica y antropológica: Cristo no solo es visto como el gran restaurador del desgarro cósmico ocasionado por la caída del hombre, sino que “fu anche il maestro che, con la dottrina e con l’esempio, con la sua vita di uomo capace di sopportare ogni sofferenza ed ogni fatica per il servizio divino, seppe indurci alla vera fede e a conoscere il propio fine e destino” (pág. 59). De este modo, el hijo de Dios se ofrece como modelo vivo digno de ser imitado, brindándose a modo de brújula infalible hacia el retorno a Dios. ¿Cómo no recordar, en este punto, la estela abierta por Thomas de Kempis en su celebérrimo tratado Imitación de Cristo [27], compuesto en el primer tercio del siglo XV, y que tanto impacto tuvo a partir de su publicación en 1473, ya no solo en su época, sino en toda la Cristiandad a lo largo de los siglos? Aunque centrado en la vida cotidiana del creyente y desprovisto de la dimensión analítica y reflexiva del libro de Ficino, nuestro autor defiende la virtualidad salvífica de la emulación crística, propugnando así una imagen dual de Jesús, hombre y Dios al mismo tiempo, evitando la tentación de privilegiar una de sus dos caras, lo cual desvirtuaría su figura.

De este modo, Marsilio Ficino, neoplatónico (en nuestra opinión) tan solo como propedéutica para concluir que la auténtica Pia Philosophia es el cristianismo, traza uno de los itinerarios más llamativos en la historia del pensamiento renacentista, desde cierto eclecticismo o sincretismo ecuménico hasta el retorno a la ortodoxia evangélica, explicando que el siglo que le sigue no sea, como a algunos avispados intérpretes de la Modernidad quizás les habría gustado, el del cisma de la religión y la sociedad (según una visión ramplona y falaz de nuestro pasado), antes bien al contrario: la constatación de que el humanismo no solo no se contradice, sino que requiere el horizonte espiritual para cobrar todo su sentido.


NOTAS

[1] Cfr. Arthur Farndell (ed.), Gardens of Philosophy: Ficino on Plato, Londres. Shepheard-Walwyn, 2006. Denis J.J. Robichaud, Plato’s Persona Marsilio Ficino, Renaissance Humanism, and Platonic Traditions. Filadelfia, University of Pennsylvania Press. 2018.

[2] Arnaldo della Torre, Storia dell' Accademia platonica di Firenze. Florencia. Tipografia G. Carnesecchi e figli. 1902. H.W. Hobler. Marsilio Ficino, philosopher. and head of the Platonic Academy of FlorenceUniversity of Illinois. 1917. Más reciente, Arthur M. Field. The Origins of the Platonic Academy of Florence. Princeton University Press. 1988.

[3] Brent J. Unger, Prisca Theologia and Human Nature. A study of Marsilio Ficino's ontology of soulTesis doctoral presentada en la Universidad de Missouri-Columbia. 1994. Disponible en línea en este enlace

[4] G. Balbino, L'idea religiosa di Marsilio Ficino e il concetto di una dottrina esoterica. Cerignola. Tipografia Editrice della Scienza e Diletto, 1904. Más reciente, E. Garin. Ermetismo del RinascimentoPisa, Scuola Normale Superiore, 2004.

[5] D. P. Walker, Spiritual and Demonic Magic: From Ficino to Campanella. The Pennsylvania State University Press. 2000.

[6] Il pensiero filosofico di Marsilio Ficino. Florencia. Sansoni. 1953.

[7] También resulta de consulta obligada el volumen misceláneo Marsilio Ficino: His Theology, His Philosophy, His Legacy. Leiden, Brill, 2002.

[8] A cargo de Guido Bertollucci. Pisa, Edizioni della Normale, 2019.

[9] Bibliotheca Dantesca. Journal of Dante Studies, Vol. 2 [2019], pág. 188.

[10] A. Edelheit, Ficino, Pico and Savonarola. The Evolution of Humanist Theology 1461-1498Leiden. Brill, 2008, pág. 210.

[11] La traducción española publicada por la Biblioteca de Autores Cristianos se encuentra ahora disponible en línea en este enlace.

[12] "Ficino e il De christiana religione", en Filosofia e religione nella cultura del Rinascimento. Nápoles, Guida, 1988, pp. 19-73.

[13] Perfectamente descrito por A. Brown en Medicean and Savonarolan Florence: The Interplay of Politics, Humanism, and Religion. Turhnout, Brepols, 2011. 

[14] Cfr. sus esenciales The Crisis of the Early Italian Renaissance. Civic Humanism and Republican Liberty in an Age of Classicism and Tyranny. 2 vols. Princeton University Press, 1955, y In search of Florentine Civic Humanism. Essays on the Transition from Medieval to Modern Thought. 2 vols. Princeton University Press, 1988.

[15] L’Umanesimo italiano. Filosofia e vita civile nel Rinascimento. Bari, Laterza, 1981, por citar uno.

[16] Historiadores más ecuánimes, aunque alejados de cualquier ánimo revisionista, han establecido con precisión los nexos entre los distintos planos de la realidad social de la época. Cfr. Miguel A. Granada, Cosmología, religión y política en el Renacimiento. Barcelona, Anthropos, 1988, y Filosofía y religión en el Renacimiento. Sevilla, Thémata, 2022, entre otros.

[17] Juan 13:34-35.

[18] W.A. Euler, "Pia philosophia" et "docta religio": Theologie und Religion bei Marsilio Ficino und Giovanni Pico della Mirandola. Paderborn, Fink Verlag, 1998. A. Paul, "Docta religio y pia philosophia en el pensamiento de Marsilio Ficino: las fuentes herméticas y la búsqueda de una concordia". Cuadernos de Filosofía, 73,  2019, pp. 19-30.

[19] Op. cit., pág. 31.

[20] Cfr. M. Muccillo, Platonismo, Ermetismo e "Prisca Theologia". Ricerche di storiografia filosofica rinascimentale. Florencia, Olschki, 1996. M.Á. Granada, "Sobre algunos aspectos de la concordia entre prisca theologia y cristianismo en Marsilio Ficino, Giovanni Pico y León Hebreo. Daimon. Revista Internacional de Filosofía, 6, 1993, pp. 41–60. A. Paul, "El neoplatonismo florentino y la reconstrucción cristiana de la prisca theologia", versión disponible en línea en este enlace. Para una visión complementaria de este tema, entroncando con el druidismo, cfr. D.P. Walker. "The Prisca Theologia in France", Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, 17, vols. 3/4, 1954, pp. 204-259.

[21] Op. cit., pág. 33.

[22] Cicerón, Sobre la naturaleza de los dioses. Trad. de Á. Escobar. Barcelona, RBA, 2003, pág. 94.

[23] Ibíd., pág. 95.

[24] Ibíd., pág. 60.

[25] "Y el que hubiera vivido bien, al llegar el tiempo conveniente, iría de nuevo a la morada del astro al que estaba ligado  y tendría allí una vida feliz y semejante a la de dicho astro" (Platón, Obras completas. Trad. de P. Samaranch. Madrid, Aguilar, 2ª ed., 1969, pág. 1142).

[26] Contra lo que se suele postular, la miseria hominis no es una tesis medieval, a la cual se le opondría una renacentista dignitas hominis, sino que ambas vías discurren de un modo paralelo, y muchas veces complementario, en ambas épocas: de hecho, Lotario dei Segni, autor de la célebre obra De Miseria Condicionis Humane (1195), paradigma de este género de tratados, tenía en mente complementarla con otra que ensalzase la dignidad del hombre; es lo que hizo, entre otros, Pierre Boaistuau componiendo un díptico publicado en 1558, formado por Teatro del Mundo y Breve discurso sobre la excelencia y dignidad del hombre, en el cual la miseria actúa a modo de propedéutica necesaria para acceder a la dignitas sin perder de vista el carácter “caído” de la humanidad a raíz del pecado original, el cual le impide “endiosarse” de manera desaforada e insensata.

[27] Hay versión en línea.