Fox Morcillo, en defensa de la juventud


Sebastián Fox Morcillo (1526-1560) fue un reputado humanista, filósofo y pensador español. Estudió en Sevilla, en Alcalá y en Lovaina. Pensador de espíritu ecléctico, intentó unir el aristotelismo tomista y el platonismo, superando los antagonismos entre ambas corrientes filosóficas de acuerdo con la vocación armonizadora del Renacimiento.  Desde el punto de vista estilístico, se inspiró en Cicerón, si bien en su obra sobre la imitación defendió el derecho a la originalidad personal del orador.

Considerado por Menéndez Pidal como uno de los máximos representantes de la escuela neoplatónica en el siglo XVI, Fox Morcillo estudió humanidades, latín y griego en su ciudad natal y en las universidades de Alcalá de Henares y de Lovaina (Bélgica, hacia 1548). Probablemente fue discípulo de los filósofos Pedro Nannio y Cornelio Valerio, y del matemático Jerónimo Frivio. 

Su obra cumbre es Filosofía de la naturaleza (1554), en la que pretendía reconciliar las dos posturas filosóficas citadas en cinco libros que versan, respectivamente, sobre los principios y causas de la formación de las cosas, sobre cosmología, sobre el reino mineral, sobre el reino vegetal y animal (incluyendo en este volumen el estudio del cuerpo humano) y sobre el alma y sus facultades.

Otra de sus obras destacadas es De usu et exercitatione Dialecticae (1554), en la que admite las ideas innatas (a las que denomina “naturales nociones del alma”) y establece a partir de ellas un doble proceso de conocimiento: el que va de lo universal a lo singular o síntesis y el que va de lo singular a lo universal o análisis.

Fuera del campo estrictamente filosófico, Sebastián Fox reflexionó sobre la historia en De Historiae institutione Dialogus (1557); según sus principios, la historia no debe quedar limitada a la descripción cronológica y geográfica, sino que debe hacer alusión a las causas de los acontecimientos y al pensamiento del ser humano, y basarse en la verdad y en su finalidad como bien público.

Sobre literatura y arte versa su obra De imitatione seu de informandi styli ratione libri II (1554), en la que Fox Morcillo subraya la necesidad de tomar un solo modelo a la hora de formar un estilo, y sostiene la inexistencia de reglas únicas para lograr una imitación semejante a la naturaleza, ya que cada autor y cada tema necesitan un estilo propio. El rey Felipe II le había nombrado preceptor de su hijo el príncipe Carlos, pero en el transcurso del viaje a la Península murió víctima de un naufragio cuando regresaba de Lovaina.

Publicamos un amplio estudio de Luis Frayle Delgado en torno a Fox Morcillo y a Sobre la juventud; a continuación, reproducimos un amplio pasaje del diálogo en el cual el autor sale al paso de las tradicionales acusaciones que, en la tradición humanista, se vertían sobre dicha edad, oponiéndola a la plenitud de la madurez. Con un afán ecuánime, en un principio, pero cargado de vehemencia, Fox se muestra contrario a condenar a la juventud por el mero hecho de serlo, con lo cual anticipa una visión positiva de la misma que, con el Romanticismo, se convirtiría en paradigmática de la Modernidad. Aparte, supone una primera andanada de la querella de los antiguos y modernos que se desatará en el siglo XVII, al ponderar las ventajas del tiempo presente respecto al pasado. La versión ha corrido a cargo del propio Luis Frayle Delgado y ha sido publicada en su integridad por Cypress Cultura en enero de 2024.




En el año 2010 publiqué la versión del libro De senectute de Marco Tulio Cicerón, que titulé El viejo Catón, puesto que Cato maior (Catón el viejo) es el personaje principal de este diálogo filosófico.  Mi admirado Marco Tulio hace en él  un elogio mesurado y muy bello de la vejez puesto en boca de Catón el mayor, el viejo, el abuelo, de la gente de los Catones. He dicho mi admirado Marco Tulio sobre todo por su pensamiento ecléctico, inclinado hacia el estoicismo, excepto en su vanidad y su ambición por llegar a la suprema magistratura de la República romana, el consulado, que, al fin, alcanzó. Pero su tratado sobre la vejez lo escribió cuando la madurez declinaba con su poder político y ya veía cercana su decadencia.  Por eso esta obrita, un diálogo entre Catón, Escipión y Lelio, es una de sus consolaciones, que seguramente escribió en su finca de Túsculo a donde se había retirado, como Catón también, retirado en la suya de la Sabina, se dedicaba a filosofar mientras cultivaba su huerto y su viña.

Ahora en el 2023 me he  encontrado con Sebastián Fox Morcillo, un joven sevillano que se fue a Lovaina  a estudiar, pensar y escribir; y en pocos años se hizo un buen filosofo y escritor renacentista. Seguro que conocía el De senectute de Cicerón y él escribió, quizá como contrapartida, joven todavía, a los 27 años, según él mismo nos dice, un libro De iuventute, que es un encendido elogio de la juventud renacentista de su época, a la que él mismo pertenecía. Pienso que pudiéramos dejar en su justo medio las cualidades y valores de una y otra edad, que nos exponen los dos autores; e incluso podemos atribuir esas cualidades y valores a la juventud de hoy que, como los jóvenes renacentistas se dedican a formarse y hacerse una cultura y un porvenir, que no excluye sino que se puede sumar el humanismo, que es de todos los tiempos. Aunque en los planes de estudio actuales  de los institutos y universidades de hoy no se les dé facilidades para estudiar latín y griego, ya que están prácticamente eliminados de los programas, pues la clase política, con frecuencia en estos tiempos posmodernos, es inculta y no sabe que la cultura sin raíces no producirá más que una planta sin flor o un árbol sin hojas,  como si dijéramos, al final tendremos flores de plástico o árboles virtuales diseñados por un robot.

I. Presentación de Fox Morcillo.

El objeto de estas reflexiones es obviamente Sobre la juventud de Fox Morcillo, es una introducción, una puerta abierta a la lectura de esta obra. Por eso, en primer lugar hemos de presentar a este joven filósofo sevillano. Sebastián Fox Morcillo  (1526 / 28 -1559?) nació en Sevilla de familia de conversos y allí estudió y se formó en el clasicismo aprendiendo latín y griego  y muy joven se fue a Lovaina donde completó su formación y se dedicó a escribir sobre filosofía hasta que Felipe II le nombró maestro de pajes. Murió muy joven quizá en un naufragio al volver a España para tomar posesión de su cargo. Escribió varios e interesantes libros de filosofía, entre ellos comentarios a Platón; y algunos diálogos muy sugerentes entre los que se encuentra el De iuventute, que nos ocupa. Lo publicó ya al final de su corta vida en Basilea en 1556. Puede ser que aprovechara la visita de su hermano Francisco que  viajó a Lovaina en una flota donde iba también el Príncipe Felipe, como el mismo Sebastián nos dice al principio del libro. Durante su permanencia en Lovaina entabla con su hermano un diálogo invitándole a que se dedique al estudio y la formación clásica y humanista. Con ese fin hace una loa a las cualidades, virtudes y valores de la juventud, contraponiéndola  a la vejez a la que deja mal parada e inservible para cualquier oficio o dedicación tanto en la vida privada como en la respublica (la vida pública y acción política), sin duda no tratando de denigrar a los viejos, sino para poner de manifiesto, por contrate, los  valores que se pueden adquirir con el estudio en la juventud, y que no se pueden conseguir sólo con el paso de los años y la experiencia, y si se han conseguido se pierden en la vejez.

Es un filósofo orgulloso de serlo y de seguir la Filosofía de la Academia de Platón, al que cita con mucha frecuencia en este diálogo y al final se congratula con su hermano porque en plena juventud ha hecho  varios comentarios a la obra del filósofo griego, que el mismo nos recuerda.

II. Forma y estilo del diálogo.

La forma de la obra es un diálogo, al estilo de los clásicos, como ya he dicho; es una imitación de los diálogos de Cicerón y Séneca. Comienza el autor presentando a los dos personajes dialogantes: él mismo y su hermano Francisco. Es evidente que se trata de un hecho real, una conversación, que le da pie para iniciar un diálogo filosófico  entre dos personajes, uno el que escribe, Sebastián, el otro su hermano Francisco,  al que ha llamado a Lovaina, por razones que no nos dice, pero quizá para que estudie allí y allí esté más seguro, puesto que la Inquisición por aquellos años no daba tregua a los judíos. Francisco plantea a su hermano el tema de la juventud a propósito de la juventud del escritor. Le pregunta directamente y para que responda de manera personal si la juventud es un obstáculo para la madurez y la prudencia necesarias para las diversas misiones de  la vida en sociedad. Y lo quiere saber no solo para comprobar y corroborar su propia  opinión, sino para que su hermano se lo confirme con razones. Es lo que hará Sebastián en su respuesta. No le cuesta, dice, el exponer lo que piensa de la juventud porque se atiene a la opinión que le parece mejor,  pero a la vez le dice a su hermano que ya que se la pide le dará su propia visón de la adolescencia. Dice aquí y en otros momentos adolescencia y no juventud;  así podemos entender que en la juventud de la que va a hablar incluye de alguna manera la época inmediatamente anterior, la pubertad, que él incluye en la adolescencia, la edad del florecer de la vida. Le promete que no tratará de alabarse a sí mismo, pero le dará solución a los problemas que le plantea, partiendo de la experiencia de sus estudios y formación.

Puesto que se trata de la "defensa" de la juventud es necesaria la argumentación que llegue vigorosa y convincente a los lectores como llega en la oratoria a los oyentes. Por consiguiente aquí están muy presentes la retórica y la dialéctica al modo clásico, es decir la de Cicerón y Séneca, siguiendo las normas retóricas de Quintiliano. 

Ut veritas pateat, ut veritas moveat, un veritad mylveat. Ese es el fin de la retórica; que la verdad, que expone el orador quede clara y patente, que la verdad mueva o conmueva y, finalmente,  agrade y se insinúe en el espíritu del oyente. Pero aquí está el tema de la verdad. ¿Qué es la verdad? Con la retórica se puede defender cualquier argumento que un dialéctico presente ante sus contrincantes Por decirlo de laguna manera puede defender una verdad y su contraria. La retórica es capaz de hacer el elogio de las mismas virtudes en la juventud y en la vejes, o impugnar los mismos vicios o defectos, como en realidad hacen Cicerón y Fox Morcillo en sus obras “Sobre la vejez” y “Sobre la juventud” respectivamente. Y como en realidad ha hecho la filosofía, especialmente en la época  de las “disputaciones” filosóficas y teológicas, que desde la Edad Media han perdurado al menos hasta el siglo XX. En una palabra podemos  ver en este dialogo renacentista la retórica contra la dialéctica. El vigor de la argumentación puede eclipsar  y hasta hacer desaparecer una verdad que, por otra parte, puede ser evidente. Aparece aquí además la típica argumentación del Renacimiento acudiendo a la ejemplaridad de los clásicos de Grecia y Roma, es decir el argumento de autoridad en la dialéctica clásica. Los mismos personajes valen con frecuencia para probar una cosa y su contraria, es de decir son ejemplares a veces de una virtud de juventud, otras de un vicio o defecto de la vejez. Unas veces son los hechos de los personajes, que se cuentan; otras son las palabras citadas de autores  clásicos.  Ahora le toca a los oradores que pronunciaron discursos famosos cuando todavía son jóvenes, como fueron el mismo Demóstenes, en Grecia y Cicerón en Roma; y también a los grandes poetas entre los que recuerda a Catulo y Propercio, que “escribieron cuando eran jóvenes aquellos “divinos poemas”, que hoy todavía leemos”. Cita después personajes del cristianismo e incluso renacentistas coetáneos suyos, es decir hace un recorrido por los grandes nombres de la historia; comenzando por Orígenes, sigue Agustín, hasta Pico de la Mirándola. A cada uno dedica un elogioso homenaje a su saber desde la juventud, a la vez que nos  hace partícipes de su buena formación en la historia y las letras clásicas y en la historia cristiana antigua y más reciente. 

III. Tesis del diálogo.

La tesis que defiende aquí el autor es que la juventud de su tiempos, que se dedica al estudio y y la formación, es decir la juventud  renacentista a la que él mismo pertenece, tiene grandes valores y es capaz de dirigir los negocios de la vida privada e intervenir en los asuntos públicos, es decir en la administración y defensa de la República, en el lenguaje de los clásicos. Podríamos dividir esta tesis en los partes. La primera y principal es el elogio de la juventud renacentista, que, bien formada, pude desempeñar con prudencia y vigor las funciones de servicio a la sociedad privada y a la republica. La segunda es la cara opuesta de la moneda: que la vejez, a pesar de su experiencia, ya no vale ni para llevar la sociedad familiar ni para  el servicio de la república, y menos para la guerra. A  lo sumo puede tener el poder de consejo y colaborar así en el gobierno de los pueblos. En la exposición y defensa de esta tesis se vale el autor de la retorica y la dialéctica clásicas, siguiendo las pautas de  los retóricos  del clasicismo, como hemos dicho, a los que acude con mucha frecuencia, y cita como modelos y tratadistas de las disciplinas que eran fundamentales en la antigüedad clásica y lo fueron de nuevo en el Humanismo renacentista.

IV. Las edades de la vida del hombre.

Como acabamos de decir en las disputaciones filosóficas  se puede defender una cosa y la contraria y Fox Morcillo, consciente de ello, dice que para que no haya confusión al atribuir cualidades o defectos a la juventud y a la vejez, pues en eso consiste su dialéctica, que en algunos momentos unos atribuyen a la vejez las cualidades que parecen ser de la juventud y viceversa, divide la vida humana, de acuerdo a los criterios y a la esperanza de vida de su  tiempo en siete edades. Dice así a su hermano:

“Y para que no nos engañemos por la ambigüedad de las palabras, cuando no sepamos de qué edad estamos hablando, ya sabes que son siete las edades de la vida, a las que la antigüedad unánimemente les asignó unos años determinados: la primera es la infancia, que tiene comienzo en el mismo  instante del nacimiento del hombre, y llega a los siete años; la segunda, la niñez, que comienza a los siete y llega a los catorce años; la tercera, la adolescencia que desde este momento se prolonga hasta la pubertad; la cuarta, la juventud, de la que estamos hablando aquí, desde los veintiún años hasta los veintiocho; la quinta es  la virilidad hasta los cuarentainueve; la sexta, la vejez, hasta los cincuenta y seis años;  la última, la decrepitud, desde el momento que acabamos de decir hasta el fin de la vida”. 

Dice después que por un admirable acuerdo de la naturaleza la juventud ocupa el centro de las edades, para sacar la conclusión de que participa de las cualidades y valores de las que la preceden y las que le siguen. Y después de asignar a cada edad su rol en la vida concluye que la juventud, “como entrando por la mitad del camino, participa de la vivacidad de la pueril flor de la niñez y de la seriedad de la edad viril, y está lo más dispuesta para todos los asuntos de la vida humana”.  Y así explica la tesis  que defiende a través del diálogo con los argumentos de la dialéctica con una retórica agresiva para resaltar los valores de la juventud instruida y formada en la cultura clásica, y denigrar los defectos y vicios de la vejez.

V. Los tres defectos que se le atribuyen a la juventud. 

Siguiendo las pautas de Cicerón, en De senectute, que resume en cuatro los defectos de la vejez pata después refutarlos,  reivindicando esos defectos como virtudes, también Fox Morcillo reduce no a cuatro sino a tres los defectos que se atribuyen  a la juventud, para de la misma manara reivindicarlos como valores o virtudes.

Comienza recriminando a los que no tienen juicio propio y hablan dejándose llevar de las opiniones sin fundamento del vulgo. Como una toma de posición ante la opinión de la gente ellos, los dos personajes del diálogo, han de pensar de otra manara. Lo explica comparando al vulgo sin juicio con los borrachos y con los airados, que no piensan. Esta semejanza la aplica también a los mismos viejos, cuya falta de juicio los pone al nivel de los niños. Y pone el ejemplo de aquel enfermo que prefiere ser tratado por un doctor viejo pero con experiencia que por uno joven pero inexperto. ¡Necios y locos! los increpa. 

Así pues, resume en tres los defectos que se le atribuyen a la juventud: la temeridad por falta de experiencia; el sometimiento a las turbulencias o pasiones juveniles que no le permiten actuar razonablemente; y los vicios y placeres a que son arrastrados. 

Considero el núcleo de la argumentación del diálogo la refutación de estos tres defectos que la gente atribuye sin fundamento a la juventud. A la vez como argumento ad hominem, o lo que podríamos decir vulgarmente y tú más, atribuye a la vejez todos los defectos que le permite su retórica, para resaltar, por contraste, las virtudes de los jóvenes. Los deja fluir de su pluma tal como le viene a la mente: la desidia, la indecisión, la languidez, el cuerpo enfermizo y la mente perturbada por las obsesiones, por los miedos, sobre todo por el miedo a la muerte, cuando debiera esperarla como un refugio de tantas calamidades y miserias y un refugio tranquilo y seguro donde debe esperar ser acogido después del lago y turbulento viaje a través de tantas tempestades.

1. Refutación de la temeridad de los jóvenes.

Los jóvenes no son imprudentes ni temerarios si  están bien instruidos, formados y educados. Lo admitiría, dice Sebastián, si le faltara la instrucción y el apoyo de sus padres y de las instituciones culturales para conseguirla. Pero ya no estamos en aquellos tiempos antiguos en que los hombres, como dicen los poetas, comían bellotas; argumenta, pues, por los avances de la cultura y porque se han multiplicado los medios de adquirirla. Hoy un niño en poco tiempo puede conseguir conocimientos de historia y de cultura en general, que no alcanzaba solo con la experiencia  un viejo aunque viviera ochenta años, el  máximo que daban los médicos¸ ni aunque pasara de los cien, como se cuenta de Argantonio, rey de los tartesios. Además los medios de conseguir libros e información, sigue argumentando, es hoy sin comparación mucho mayor de manara que un joven instruido puede conseguir la cultura que no tiene un viejo ignorante. Y como argumento personal cuenta que unos viejos se admiraban de que un niño recitase párrafos de la Historia de Tito Livio. 

A la vez que hace el elogio de la juventud estudiosa de su tiempo, está describiendo las posibilidades y oportunidades para los jóvenes en la época renacentista. Los jóvenes ahora tienen a su alcance muchos medios de estudiar e instruirse; y aun alaba los avances de la sociedad en el perfeccionamiento de la vida  en general e incluso en las actividades bélicas. Un hecho fundamental de esa época es que  los niños pueden aprender latín y griego, que no eta tan fácil porque ya no era la lengua hablada, como en los tiempos antiguos. Es pues, un elogio expreso de las lengua clásicas, pues eso fue fundamentalmente el Renacimiento, la vuelta al mundo clásico y sobre todo al cultivo y perfeccionamiento del latín que, iniciado en Italia, se extendería por toda Europa. Y finalmente acude, como hacen habitualmente los autores griegos y romanos, al argumento de autoridad, citando sobre todo jóvenes romanos, como César Augusto, famosos e insignes por su prudencia en la edad juvenil.

Por consiguiente los jóvenes pueden conseguir  tanta prudencia y buen juicio con el estudio y la formación como  no los ha conseguido un viejo con la experiencia a través de toda la vida. 

2. Refutación de la acusación de que  la  juventud está sometida a las pasiones. 

A esta acusación responde que las pasiones son una fuerza que no es ni buena ni mala. Sigue la opinión de los Académicos rechazando la de las estoicos y otros filósofos; afirma que las pasiones no son buenas ni malas, pues dependen de la voluntad que las puede convertir en vicios o en virtudes, Las semillas de las pasiones están en la juventud y en la vejez, pero la juventud las puede controlar mejor tanto por su fuerza y vigor como por la instrucción y educación. Por consiguiente no hay por qué atribuir más vicios a la juventud que a la vejez. 

Cada una de las edades tiene los valores propios y a cada una le corresponde vivir de acuerdo a la naturaleza. La juventud florece como la primavera y la vejez se debilita como el invierno y como los niños y los enfermos que cuando les falla el cuerpo la mente se enajena. 

Hace después unas leves reflexiones sobre el conocimiento, de acuerdo al principio de que el conocimiento intelectual pasa primero por los sentidos, según el principio aristotélico: “Nada está en el intelecto si antes no estuvo en los sentidos”. Finalmente insiste en comparar a los viejos  con los borrachos y los niños; balbucean titubean, se ofenden sin motivo, etc. Dedica un par de páginas a este argumento que expone de acuerdo a la dialéctica clásica y cuya conclusión es que si son tan semejantes los viejos a los niños y a los borrachos los viejos no pueden tener más juicio que los jóvenes. Y acude como siempre a las pruebas de autoridad, Platón Aristóteles y aduce el proverbio griego,  los viejos dos veces niños. Por tanto los jóvenes tampoco se alteran más que los viejos por las pasiones. Pero, apostillo yo, su silogismo es fácilmente rebatible: niego la premisa mayor. Los viejos no son semejantes a los niños y menos a los borrachos. Luego no vale la conclusión.

3. Refutación. de la acusación de que los jóvenes son arrastrados por los vicios y placeres.

Refuta el tercer defecto: “la juventud es dada a los placeres y está contaminada por todos los vicios”.  Podríamos concederlo, dice Sebastián, si los viejos no tuvieran sus pasiones y vicios; además el placer en sí  mismo no es vicioso. Y si así lo pensamos es porque Epicuro puso el sumo bien en el placer; pero Epicuro no es malo sino más bien un ingenuo; quizá muestro autor lo califica así porque Epicuro  admite todos los placeres. El placer será vicioso, sigue diciendo, si la voluntad lo dirige a torpes deleites. Pero el placer de la mente y del ánimo es algo bueno que puede acompañar y de hecho acompaña a la virtud. El sumo bien según los platónicos está en la contemplación de Dios, luego no lo vamos a censurar, Y tampoco vamos a rechazar todos los demás placeres; incluso son buenos los placeres venéreos dentro del matrimonio. Podemos deleitarnos con todos los sentidos y la mente, con la armonía de la música, y aun ejercitando la virtud. Dice que los poetas cantan el placer; pero también el placer no honesto y para ello cita unos versos de Séneca; aunque, dice que esa incitación a gozar de la vida con placeres deshonestos es solo para la juventud perdida, no es propio de la juventud honesta e instruida, que goza con los placeres honestos de la belleza, la conversación etc. Recorre los placeres honestos y especialmente el estudio del que asegura que para él no puede haber una satisfacción mayor. ¡Cuánto ha gozado leyendo! No deja un libro hasta que no lo ha terminado. Dice después los libros que ha escrito, algunos aun sin publicar. Ha visto a otros colegas, hombres doctos que han tardado muchos más tiempo que él en alcanzar lo que él ha conseguido  Y como otras veces defiende a la juventud acusando a la vejez de todos los vicios y lacras posibles. ¿Qué se puede esperar de la vejez? Pues ya le falla todo y está rodeada de males. 

VI. Una filosofía de la vida para la vejez según Cicerón.

Para corroborar las reflexiones anteriores  pongo en parangón el  diálogo De senectute de Cicerón con el De iuventute de Fox Morcillo, donde, cómo hemos dicho,  pone cuatro defectos que son motivo de queja por parte de los viejos que no saben soportarlos y en consecuencia llevan una vida desgraciada; y los refuta, como también refuta Fox Morcillo los defectos atribuidos s ala juventud siguiendo las pautas del escritor romano.

“En efecto -dice Marco Tulio con palabras de Catón- cuando me planteo esta cuestión encuentro cuatro motivos por los que la vejez se tiene por desgraciada: el primero porque nos aparta de la vida activa; el segundo porque debilita nuestro cuerpo; el tercero porque nos priva de casi todos los placeres; el cuarto porque no está muy lejos de la muerte”. Analiza después cada uno de ellos y hace una filosofía de la vida, en la vejez, que dice  practicar Catón, superando la debilidad corporal con el vigor del espíritu.

Exonera a la vejez del primer defecto, es decir que nos aparta de la vida activa, porque aun cuando le falte el vigor del cuerpo para algunos negocios o actividades le queda la fuerza del espíritu pata llevar a cabo los asuntos de la República, como sabemos que así ha sucedido por la tradición y la historia. Recurre al aforismo porque el pensamiento, la razón y el consejo están en los viejos. Para corroborarlo aporta el argumento de autoridad recordando una larga lista de romanos que hicieron grandes obras ya en su vejez. Entre otros ejemplos pone como modelo a Apio Claudio, que a pesar de la ceguera que se añadía a su vejez fue útil al senado exponiendo sus opiniones en relación a la Guerra contra Pirro. Compara al viejo con el piloto de un barco, ¿es que no hace nada porque permanece sentado en la proa manejando el timón, mientras los jóvenes trajinan desempeñando las labores de marineros? Este símil lo recoge precisamente Fox Morcillo, en la obra que analizamos. Y se pone a sí mismo como ejemplo cuando sugirió al senado la declaración de guerra a Cartago, que él tenía prevista desde hacía tiempo.

Reconoce que, en efecto, en lo que se refiere a la vida pública, la vejez nos aparta de las actividades que exigen fuerza física y arrojo juvenil, como pudieran ser las competiciones deportivas y la vida militar; pero en absoluto nos priva de toda actividad y nos relega a la inactividad, pues en un viejo puede seguir pujante el espíritu, que no necesita del vigor físico. Se puede seguir en la política con el buen juicio y el consejo, pues los magistrados de la República pueden ser ayudados y orientados con la experiencia y los consejos de los viejos.

Responde también a la acusación de que disminuye la memoria, cosa que admite para los que no la ejercitan o son de un natural lento. Pero, dice, el remedio contra la pérdida de la memoria es ejercitarla. Y ejemplariza con el caso de muchos hombres, entre los antepasados griegos y romanos, conocidos por su dedicación a los asuntos públicos o por su cultura y su pensamiento, que han mantenido una pujante memoria  y en general han conservado sus facultades intelectuales hasta el fin de sus días. Esa actividad intelectual, dice, es casi divina. Otros  han mantenido su vida activa en oficios más normales y al alcance de cualquiera, como son las labores agrícolas. Y se pone a sí mismo como modelo y a los vecinos de su quinta de la Sabina. Todos trabajaban en las labores agrícolas con ilusión; porque “nadie es tan viejo -dice- que no piense que puede vivir un año más”. Además los que se dedican a la agricultura  tienen un aliciente para seguir en activo: plantan árboles cuyo fruto no van a recoger. Por eso “plantan para los dioses inmortales”. 

Introduce ahora el tema de las quejas porque la vejez resulta desagradable y los viejos son rechazados por los jóvenes, y responde alabando la labor educativa de los viejos respondiendo a aquellos versos de Cecilio donde dice que lo más deplorable de la vejez es que “uno se da cuenta de que resulta odioso para los demás”. Pero piensa Marco Tulio, en palabras de Catón, que pueden hacerse agradables a los jóvenes y éstos pueden complacerse en sus consejos, como es el caso de Escipión y Lelio, que están conversando con él. Se pone a sí mismo una vez más de ejemplo porque a su edad está estudiando griego, y hubiera querido aprender a tocar la lira, como, según ha sabido,  hacía Sócrates; al menos, dice, se ha dedicado a la literatura. Reconoce que se pierde el vigor necesario para la oratoria que exige pulmones y voz potente; pero eso se puede compensar con otros valores y otras actividades. Él al menos no echa en falta el vigor corporal, pues las leyes y costumbres romanas le dispensan de los oficios y misiones que lo exigen. Y si algunos viejos son débiles se debe no a la vejez sino a  su precaria salud y a los excesos cometidos en el transcurso de la vida. Hay que cuidar, por tanto, no sólo el cuerpo sino la mente y el ánimo, pues se extinguen si no les echas aceite como a una lámpara.

Por consiguiente la vejez se hace honorable si ella se defiende y se respeta a sí misma; y si el mismo Cecilio habla de “viejos necios de comedia” se refiere a los crédulos, olvidadizos, holgazanes y somnolientos; lo mismo que la petulancia y la lujuria se ven con frecuencia en los jóvenes, pero no en todos sino en los que no son buenos. Y de nuevo dice de sí mismo que se siente muy bien, ocupado en recoger los recuerdos de su vida y en terminar de redactar los discursos que había pronunciado, como era la costumbre entre los oradores romanos, que los escribían después de haberlos pronunciado para, una vez pulidos, publicarlos. “Esos son -dice- los ejercicios de mi espíritu y las carreras de mi mente”; lo mismo que ir al senado o atender a los amigos. Para eso no hace falta esforzarse ni sudar. En una palabra él es viejo de cuerpo pero no de espíritu. 

Hace después una teoría de los placeres. Entiende por placeres  los corporales al modo como se entendían en Roma los placeres de Epicuro. Y dice que precisamente es la juventud la que está arrastrada por esos placeres. La vejez nos libera de ellos y hace  que deseemos los placeres moderados, como son los convites y banquetes donde es más importante la conversación y el compartir con los amigos hasta altas horas de la noche, que la comida y la bebida. Y también los placeres del pensamiento y del espíritu; como son los que él disfruta en su finca. Recuerda la Fraternidad de la Gran Madre a que pertenecía y sus convites.

Uno de los graves defectos que se atribuyen a la vejez y comenta Cicerón, como también lo hace Fox Morcillo, es el miedo a la muerte. Cicerón considera como un motivo de queja de los mismos viejos la cercanía de la muerte porque, sin duda, no puede estar muy lejos. La reacción a esta evidencia en el pensamiento de Marco Tulio, que pone en boca del viejo Catón, es que hay que estar preparados y aprender durante la vida a “menospreciar la muerte”, en el sentido de que no hay que temerla. Plantea un dilema que recoge prácticamente todas las visones de la muerte en las distintas filosofías de la antigüedad: o bien desaparece el alma absolutamente, o bien tiene un futuro eterno. Admite el dualismo de alma y cuerpo, con la filosofía de Aristóteles y de Platón y la mayor parte de los griegos, que los romanos han heredado. En el primer caso no hay que tenerla en cuenta porque con el alma desaparecería toda conciencia; y en el segundo supuesto la muerte es deseable puesto que no lleva a una desgracia y puede conducir a la felicidad. Plantea, pues, el problema de la trascendencia del hombre o de su aniquilación Advierte que este  planteamiento no vale sólo para los viejos sino para tofos. Por consiguiente no hay que quejarse de la vejez, porque nos acerque a la muerte, pues la muerte es común a viejos y jóvenes. La vida es breve, siempre es breve, tanto si se muere uno de viejo como si de joven; incluso la vida más larga que conozcamos, como la de Argantonio, el rey de Tartesos, que vivió hasta los 120 años y reinó 80. Por tanto hay que cumplir bien en el tiempo que se nos conceda a cada uno. Aquí vemos que Fox Morcillo conocía la obra de Cicerón, porque hace el mismo argumento con el mismo personaje, que está tomado de la historia de Heródoto. 

Aborda también aquí el tema del suicidio, bastante común entre los romanos (el mismo Catón de Útica, el último de la  familia, se suicidó) y afirma que Pitágoras prohíbe desertar del  puesto de vigilancia de la vida “sin permiso del jefe, es decir de Dios”. Y apoya esta afirmación, que hace suya,  en la creencia en la inmortalidad. 

Trata Cicerón largamente este tema que le resulta grato, especialmente en los momentos amargos por los que está pasando. Es un tema que volverá a retomar en el De amicitia, que escribió poco después. Considera una afirmación de la inmortalidad del alma los versos de Ennio que cita: que nadie me honre con sus lágrimas ni llore sobre mi tumba. Y comenta que dice esto porque piensa que no hay que llorar la muerte a la que sigue la inmortalidad. 

VII.  Vituperio de la vejez.  

En la última parte del libro que de diálogo pasa a ser un largo monólogo, presenta un cuadro deprimente de la vejez, Más o menos conscientemente el autor admite que la mejor defensa es un ataque y se vale de su retórica fervorosa como si de un discurso acusatorio se tratara para denigrar a la vejez. Dice de los viejos que están muy lejos de las cualidades y valores de los jóvenes, concediendo si acaso que si tiene algunos valores o virtudes son los que consiguió en la juventud, si ha podido y sabido  conservarlos. Describe la última época de la vejez o de la vida que ha llamado decrepitud, de loe 60 hasta la muerte con trazos a veces lúgubres: son fríos, titubeantes, tímidos, lentos y débiles. Y más adelante dice que el viejo es avaro, moroso, ridículo, importuno, infeliz, incluso si de joven hubiera gestionado las más difíciles situaciones. Yo diría que no ha podido describirse mejor una vejez decrépita, que considera intolerable por el cuerpo exhausto, tembloroso, curvado, frío, escabroso, seco, escuálido, rugoso, afeado con las arrugas y las manchas, débil; sin embargo insoportable por su parloteo, su lentitud, su avaricia, su tristeza, sus quejas y jactancia. El viejo siempre es locuaz y parlanchín, y nunca pone medida ni fin en la narración de su vida pasada. Se queja de que los hijos no lo quieren, ni los nietos y no permite que se rían los jóvenes. Es insolente la arrogancia del viejo. Para suavizar su discurso también puede tener cualidades buenas o virtudes: puede  ser venerable por su vida inmaculada y por lo que consiguió en  la juventud.

Sigue recriminando a los viejos porque se atreven a juzgarlo todo a pesar de su ignorancia y con la autoridad que le da su linaje o le viene de otro. ¡Qué ciegos, dice, si corrobora su opinión algún hombre principal¡. 

Fox Morcillo, finalmente, fustiga a la vejez más que alaba a la juventud, para demostrar que si fuera la edad la que hace prudentes y sabios todos los viejos serían sabios y prudentes con el paso de los años. Es verdad que, llegada la vejez, se habrá aprendido mucho, pero la juventud estudiosa y de buena índole en poco tiempo puede conseguir lo mismo.

No obstante hace después algunas reflexiones que pretenden el equilibrio de los valores y virtudes que no dependen tanto de la edad como de la ética de cada uno, pero siempre en defensa de los jóvenes que pueden conseguir lo que la vida y la experiencia da a los viejos. En consecuencia el mérito del hombre no se mide por la edad sino por la virtud y las costumbres. La conclusión es que los jóvenes pueden ser tan serios y prudentes como los viejos. Y así la juventud no es la edad que se deja arrastrar por los vicios y placeres. Como otras veces corrobora con argumentos de autoridad citando autores clásicos que afirman que la virtud hay que practicarla desde la infancia y que es de todas las edades, porque los frutos que se recogen en la vejez salen de las raíces de la juventud. Defiende  a Sócrates, quien afirma que se suicida porque ha vivido gozosamente y en la vejez no espera más que m molestias. Y vuelve una y otra vez hasta  con los mismos argumentos  prolongando su monólogo en exceso, como si temiera no haber sido lo suficiente mente convincente

Finalmente hace la siguiente conclusión dirigida a su hermano: “Por lo cual, Francisco, para resumir este asunto, en mi opinión, en pocas palabras, la vejez si no es peor al menos tampoco es mejor que la juventud, como he  enseñado antes”.

A lo cual asiente Francisco: “estoy de acuerdo en absoluto. Y ojalá  todos pensaran lo mismo”. Pero hay mucho que te acusarán de que te imaginas una juventud perfecta, que no existe. Pero eso mismo, le responde Sebastián, puedo yo decirle lo mismo, que ellos hablan de una vejez que se imaginan. Hay una dialéctica que aplica los mismos argumentos para demostrar una conclusión y la contraria. Él concluye que la juventud es más excelente que la vejez. La razón es que la juventud está más capacitada pata las tres géneros de actividades que puede realizar el hombre; la privada, la pública y la de la guerra. Acude incluso a las comedias de Terencio para demostrar la inutilidad de los viejos.

Al fin concede que la vejez y la juventud son necesarias para la república; la vejez es como el timón pero este no es suficiente si no está manejado por los jóvenes; es necesario para navegar el timonel y los demás tripulantes. Y aduce, como hemos dicho de Cicerón, otra figura significativa de la mitología clásica: Atlante, en el viejo que ya no puede llevar el cielo (o el monte Atlas) sobre sus hombros y es Hércules el que viene  en su ayuda. Y añade otros ejemplos de personajes romanos que han ayudado a la República en su juventud.

XI. Elogio del Renacimiento

Sebastián Fox Morcillo es muy consciente de que le ha tocado vivir una nueva edad, el Renacimiento, y sabe que es un joven privilegiado porque tiene medios para estudiar y dedicarse a la Filosofía en una ciudad, sede importante del saber en aquel tiempo.

En este diálogo, además de imitar el  diálogo clásico pretende hacer un elogio de la juventud. Pero se refiere sólo a la juventud del Renacimiento, a la que él pertenece. Por eso hace a la vez un elogio de la cultura renacentista y podemos apreciar qué valor daban al hecho cultural de la nueva época los mismos que la están viviendo de una manara consciente y activa y, podríamos decir gozosa, participando de ella e impulsándola. Son los mismos que hacen el Renacimiento.

Fox Morcillo alaba el progreso de los medios de cultura que entonces tienen a su alcance  los jóvenes, al menos algunos jóvenes. Esos medios les permiten conseguir en poco tiempo lo que otros consiguen en largos años e incluso no llegan a tener nunca por la sola experiencia, pues ha ciencia y cultura se consigue sólo por el estudio y la formación, sobre todo durante la juventud, si se tiene ayuda de los padres y de las instituciones públicas. Un joven estudioso puede adquirir en poco tiempo muchos conocimientos y una gran cultura valiéndose de esos medios. Sin duda se trata de las élites cultivadas y esa formación y cultura no llegaba a las capas populares que en general eran analfabetas. Como ejemplo, la historia escrita que pueden leer y por la que pueden  conocer lo ocurrido en la antigüedad por medio de los libros que ya es fácil consultar, por la abundancia de bibliotecas y por la difusión de la obras. Sin citarla, se refiere a la imprenta inventada por Gutenberg en 1450. 

Él mismo ha visto que algunos viejos se admiran de lo que puede llegar a saber y decir un niño sobre la historia que ha aprendido. Los antiguos no podían aprender  o lo hacían con dificultad por falta de medios. Cuánto les costaba a los pitagóricos, dice él, y cuánto tiempo empleaban en adquirir la ciencia. Ahora, en cambio, con la transcripción y impresión de libros se ha avanzado mucho. Extiende los avances de la técnica a todas las artes, industrias e incluso a la guerra, de tal modo que todo le sirve de argumento para que con tantos medios un joven, incluso un nuño, si es instruido, no pueda ser imprudente, temerario e irreflexivo. La era renacentista, según este joven escritor, supera a las épocas romana y griega y sus bibliotecas superan  a las de Aristóteles, a la alejandrina y la romana, de tal manera que el que quiera tener la ayuda de cualquier libro le será mucho más fácil consultarlo ahora que antes, cuando tanto tiempo y esfuerzo le costaba a los pitagóricos adquirir la ciencia. En una palabra no pude ser imprudente un adolescente o joven que se puede formar en poco tiempo tanto como logra con la experiencia de años un viejo. 

De nuevo acude a ejemplos de famosos romanos, que jóvenes todavía llevaron a cabo grandes gestas, como fueron Escipión el Africano y Octavio Augusto. Acude también al ejemplo de jóvenes guerreros griegos, Alcibiades, Temístocles, y otros generales. Pone el ejemplo de la madurez del niño romano que, llevado al senado por su padre, guarda el secreto de qué había hecho en el senado, incluso cuando es preguntado por su madre. Sigue explicando la prudencia de los jóvenes que para que sea aceptable debe ir acompañada de la moderación o contención. 

Critica, por el contrario la indecisión propia de los viejos, como fue la de Q. Máximo "cunctator" (el indeciso), en la guerra contra Cartago. Y dice que se siente abatido cundo ve a algún hombre lento e indeciso, que le contagia; como también le contagia la agilidad y buena disposición  de espíritu, que considera un don por el que  nos asemejamos a la divinidad.

Finalmente, un consejo a su hermano: que no abandone las buenas letras, la disciplina y la instrucción para conseguir la virtud y la ciencia sin esperar a la vejez sino desde la adolescencia.

XII. Reflexiones para la juventud del siglo XXI

Para finalizar una reflexión comparando la juventud renacentista que describe y elogia Fox Morcillo con la juventud de hoy, siglo XXI. Encontraremos semejanzas y diferencias entre ellas. A la vez estas líneas  pueden ser una motivación para que los jóvenes de hoy sigan las pautas de aquella juventud renacentista que cambió la sociedad y nos introdujo en la Edad Moderna. Esta invitación la concretamos en el cultivo del humanismo. Estamos en una época de cambio drástico y la juventud  puede aportar mucho para que sea para mejor; de hecho es así ya por los investigadores, emprendedores y todos los jóvenes bien formados que hacen avanzar la ciencia, el pensamiento y la técnica, con los que progresa la sociedad.

Si comenzamos por los aspectos de semejanza de los jóvenes de hoy con los del humanismo renacentista tendremos que decir que en este momento también de progreso y de cambio la juventud tiene muchos medios para formarse y superan en muchos aspectos a los que tenían en el siglo XVI. Estos medios están mucho más extendidos y más accesibles para todos que  en la época renacentista, de tal manera que la alfabetización, aunque en les países menos desarrolados falte mucho por hacer, en nuestro mundo de Occidente es prácticamente total. Así mismo se ha progresado mucho en la enseñanza superior o universitaria. Sin embargo eso no quiere decir que la alfabetización y ni siquiera la enseñanza universitaria lleven  consigo el acceso a las clases intelectuales y técnicas. Sin acudir a estadísticas, que no son de este comentario, podríamos decir que es un pequeño porcentaje de población el que accede a la alta cultura. Y podemos añadir que incluso los que tienen facilidades para estudios secundarios y superiores que son muchos millones, no tienen muchas facilidades para la formación filosófica y humanística porque los estudios de filosofía y de humanidades en general y en concreto la enseñanza de las lenguas clásicas, latín y griego, han sido paulatinamente relegados o eliminados de los planes de estudios secundarios y también han decaído en las Universidades. Por decirlo de alguna manera la técnica y la visión económica y de aumento de la productividad y de la riqueza ha prevalecido sobre la cultura del pensamiento y del espíritu, especialmente desde hace más de medio siglo.

Por otra parte la juventud, también la juventud universitaria, considerada como una gran masa que tiene acceso fácil a los medios de comunicación y a las que se llaman redes sociales, con suma rapidez se está banalizando al ser arrastrada por la gente que comparte trivialidades e incluso contracultura y desinformación y propaga una vida sin profundidad ni sentido humano, sino movida por el placer momentáneo y el ansia de poseer y pasarlo bien. La  prueba de esto es que muchos de estos “influyentes” tienen éxito consiguiendo millones de seguidores, que alimentan sussentidos de banalidades. Parece ser que a los gobiernos de los estados en general les interesa tener como súbditos analfabetos funcionales para embaucarlos y dominarlos con más facilidad.

Dada esta situación, sin embargo pienso que la semejanza con la juventud renacentista se da con ventaja para la juventud actual.  El acceso al conocimiento y la cultura es cada vez más fácil, aun para los que no tienen medios económicos pero tienen voluntad y tesón para la formación y el estudio. De hecho hay muchos dedicados a a la ciencia y la investigación, creo que no tantos al pensamiento desde la juventud. Hablamos siempre de una clase privilegiada de jóvenes, una élite cada vez más amplia y que tiene capacidad de influir en la gran masa de la juventud de millones de jóvenes, y que enseguida, en pocos años,  serán los que dirijan el rumbo de la sociedad.

En este progreso de la sociedad actual es un invento decisivo la inteligencia artificial, que así llamamos a la actividad que desempeñan hoy las computadoras cada vez más perfectas, que ha ideado y construido la inteligencia del hombre y que están en todos los avances de la ciencia y la técnica. Esos avances son impredecibles y se lograrán en muy poco tiempo resultados sorprendentes. Pero esto tiene el gran peligro de que se le escapen al hombre de las manos en el sentido de que no pueda controlar efectos nocivos para la humanidad, hasta hacer peligrar su misma existencia. Por eso los más conscientes y sensatos aun entre los inventores de esta tecnología de internet están de acuerdo y piden ya que se controlen estos avances, que deben ser regulados por los principios de la ética concretados en legislación. Conseguido ese control y procurando que los avances sean positivos, la juventud actual tiene una perspectiva infinita para desarrollar su gran potencial intelectual y humano.

Pero, como hemos dicho antes, pueden fallar las posibilidades de formación humanista, y por lo mismo como conclusión proponemos la formación integral de la juventud en todas las ramas de la ciencia, la técnica y el pensamiento humanista. Esta formación será sin duda de élites, pero debiera tener influencia en las grandes masas por los medios de comunicación cada vez más abundantes y perfectos. Y la formación ética debiera hacer fiables las noticias, puesto que son tan frecuentes hoy las noticias falsas. Ese sentido ético de la vida humana debiera también poder hacer frente a la voluntad de estados y empresas poderosas que pretenden el dominio no sólo económico sino también mental e ideológico sobre inmensas poblaciones y si fuera posible sobre el mundo.

El fin y objetivo de la ciencia y la técnica habrá de ponerse en el progreso en la humanización del ser humano, contra el retroceso al animalismo, es decir a hacer una humanidad más humana.



Dicen que la adolescencia es temeraria y falta de juicio. ¿Qué adolescencia?, os ruego, ¿o falta de qué juicio? Pues pienso que una adolescencia bien educada en costumbres honestas y al cuidado de los padres no está más vacía de juicio que la vejez. Y no consideraré más prudente a uno porque haya vivido más tiempo que a otro cualquiera de menos edad, que con más agudeza de ingenio haya conseguido mayor juicio. Es verdad que la juventud carece del conocimiento de las cosas que no pueden adquirirse si no es durante largo tiempo; lo admito también si le faltasen las buenas letras, la educación de los padres, los consejos y advertencias de los prudentes; si, finalmente, permaneciese en aquella antigua edad de hombres rudos y como fieras salvajes, que todavía, como dicen los poetas, no habían abandonado la costumbre de comer bellotas. Pero ahora, cuando hay tanta ayuda de las artes, tantas comodidades y tantos medios oportunos, en fin, tanta cultura, sin duda nada podría hacer hoy una larga vida que no dé la erudición y la enseñanza de modo más perfecto y más rápidamente. Ciertamente en los tiempos antiguos fue grande la ignorancia de los hechos pasados, pues se trasmitían a la memoria de la posteridad por ciertos signos, que los griegos llamaban letras jeroglíficas, o bien se conocían sólo por la transmisión oral de los antepasados. Pero ahora, ¿qué niño un poco estudioso de la historia no conocerá todo lo sucedido desde el principio del mundo, los dichos, los hechos, que no tenga memoria de muchísimos hombres, noticias de la antigüedad, de los reinos, de las naciones, de las ciudades, de las guerras, de los reyes, de los sabios y de todo lo demás que en una vida muy larga apenas se aprendería? Que uno viva ochenta años, que es la duración de la vida humana a juicio de los médicos, o si quieres cien años, o también la edad de Néstor o de Argantonio, el rey de los Tartesios, ¿podría este en tan largo periodo de tiempo tener tantas noticias de las cosas como he dicho, o recordar tantas cosas? Pues ¿cuántas cosas más dignas de ser recordadas ocurren en mil o dos mil años que en ciento? En efecto, mayor conocimiento de las cosas hay en los jóvenes instruidos que en los viejos ignorantes. En cierta ocasión vi a unos viejos de edad avanzada que escuchaban estupefactos a unos chiquillos medianamente instruidos que recitaban algo de Tito Livio o de otro cualquier autor, y admiraban en un niño tanto conocimiento de las cosas como ellos mismos confesaban no haber conseguido en una larga vida. ¡Cuánto tiempo y trabajo necesitaban en la antigüedad los Pitagóricos para tener cualquier sencillo conocimiento, puesto que acostumbraban a confiarlo todo a la memoria, no a la escritura, como ahora! Además, ¡qué molestia tan grande era para los libreros la de escribir los libros; y de cuánta ayuda carecían los estudios! Ahora, en cambio, tenemos todos los escritos que deseamos; y con la ayuda de la tipografía y el papel tenemos grandes facilidades. Y el que quiere valerse de ellas podrá instruirse en más breve tiempo que los antiguos: si buscas la copia de cualquier libro, si necesitas de su ayuda, nunca fue tan grande la que te puede prestar. Pues, aunque recuerdes la biblioteca Romana, la Alejandrina, la Aristotélica y las más célebres bibliotecas, nunca se pudo disponer de los libros más leídos con tanta facilidad como ahora. Si buscas noticias de todas las artes, o ayuda para la memoria histórica o de la antigüedad, para la comprensión de los autores, ¿cuándo hubo tantas explicaciones, compendios, comentarios, índices, anotaciones, correcciones, observaciones? Me faltaría tiempo si quisiera enumerar todas las comodidades inventadas en este tiempo para facilitar los estudios. Suficiente argumento de esto es el que vemos que muchos niños hoy han aprendido el latín y el griego (lo cual es ahora mucho más difícil que antes, puesto que estas lenguas no están en uso entre el pueblo) y están muy bien instruidos en los Dialécticos y los Retóricos; y que muchos doctos varones, que han florecido hace todavía pocos años, o florecen ahora, son jóvenes, o a esa edad comenzaron a tener renombre por su doctrina.

Pero si hacemos una digresión de los estudios a las oportunidades de la vida común, ahora, sin duda, superamos a la antigüedad en aparato bélico, máquinas, artefactos, defensas, comodidades, pericia en la navegación, en el uso de instrumentos para todo, así como en la ayuda de muchas cosas necesarias para la vida. Y con eso sucede que si el género humano ha sido en algún momento educado e instruido, ahora lo es más porque por una pate tenemos muchos inventos y por otra toda Europa, que antes casi en su mayor parte era inculta, ahora se está haciendo muy culta. Por no hablar de aquella parte de las tierras, situado al Austro, más extenso que África, recorrido, y sometido por las armas de los nuestros. Y con estas ayudas la juventud no puede menos de ser muy instruida, sobre todo si no le falta la diligencia de los padres y el cuidado de las instituciones. Pues con estas cosas se consigue conocimiento y experiencia y en breve tiempo cualquiera se hace más prudente que otro en mucho tiempo. Por lo cual, si la adolescencia no puede estar vacía de cordura y juicio, teniendo tantas ayudas de las artes e inventos, bien informada y dotada de alguna agudeza de ingenio, ¿cuál es esa temeridad, cuál la falta de juicio, cuál la irreflexión en los hechos o dichos? Leemos que Octavio Augusto, nombrado cónsul ya a los veinte años, venció a Marco Antonio en la batalla naval de Accio y sometió la República Romana, ya pacificada, una vez quitados de en medio los adversarios de César, su tío materno. ¿Acaso piensas que le pudo faltar juicio o prudencia al que hizo tales cosas? ¿O que fue temerario más bien que precavido? Por el contrario Marco Antonio era viejo y de gran pericia en las cosas y experimentado en la prolongada práctica de la guerra. Sin embargo fue vencido por aquel, no todavía un hombre sino como una mujer delicada y tierna. Joven era Escipión Africano y, por su fama de temeridad, muy reprendido por Catón porque, como Aníbal hubiera asolado Italia, habiendo pronunciado un discurso al pueblo, pidiendo tropas para sitiar Cartago y así expulsar a los enemigos de la patria, era joven cuando tomó aquella ciudad, y le impuso tributo. Joven era también su nieto cuando arrasó desde sus cimientos aquella ciudad, destruyó Numancia y entró en triunfo en Roma. ¿Qué diremos de Alcibíades? ¿Acaso no llamaba la atención del pueblo ateniense y dirigía la guerra de Siracusa con suma prudencia? Cuentan de Temístocles que en su primera edad era insolente y entregado a los vicios; después, sin embargo, fue tan ávido de la gloria por los trofeos de Milcíades que no podía dormir de noche. El que piense que este joven fue temerario escuche sus hazañas y no echará de menos en él la más grande prudencia. Omito ahora hablar de Alejandro Macedonio, dominador del orbe de la tierra, de Aníbal, de César y de otros extraordinarios y muy prudentes generales que siendo jóvenes llegaron a la cumbre de la gloria de la guerra de la que la que los viejos, en cambio, fueron expulsados. Los historiadores romanos celebran también a Papirio, al vestir la toga pretexta, porque como fuese llevado de niño al senado por su padre, según era costumbre, y habiéndole preguntado su madre qué había hecho aquel día en el senado y como no quisiera contárselo, su madre por eso le urgiera, le dijo para no descubrir el secreto, que se había discutido en el senado si no sería mejor que un varón estuviera casado con dos mujeres o, al revés, dos varones con una mujer. Y con este comentario satisfizo a la importuna pregunta de su madre y ocultó con mucha cautela lo que él había hecho aquel día en el senado. Pero fue una determinación excelente y de suma prudencia. Por consiguiente el joven bien instruido no carece de prudencia; ni esta edad es en general reprobable porque algunos sean débiles. Pues aunque el viejo y el joven tengan la misma pericia para hacer las cosas, sin embargo es mayor en este que en aquel la agudeza de ingenio que le aumenta la prudencia; porque el viejo, como tiene ya la vida consumida también tiene débil el ingenio. La juventud es ardiente y es arrebatada incluso por un leve impulso del deseo. Ciertamente lo tendría que corregir si no estuviese cultivada por ninguna de las artes, por ninguna moderación de las fuerzas de la naturaleza (si esto es de las fuerzas de la naturaleza más bien que virtud). Pero si aquel ardor moderado por el juicio se acomoda al obrar, cuánto más excelente será lo que haga el joven que lo que haga el viejo. Pues el fervor es una ayuda muy grande, como enseñan los mismos hechos, no sólo para todas las virtudes sino para todas las demás acciones de la vida humana. Pues el que haga cualquier cosa que tenga que hacer con contención de ánimo y ponga ardor en las cosas que hace, con tal de que esté presente el sentido perspicaz, sin duda nada podrá administrar que no sea grande ni excelente. Vemos que vale mucho esta fuerza en la virtud de la fortaleza. Por cierto nada puede hacerse con fortaleza si no se le añade la moderación. Pues como toda acción del hombre se produce por una conmoción del ánimo, así tanto mayor será cuanto sea esta más vehemente. Cuánto más brillante fue en Quinto Máximo César, que sometió en un breve tiempo de guerra muchas regiones, que otro cualquiera no habría podido recorrer sino a marchas forzadas. Pero yo no considero aceptable aquella irresolución que falsamente muchos atribuyen a la prudencia, si es superada por la rapidez de juicio, puesto que aquella procede más bien de la lentitud y tardanza que de la agilidad de ingenio. Pues si uno tiene mayor ingenio podrá examinar en su ánimo o hacer cualquier cosa con más rapidez. Ciertamente hay que alabar la juventud que por medio del buen juicio supera a la vejez en rapidez. ¿Quién no antepondrá en mucho la excelente rapidez en hablar, en deliberar, en responder, en aconsejar y en obrar de los italianos (por no hablar de nosotros), a la torpeza de los bátavos, a la que no hay nada igual en lentitud y pesadez? Como puedo juzgar sobre mí mismo, diré que nunca soporto con ánimo ecuánime a esos hombres fríos e insulsos cuando hacen o dicen cualquier cosa. Más aún, me impaciento y me parece que, como si me viera afectado por tal torpeza, caigo en la somnolencia o me quedo parado por semejante estupidez. Por el contrario, si veo a alguno con ánimo dispuesto no sé de qué modo me predispone tan bien para con él que cualquier cosa que haga o diga me parezca que lleva consigo la mayor hermosura y gracia. Por lo cual, si recibimos con gran satisfacción esta fuerza del ánimo en algunos hombres y tiene el máximo vigor en los jóvenes, ciertamente esa edad es muy digna de alabanza, con tal de que, como hemos dicho, esté bien instruida. Prevalezcan, pues, los que condenan aquella vivacidad y ardor de ingenio como causa de temeridad en el joven; o esos mismos recomienden más bien su lentitud senil, o de asno; cuando quieren despojarnos de aquella prontitud de ánimo semejante a las mentes divinas por la que sobresalimos de los demás seres vivientes. Pues con frecuencia también alabamos en los viejos la lozanía y el vigor juvenil, como escribe Marco Tulio que fueron Marco Fabio y Catón y el rey Masinisa. Por eso hay que pensar que en el joven es laudable aquella fuerza que le es propia, cuando también la misma fuerza de la juventud, en los viejos, en los que es recibida como en precario, se cambia en alabanza.